Después de varias semanas de conciertos en Europa, Horacio Lavandera regresa a tocar en Argentina. El sábado 11 a las 21 en el Teatro Coliseo (M. T. de Alvear 1125), el consagrado pianista ofrecerá un programa extenso, comprometido técnica y emocionalmente y por su amplitud estilística muy atractivo. Las tres últimas sonatas para piano de Ludwig Van Beethoven, las Cuatro estaciones porteñas de Astor Piazzolla, una elaboración de Johann Sebastian Bach sobre música de Antonio Vialdi y una de las “Fantasías” para piano de Felix Mendelssohn, articulan un repertorio ya probado y puesto a punto. “Es el mismo programa que hice hace un tiempo en Leipzig”, comenta Lavandera a Página/12. “Me entusiasmó la idea de hacerlo en Buenos Aires, porque el Coliseo es un teatro ideal para este tipo de conciertos, en particular por la calidad del piano”, agrega.

Un concierto extenso, variado y comprometido, que además de empeñar al intérprete pone a prueba la capacidad de atención del público. Hablando de esto, Lavandera asegura haber encontrado una vía que además de ser eficaz le proporciona un inmenso placer: hablar con el auditorio para introducir cada obra. “Descubrí que es de gran importancia conversar con el público, crear el clima propicio para una escucha serena. Lo empecé a hacer en la época de la pandemia y funcionó. Me soltó mucho, me puso en otro lugar respecto al auditorio”, explica el pianista.

Un momento hacia afuera, el del diálogo con el público, y un momento hacia adentro, el de la concentración ante el desafío de la ejecución. Situaciones que para la ceremonia tradicional del concierto resultan poco menos que antitéticas. Lavandera dice tiende a no separar las dos instancias, sino integrarlas en una misma causa. “Entiendo que con una breve introducción puedo preparar a los oyentes, en particular a los que van a escuchar estas obras por primera vez, para entrar mejor en este mundo, incluso para dejar atrás algunos prejuicios. Estamos hablando de obras que en algún caso tienen dos siglo o más, por lo que hablar de ‘sonatas’, de ‘Beethoven’, de ‘Allegro’, de ‘Fantasía’ puede ser muy abstracto. Por ahí, con una breve introducción se predispone mejor a quien está por escuchar”, asegura Lavandera. Cita el capítulo de Doktor Faustus, la novela de Thomas Mann, en el que Adrian Leverkühn asiste a la conferencia sobre la última sonata de Beethoven. “Siempre me impresionó eso de que una charla sobre veinte minutos de música podía durar una hora y media”, dice el pianista. “Se trata de conjugar equilibrios para ayudar a conectar con algunas fibras sensibles. Eso me pone en la situación de tener que investigar, aprender a ser sintético”, advierte.

-El tema de la atención es uno de los temas sensibles a la hora de vivir la música.

-Absolutamente. Estuve leyendo algunos neurocientíficos que hablan del “punto de atención” durante la ejecución. Es decir dónde podes fijar un punto de atención, si sobre el aspecto técnico o simplemente fijando la mirada en un objeto, o escuchando con los ojos cerrados. Las mejores pruebas resultaban ser las que menos tenían en cuenta el aspecto técnico. Cuando uno tiene el punto de atención en algo poético, en algo que tiene que ver con lo expresivo más que con lo técnico, logra una mayor comunicación.

-Liszt hablaba de la “transcendencia” en sus estudios para piano…

-Sí, claro, Liszt era un artista que establecía una gran comunicación con el público a través de lo visual, de sus movimientos. Yo no estoy en ese punto, más bien intento hacerlo con la palabra.

-De cualquier manera, todo lo que predisponga al oyente al goce de la escucha después se traduce en aplausos.

-Claro, se humaniza más la experiencia, sin dudas. Nunca me hubiese imaginado que podía funcionar así. Crecí pensando en el sonido y en la técnica. De hecho, si elegí ser músico fue para no tener que hablar. Pero bueno, las tradiciones van cambiando, uno va creciendo, va conociendo gente y experimentando, siempre en busca de una mayor comunicación.

Beethoven y compañía

Uno de los puntos centrales del programa que Lavandera ofrecerá en el Teatro Coliseo tiene que ver con Beethoven, un compositor al que continuamente regresa. Las tres últimas sonatas del inmenso sordo, la 30, 31 y 32, representan la coronación coherente de una visión del mundo que en su vibración permanente nunca dejó de anunciar sonoridades inéditas, experimentos audaces y un universo expresivo disruptivo. “Seguramente estas tres sonatas están entre mis preferidas de Beethoven, junto a las Variaciones Diabelli y la ‘Hammerklavier’ (la Sonata nº 29)”, asegura el pianista. “En ellas se expresa un vínculo muy cercano con la muerte, que en lo personal me tocó muy de cerca durante el tiempo de la pandemia, por la pérdida de mi abuelo y de mi padre”, continua Lavandera. “Siento que esta música me habla de cosas puedo sentir, que puedo comprender. Me transmite algo metafísico que de alguna manera puedo materializar en el sonido para compartir con el público. Eso me resulta muy emocionante, es una gran catarsis”, agrega Lavandera, que entre la infinidad de referencias estilísticas que marcan estas obras elige quedarse con la histórica de Wilhelm Backhaus y la de su maestro, Mauricio Pollini.

La música de Piazzolla, de alguna manera, funciona como el contrapeso expresivo de un programa mediado por la música de Bach. “Bach que transcribe a Vivaldi y yo que transcribo a Piazzolla”, dispara Lavandera, que sobre la música del gran bandoneonista elaboró un lenguaje pianístico particularmente sofisticado. “Fue un largo trabajo de investigación, que llevé a cabo con mi padre –José María Lavandera, recordado percusionista de la Orquesta de Tango de Buenos Aires–. Mi idea fue cultivarme en un lenguaje lo más tanguero posible antes de grabarlas. Entonces salieron a flote las experiencias de haber crecido escuchado a pianistas como Alberto Giaimo, de quien tomé esos arrastres y todos los efectos tangueros, y también Carlos García, además de tomar como referencia y estudiar cuidadosamente la versión del Quinteto en la que toca Osvaldo Manzi”, asegura Lavandera.

-¿Hay algo de Beethoven en Piazzolla?

-Muchísimo. Sobre todo en el aspecto rítmico, la manera en que van construyendo un tejido formal de afirmaciones y contrastes a través del ritmo armónico. Sustancialmente el vínculo entre ellos se da a través de Bach, admirado por ambos. Las “Estaciones” de Piazzolla tienen mucho de Bach y Vivaldi, del mismo modo que Bach aparece en estas últimas sonatas de Beethoven. También Mendelssohn está entre Bach y Beethoven, además de buscar una síntesis entre su origen judío y su destino protestante.

Después de dar conciertos a dúo con el violinista Eric Hasenclever en Alemania, estrenar obras del compositor inglés Christian Mason en Inglaterra y ofrecer recitales en Madrid con músicas de América Lavandera regresa a la Argentina. Aquí está terminando algunas obras para orquesta pensadas con la voz de la cantante mapuche Anahí Rayen Mariluan, comienza a preparar el Segundo Concierto de Brahms e imagina un programa que incluya las variaciones Goldberg y las Variaciones Diabelli. Y ahora propone un concierto con un programa en todo sentido gigante. Un gran desafío musical, físico y temperamental. “Tocando toda esta música tan bella es imposible cansarse”, concluye el pianista.