“En Argentina, la gente prefiere los recitales antes que la Navidad o el Año Nuevo”, soltó Andrés Calamaro en la segunda mitad de su recital del miércoles en el Movistar Arena (repite el jueves). Lo que no es una hipérbole, y más si se considera que el tenor que tomó la ceremonia del show en vivo en la cultura local sorprendió incluso a Taylor Swift. Al igual que en su desembarco porteño de 2022, el músico eligió noviembre para reencontrarse frente a los suyos durante sendas noches. En la primera de ellas, de la misma forma que el año pasado y de la misma forma que siempre, no decepcionó. Para nada. Se mostró inspirado, aunque no desbordado. Toda una proeza en esta semana de chispazos en el país. Esa impronta se trasladó a la dinámica de su performance, que tuvo en calidad de invitado a Pablo Lescano, y donde hubo recuerdos para Ricardo Iorio y banderazo para Pity Alvarez.

A esta vuelta no le faltó el condimento expectante, luego de que el músico reconociera públicamente su simpatía por el bando ultraderechista en la definición de la elección presidencial argentina de este domingo. El comentario dividió las aguas entre sus colegas y seguidores. Desde ya hay que aclarar que no hizo ninguna alusión al respecto. Al menos a partir de la obviedad. Pero como la sensibilidad está a flor de piel, la alquimia de la canción (de prosa frontal y metáfora bien hilvanada) es aún hoy, en la era post AutoTune, el más poderoso amplificador de ideas, imaginarios e interpretaciones. “Mejor hijo de puta conocido. Que boludo por conocer. Malo el mentirle a tus hijos. Peor el que aconseja sin saber. Si es por mí chamuyame que me gusta”, desentraña en su inicio “Output-Input”, funk de cuño rockero y métrica rapera que inauguró el repertorio.

Antes desenvainar el tema incluido en su disco El salmón, el cantautor saludó a un estadio emocionado cuyas entradas estaban agotadas desde hace meses. Tras empezar en el teclado, se colgó su guitarra eléctrica Fender Telecaster verde (él la llama “Tele Toro”) y bajó un cambio para subirse a la balada rutera “Cuando no estás”. Entonces disparó el primer pogo del campo. Uno minúsculo, aunque el gesto fue significativo: había ganas de drenar la pasión calamaresca. Se esparció por todo el predio apenas sonaron los acordes seminales del primer clásico de la jornada: “A los ojos”, parido en los años iniciales de Los Rodríguez. La huella del rock sureño se mantuvo en evidencia en “Verdades afiladas”, y se transformó en sonido Stone en “Me arde”. Al punto de que en su conclusión se mimetizó con “Dead Flowers”, de la autoría de Jagger y Richards.

Ya con su vincha de calaveras puesta, señal de que la eucaristía estaba tomando consistencia, invocó el rhythm and blues con paladar de canción pop “Rehenes”. De la misma forma que sucedió la última vez que pisó ese mismo escenario, Calamaro se dedicó a repasar a lo largo de una hora y cuarenta y cinco minutos una selección de los temas más representativos de su obra solista y grupal. El mecanismo diferencial, apelando a la mecánica, radicó esta vez en sacarle provecho a su abundante y milagroso cancionero a través del popurrí. No es que no lo hiciera antes, pero ahora recurrió más al formato. El primer llamado de atención se produjo con “La parte de adelante”, a la que mechó con “Loco”. Si en “Verdades afiladas” ya había probado el mash up, en esta terna puso a surfear al funk “Corte de huracán” sobre el groove de la aria enaltecida a los orates.

De su último álbum de temas originales, Cargar la suerte (2018), rescató “Verdades afiladas” y “My mafia”, a la que dedicó a sus “mejores amigos del barrio de Villa Soldati”, donde aprendió -según dijo- un montón de cosas a partir de los 30 años. Después de esa balada con slide de guitarra y sabor a blues, el icono se vistió de crooner en “Los aviones”, que “mashupeó” en su corolario con el clásico salsero “El ratón”. Levantó el espíritu (y el codo) con “Mi gin tonic”, y sorprendió con “Lunes por la madrugada”, a manera de “recuerdo para los amigos”. En el hit de Los Abuelos de la Nada, el músico puso a prueba sus condiciones vocales al desdoblarse (al mejor estilo freudiano) en su “yo” joven y en el “yo” de su amigo y mentor. Una vez que remarcó la virtud y la suerte de que en esta ciudad gusten más los recitales que las fiestas, explicó que este año hizo una gira de 40 fechas.

Y en ese tramo del show también presentó a los músicos que lo acompañan hace un rato. Terrible banda, por su solvencia y efectividad. Tras introducir a Mariano Domínguez (bajo), Martín Bruhn (batería), Julián Kanevsy (guitarra eléctrica) y Germán Wiedmer (teclados), este plenipotenciario del rock argentino se colgó la guitarra acústica para hacer “Estadio Azteca”. A la que secundó con “El salmón”. Volvió a rockearla en “Alta suciedad”, y evocó su oda a Maradona (en su desarrollo el público gritó nuevamente los goles de Diego a Inglaterra, mientras eran revisitados en las pantallas) al calor de la sentencia: “La pelota no se mancha”. Y sí: es palabra de Dios. A continuación, irrumpió en el escenario Pablo Lescano, colgando ese keytar que lleva fileteado una AK-47. Y Calamaro lució uno idéntico, con fusil de asalto incluido.

El tándem disparó desde sus teclados ráfagas de sonidos amazónicos y chichas en su recreación tropical de “Tuyo siempre”. En pleno cierre, el mandamás de Damas Gratis se tomó la licencia de rematar con un pasaje de “Mil horas”. Luego de la ovación al de San Fernando, dejaron atrás a la cumbia villera bonaerense para viajar 14 mil kilómetros hasta el sur de España. Terruño de inspiración para otro éxito de Los Rodríguez, “Sin documentos”, precedido por un nuevo popurrí, esta vez basado en canciones del cuarteto hispano argentino. Arrancó con “Mi enfermedad”, siguió con “Todavía una canción de amor” y la conclusión estuvo a cargo de “Dulce condena”. De clásico en clásico, la sensación que comenzó a circular en el ambiente era de que se venía el final. Lo confirmó “Flaca”, a la que le sucedió la conmovedora “Paloma”.

En ese summum de la canción, donde “Blowin’ in the Wind”, de Bob Dylan, y “Amada amante”, de Roberto Carlos, se dan la mano, el público no pudo contener más la emoción. Incluso desprendió llantos, y en el medio de ese maremágnum tiraron desde el campo una bandera con la imagen de Pity. El cantautor se despidió como suele hacerlo, saludando con ambas manos arriba. Sin embargo, volvió a los pocos minutos. Es que aprovechó, como buen redentor de la tauromaquia que es, para dar la estocada final con “Crímenes perfectos”. Invocó a Ricardo Iorio (con imagen de fondo) en el alba de “Justo que te vas”, a la que hibridó con “Los chicos” para recordar al resto de sus colegas y amigos que ya no están: Luca Prodan, Pil, Cerati, Marciano Cantero, Pappo, Spinetta, Diego… Previo al adiós, le pasaron un capote de torero. Símil de su poder para desatar pasiones… de todo tipo. A la salida, por las dudas, unos cuantos entregaban un último estribillo: "Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta vota a  Milei".