“No hay que sentirse maestro de nadie. Es el alumno el que decide quién es el maestro. Uno puede ser un colaborador en la actividad de las personas, pero será maestro sólo si el otro lo construye como tal”. El que reflexiona sobre la figura del maestro no es otro que Julio Chávez, el actor que desde hace 38 años da clases de teatro en forma ininterrumpida. “Elijo cada día ser entrenador, como me gusta decirlo a mí”, afirma el actor, que desde hoy protagonizará junto a Inés Estévez, Juan Leyrado y Carla Quevedo El maestro, la ficción que El Trece emitirá todos los miércoles a las 22.45, TNT los jueves a las 22 y desde mañana estará disponible en forma completa en Cablevisión Flow. Con conocimiento de causa sobre el vínculo que se entabla entre el que enseña y el que aprende, Chávez aprovecha el papel de maestro de danza clásica que interpreta en la miniserie para reflexionar sobre la trama, pero también sobre la importancia del proceso educativo en su propia vida. “El vínculo alumno-maestro es, en mi caso, un vínculo constitutivo protagónico, mayor al de padre-hijo. La fascinación en mí apareció con la figura del maestro. Y mi afecto hacia mí apareció cuando me descubrí alumno”, confiesa en la entrevista con PáginaI12.

Actor consagrado, maestro reconocido, Chávez parece cumplir a la perfección con el physique du rol para interpretar a Prat, una estrella internacional de danza clásica, ya retirada, que escapó del circuito oficial para refugiarse en su escuela de barrio dando clases, sin mucho entusiasmo pero tampoco sin mayores contratiempos. Su acercamiento al personaje no tiene que ver tanto con la disciplina artística, sino con la experiencia de conocer los meollos que se esconden detrás de transmitir a otros conocimientos, técnicas y métodos referidos a la interpretación actoral.

“La cuestión de la enseñanza y el aprendizaje cruzan mi vida”, subraya Chávez, que asume como sus maestros en el oficio a Agustín Alezzo y Augusto Fernándes. Lejos de parecer una impostura, su vínculo con el conocimiento le resulta tan estrecho que no se pone colorado en confesar situaciones que otros preferirían esconder por simple pudor. “Ahora estoy leyendo Escritos políticos 1932-1962, de Herman Hesse. Hace tres días que estoy con ese libro y me siento como un alumno, me encanta. Hasta termino acariciando la tapa del libro cuando lo cierro, porque siento que me está enseñando muchas cosas. En este momento el libro es un maestro, para mí. Escuchar, aprender, pensar, forman parte de mi vida cotidiana. Tengo un alumno y un maestro en mi interior que dialogan constantemente. Siento que soy mi propio alumno y mi propio maestro”, dice el actor, sentado en uno de los sillones del teatro El Nacional, donde protagoniza junto a Adrián Suar Un rato con él.

En la miniserie de doce episodios dirigida por Daniel Barone, la trama se disparará cuando al ex bailarín se le cruce dos hechos inesperados que le harán replantearse el apacible futuro que tenía pensando para sí. En lo personal, Prat deberá hacerse cargo de un nieto ya que el padre fue encarcelado por transportar drogas cuando venía a visitarlo de España. Esa situación agita la convulsionada relación que el maestro tiene con Paulina (Estévez), su exmujer e histórica compañera de baile. Paralelamente, una joven y talentosa bailarina (Quevedo) se le aparecerá en su estudio pidiéndole fervientemente que la forme para poder obtener una beca, bajo recomendación de quién fuera su profesora de danza, recientemente fallecida. “El maestro tiene un relato muy sencillo y una belleza estética que va a sorprender. Es un proyecto simple en cuanto a su diseño, pero muy complejo en su realización expresiva, ya que cuenta con pocos elementos pero muy sensibles. Además, claro, de que se trata de un tema inesperado”, admite el actor.

–¿A qué se refiere a que es “inesperado”?

–Hacer un profesor de danza clásica no es un papel habitual. Se trata de un rol que tiene una especificidad que resulta muy atractiva para el que lo interpreta pero también para los televidentes. No es que es sobre un profesor de danza clásica pero se cuenta una historia diferente. Su profesión no es decorativa, se cuenta su oficio. Prat siempre se vinculó con el mundo a través de su oficio. Conoció a su mujer como bailarina, perdió a su mujer por la danza, su mejor amigo es su socio en el estudio, su secretaria proviene de ese universo... Se relaciona con el mundo a través de la danza. Tuve que tomar clases de danza y estudiar mucho sobre esa disciplina. 

–¿Es muy meticuloso a la hora de componer un personaje?

–Nadie va a contestarte que no lo es.

–Alguno podrá ufanarse de sacar a relucir el oficio, quizás.

–Pero el oficio puede significar el oficio de la búsqueda. Hay muchas interpretaciones, no hay una sola manera. Lo que no podría es trabajar “de taquito”. No por elección, creo yo, sino porque no me saldría hacerlo. De cualquier manera, creo que hay personas que trabajan de lo que para el otro es “de taquito” y resuelven el problema relativamente bien. Lo más importante es si el resultado interpretativo está bien o está mal. Cómo llegar al resultado es potestad de cada actor o actriz. El arte no es la resolución de un teorema matemático. Por suerte. Por lo general, los que señalan al otro como que trabajan “de taquito” no son más que resentidos que no tienen esa facilidad para resolver los desafíos artísticos. Aprecio el trabajo, el esfuerzo y la búsqueda para encarar cualquier cosa. El ejemplo del no trabajo, además, relaciona la capacidad con el talento del “elegido”. Igual, trabajar no te garantiza un resultado. Todos hemos estudiado y trabajado duro alguna vez y nos salió mal. 

–Pero hay un compromiso que, en su caso, se expresa en el hecho de llegar al teatro todos los días dos horas y media antes del comienzo de cada función de Un rato con él para repasar la letra. Después de cuatro meses en cartelera, ¿no podría llegar media hora antes?

–No dormiría contento. Estaría siendo infiel a mi afecto por el laburo, a mi entendimiento.

–¿Es inseguridad?

–No. Con pocas cosas en la vida establezco un compromiso, una ideología y una militancia como con la actuación. Si en aquellas cosas en las que decido hacerlo no hago lo que creo que hay que hacer, estaría perdiendo el tiempo. Tengo una manera de pensar: no me atrevería a subir al escenario si no hago lo que hago, como tampoco me atrevería a grabar una escena sin ensayarla.

–¿Supone que si no repasa la letra no le saldría la escena o la obra?

–No me interesa averiguarlo. Es un compromiso que he establecido. Tuve que hacer muchas cosas, por la cantidad de dificultades que tenía, para poder vivir de la profesión que gusto. He tenido que prepararme en muchos aspectos que hacen a la preparación actoral. Esas dificultades, el afecto hacia esas dificultades y la decisión de trabajar sobre esas dificultades estableció una relación de amor, respeto y dedicación con el oficio. Y también de agradecimiento. No quiero tener un oficio alejado de mis principios. Actuar no me es un esfuerzo, es un lujo. Millones de personas querrían unir su afecto, sus principios y su labor diaria y no pueden articular. Prefiero comprometerme con aquello que amo. A esta altura del partido, ¿por qué voy a romper ese vínculo?  

–A veces pasa sin que uno se dé cuenta.

–Tengo la impresión de que los seres humanos rompemos rápidamente ciertas formalidades. A veces producto del cansancio, otras de la desidia, en ocasiones del beneficio de que te va bien, de muchas cuestiones. La lejanía que a veces existe entre lo que sabés que debés hacer y los permisos que te das, en nombre del “bueno, no pasa nada”, daña a quien lo pone en práctica y al resto de la comunidad. Eso produce un cierto nihilismo, cierta depresión. Tengo un oficio que me gusta, ¿qué más quiero que venir dos horas y media antes y prepararme con tiempo, si nos va bien, disfruto lo que hago y encima ganamos buen dinero? ¿Qué voy a hacer? ¿Llegar diez minutos antes a la función? El espectador se está preparando también para venir al teatro, ya sea bañándose, poniéndose una linda ropa, o tomando un café o lo que sea. Durante la función se produce el tan esperando encuentro de esas dos instancias que se prepararon para comunicarse. Es maravilloso. 

–Y Prat, el personaje que interpreta en El maestro, ¿piensa parecido a como lo hace usted?

–Construí a Prat un poco de esa manera, pero porque el libro me lo autorizó. Hay maestros de todo tipo. Los hay corruptos, desganados, atorrantes, mercantilizados, crueles, contenedores... Este maestro me permitió poner algo de mí. Obviamente, tuve que entrenarme para construir algo que tuve que salir a buscar. Pero como intento colaborar en la formación de algunas personas, hay algo de mi experiencia que fue facilitador para comprender un punto de vista. Al haber transitado por este camino, sentí que tuve algo para darle a Prat, aun cuando hay aspectos de Prat que no tienen nada que ver conmigo y tuve que investigarlos. Por eso trabajé un año con el maestro y bailarín Raul Candal, al que le pedí prestadas muchas cosas y al que le robé otras sin que –supongo– se diera cuenta. Comentarios, frases, palabras, pequeñas maneras... Leí libros y vi muchos documentales. Lejos estoy de ser un bailarín clásico, pero muchas de las cosas que estudié me dieron elementos que fui juntando y con eso construí lo que pude de lo que creo que debía hacer.

–¿Es un maestro exigente?

–Prat no es un maestro muy duro, es un hombre bastante amoroso con la labor. Es exigente porque la danza clásica lo es. La labor es exigente. Harás señalamientos con más o menos piedad, más o menos cálido, más o menos estricto, pero el acercamiento al trabajo es de por sí exigente. A lo sumo, te toparás con un hombre con mayor o menor experiencia. Prat es un hombre que ha atravesado la danza por su cuerpo. Hay otros profesores que nunca llegaron a ser bailarines y enseñan estupendamente, pero hay algo que no tienen y es que no atravesaron la danza por su cuerpo y no conocen el repertorio. Entonces, les pasa que saben los pasos, saben la técnica, tienen un conocimiento de la anatomía extraordinario, pero a la hora de contar de qué va El espectro de la rosa hacen agua.

–¿Por qué Prat se alejó del circuito oficial de la danza?

–Es un hombre que está enojado con toda la administración artística, con todo lo que tiene que ver con las instituciones de la disciplina que se ocupan de legitimar talentos y ballets. Siente un profundo rechazo hacia eso. De hecho, se alejó de la institución oficial para abrirse su propio estudio de barrio. Pero no es un resentido, al contrario: para no resentirse con la danza se alejó de la institución. Cosa que a veces no es tan fácil comprender.

–¿Por qué?

–Porque cuando entramos en las administraciones, uno de los problemas es que le pidamos a ellas que mantengan el amor por el oficio, cosa que a veces es muy difícil. Una cosa es el periodismo y otra es la administración periodística. ¿Cómo hago para seguir queriendo ser periodista en esta administración? Pasa con todas las vocaciones. Es un problema histórico que atraviesa hasta al amor. Porque el amor tiene una institución que lo va a administrar. La pregunta es: ¿cómo se hace para que la experiencia del amor se mantenga genuina dentro de la institucionalidad que la engloba? Pero en la vida social construimos instituciones para poder organizarnos en sociedad. Prat es un hombre que se alejó de eso. La llegada de Luisa lo obliga a entrar nuevamente en las instituciones. El maestro cuenta la historia de un hombre que se creía liberado de determinadas instituciones sociales, a punto de jubilarse seguramente con una gran depresión, y al que de golpe la vida le trae ocupaciones que lo ubican nuevamente en una situación de jovialidad, replanteándole su vida y su futuro.

–¿Hay un mensaje optimista sobre la tercera edad en El maestro?

–La posibilidad de enseñarnos cosas es vital en los seres humanos. El aprender y el enseñar son actividades que se pueden hacer hasta el último suspiro. Incluso, la vida nos enseña a morir a cada instante, quieras o no. Hay que ser un buen alumno. Me gusta que El maestro vuelva a poner sobre el tapete a la enseñanza, una de las cosas más maravillosas que tiene la vida. La enseñanza en el sentido de seres humanos que nos enseñamos ente nosotros cuestiones que tienen que ver con la vida, con el oficio o con el pensar. No es un documental ni un trabajo de teorización sobre la enseñanza; es una ficción. Pero es interesante que una ficción ponga en pantalla la hermosura de que los seres humanos nos comuniquemos cosas, aprendemos y enseñamos, nos ayudamos. A mí me sigue emocionando cuando en la calle una persona le pregunta a otra una dirección y el otro se para, se toma su tiempo y le indica con dedicación cómo llegar al lugar. Si existe el bien y el mal como entes en disputa, siento que en esa situación triunfa el bien. Es como una pequeña flor en medio de un pantano.