San Juan tiene, sobre todo, una postal: es la del gran hongo que se recorta contra las paredes rojizas del Valle de la Luna, en el norte de la provincia, donde el viajero saca un pasaje sin escalas hacia el Triásico. Pero esta imagen tan clásica como omnipresente no le hace justicia a la variedad de paisajes del territorio sanjuanino, que va desde los viñedos de su Ruta del Vino hasta la seca planicie del Barreal o las raras formaciones que aparecen entre las aguas del dique Cuesta del Viento.

Graciela Cutuli
Indicadores de las Rutas del Vino en una de las más importantes provincias vitivinícolas.

VINO Y SOL La vitivinicultura sanjuanina tiene una larga tradición, que empieza en el siglo XIX, con el asentamiento de inmigrantes europeos. Y con ellos, de sus técnicas para el cultivo de la vid y la elaboración del vino, una bebida entonces presente en todas las mesas pero aún lejos del refinamiento que adquirió en los últimos años. La provincia tiene hoy cinco circuitos en la Ruta del Vino, según su ubicación. Y el viaje enológico puede empezar apenas se llega a San Juan ciudad, corazón del Circuito Centro, donde se afincan algunas de las bodegas más tradicionales, como Santiago Graffigna y su Museo del Vino. Es la mejor opción probablemente si se inicia el viaje en la capital provincial, por cercanía y por lo completo del recorrido. En una hora de paseo gratuito se asiste a la proyección de una película y se pueden conocer la zona de cavas, el patio de cubas y un viñedo experimental, además de participar en las degustaciones. 

El mayor número de establecimientos, sin embargo, se encuentra en el Circuito Sur, donde sobresalen las Bodegas La Guarda del Valle de Tulum, la bodega boutique Viñas de Seguisa y la propuesta orgánica de Alto Verde. El tercer eje, el Circuito Este, se levanta en los departamentos de San Martín y Caucete, con las bodegas Callia y Pulenta. Las rutas vitivinícolas terminan con el Circuito Oeste –en el departamento de Rivadavia con Merced del Estero– y el norte, donde se encuentra El Milagro.

Graciela Cutuli
El frente de la casa natal de Domingo Faustino Sarmiento, en pleno centro de la capital provincial.

CASAS Y MITOS La avenida San Martín cruza la capital sanjuanina y lleva hasta la plaza 25 de Mayo, que a diferencia de las de otras capitales provinciales no tiene mucha historia que exhibir: el pasado sísmico de la ciudad obligó a una total reconstrucción en la segunda mitad del siglo XX. El valor histórico se concentra entonces en la Casa Natal de Sarmiento, también situada en el centro, y muy fácil de reconocer: está frente a la Secretaría de Turismo, con su exhibición de dinosaurios, y preside la entrada una estatua de Sarmiento con un libro de lectura en la mano. En el interior, un patio central custodia un retoño de la higuera de Doña Paula Albarracín y su telar, con el que mantuvo a la familia y pasó a la historia de la iconografía escolar. El recorrido del museo es interesante no solo por Sarmiento, sino porque a través de la historia familiar se cuenta una época entera, cuando todo era ciertamente más precario pero los ideales del progreso mediante la educación estaban bien vivos. El Museo Provincial Gnecco y el Ciencias Naturales completan un recorrido inicial por la ciudad: luego, ya se puede poner rumbo hacia el Valle de la Luna haciendo un alto previamente en Vallecito, donde se levanta el santuario dedicado a la Difunta Correa. 

Según la hora y la época del año, se lo podrá ver casi desierto o desbordado de gente. En todo caso, conviene ir temprano porque en primavera y verano el sol aprieta y hace recordar la cercanía de aquel desierto que fue la última frontera de Deolinda Correa: “No hay corazón en San Juan / que por curtido que sea / no haya sentido la muerte / de la difunta Correa”, reza el poema que le dedicó León Benarós a la mujer, pionera en la sucesión de santos populares que hoy arrecia con el Gauchito Gil. No hay tampoco quien no conozca los altares que se le levantan al borde de las rutas, repletos de botellas vacías en homenaje al agua que podría haberle salvado la vida. Ella no lo logró: murió en el desierto sanjuanino mientras iba tras las tropas que habían reclutado a su marido. Pero sí salvó la vida de su hijo, amamantándolo ya muerta, según cuentan el mito y la leyenda cuya última consecuencia es este santuario repleto de peregrinos que vienen a asombrarse y pasar el día, entre puestos de comida regional y decenas de capillitas temáticas levantadas como exvoto.

Graciela Cutuli
El submarino, una de las clásicas formas talladas por la erosión en las rocas del Valle de la Luna.

HACIA OTRO MUNDO Unos 190 kilómetros separan Vallecito de San Agustín del Valle Fértil. Kilómetros que trazan la distancia entre el desierto y el oasis de esta localidad donde el régimen de lluvias permite un panorama diferente justo antes de viajar a la prehistoria. La ruta describe un arco hacia el este y sube casi hacia el límite con La Rioja: según la hora, los viajeros prefieren hacer un alto para alojarse en San Agustín, portal de servicios para las excursiones al Valle de la Luna, o bien dirigirse directamente al parque provincial. Por la tarde entonces, o bien a la mañana del día siguiente, la visita es de organización sencilla: después de comprar las entradas, los autos se disponen en hilera frente al ingreso y esperan la llegada del guía, que encabezará la caravana subido al primer vehículo. La afluencia varía mucho según la época del año: Semana Santa, vacaciones de invierno y fines de semana largos previos al verano pueden ver realmente una larguísima fila de autos serpenteando entre los senderos (usualmente al llegar a los 30 se limitan las salidas).

La visita clásica invita a adentrarse por uno de los paisajes más bellos de la Argentina, una superposición de rocas de diferentes colores que es lo más parecido que aquí en la Tierra se imagina sobre la vida en otros planetas. Los expertos pueden “leer” este panorama, explicando la formación de nuestro mundo hace más de 200 millones de años y cómo era la vida en aquella era de los dinosaurios (mucho antes de los patagónicos y por lo tanto más pequeños). Cada parada es una postal diferente dibujada por la combinación de clima extremo, vientos, agua y tiempo: la Cancha de Bochas, cuyas rocas esféricas van a apareciendo del suelo a medida que avanza la erosión; el Submarino, ahora con un solo periscopio; el Centro de Interpretación, que ilustra a los visitantes sobre la geología, el clima y los dinosaurios que habitaron el suelo sanjuanino (recorrerlo no invalida dedicarle tiempo también al museo de la entrada, donde hay réplicas y esqueletos fosilizados de los saurios del Triásico). Finalmente se llega al Hongo, la famosa formación de color arenoso que se levanta contra una pared intensamente roja... como las murallas de Talampaya, que forma un mismo sistema geológico con Ischigualasto. Es la hora de las mejores fotos –sobre todo si la visita es por la tarde– y de asombrarse frente a las dimensiones de esta formación gigantesca que un día, también, desaparecerá fruto de la erosión. Es un proceso natural y esperado, pero los guías advierten que en las cercanías ya se está formando un nuevo hongo. Los tiempos de la naturaleza hacen pensar que probablemente ninguno de los presentes hoy llegue a verlo, pero allí estará para que sigan asombrándose las generaciones futuras, herederas de estos paisajes y de aquello que las precipitaciones y los vientos quieran modelar con ellos.

Graciela Cutuli
Turquesa y ocre, los colores predominantes en el dique Cuesta del Viento, en el norte sanjuanino.

JÁCHAL Y MÁS VIENTOS Después del Valle de la Luna, la nueva y panorámica ruta 150 es el mejor regalo para la vista. Atraviesa la cadena montañosa, pasa frente a la oficina de los guardaparques y desemboca en Jáchal, un punto bien conocido de los argentinos que cruzan el paso de Agua Negra rumbo a Chile. El pueblo es chico pero tiene su plaza céntrica, los restaurantes y los hoteles necesarios para un alto (antes o después del Valle de la Luna) y seguir viaje. Un viaje que podríamos hacer por dos caminos: la RN 40, auténtica “ruta del desierto”, en línea recta hacia el sur; o bien bordeando el dique Cuesta del Viento, pasando por Rodeo y tomando hacia el sur rumbo a Iglesia y Talacasto. El trazado sigue los ríos San Juan y de los Patos, la gran atracción de Calingasta y sus miradores, donde es irresistible la tentación de ir deteniéndose para fotografiar el paisaje. 

Barreal está sobre la orilla derecha del Río de los Patos y es el punto final de esta parte del viaje. Tranquilo y bucólico, rodeado de los relieves de la precordillera, toma el nombre del Barreal Blanco o Pampa del Leoncito, la gran superficie plana de arcilla que se divisa ya desde varios kilómetros antes en la ruta, cuando se va rumbo al Parque Nacional El Leoncito. Esta llanura seca y cuarteada, que fuera el lecho de un lago, es famosa por sus vientos: es muy raro –aunque no imposible– llegar hasta aquí y que no se hagan presentes las corrientes de aire habituales a velocidades suficientes como para practicar carrovelismo. Los prestadores están generalmente por la tarde, con sus carros y las velas desplegadas listos para salir: la actividad, que lleva a los corredores de una punta a la otra del gran barreal de 12 x 6 kilómetros, es tan emocionante como atractiva y uno de los principales motivos que trae a la gente hasta aquí.

El otro es el Parque Nacional El Leoncito, famoso por la diafanidad de los cielos y elegido por lo tanto para la instalación de observatorios. El más grande (de toda la Argentina y no solo de San Juan o El Leoncito) es el Casleo, a más de 2500 metros de altura, que se recorre para conocer su gran telescopio y la sala de equipos. Allí hay guías especializados que llevan a los visitantes, pero no se organizan observaciones nocturnas salvo algunos días al mes, en horarios previamente acordados. El otro observatorio es la Estación Astronómica Carlos Cesco, donde hay visitas diurnas y nocturnas, en las que se puede aprender a simple vista sobre la observación de las estrellas y la disposición de las constelaciones, bajo la sombra vigilante del cerro Mercedario. Para los auténticos fanáticos de la astronomía, es una buena opción alojarse en el observatorio mismo para pasar la noche, una opción posible pero que desde luego hay que coordinar previamente. 

Al bajar, el viajero volverá a pasar por la Pampa del Leoncito. Y luego, su vuelta hacia la capital provincial se completará con un tramo de 200 kilómetros que lo hace volver a la RN 40 hasta desembocar otra vez en el punto de partida. Pero llevando consigo las imágenes de algunos de los más hermosos paisajes de la Argentina.

Graciela Cutuli
La Pampa del Leoncito, o Barreal Blanco, la lisa superficie ventosa ideal para carrovelismo.