Los alrededores de la villa 31 son el espejo de una medina marroquí. Por entre los puestos y el mercado callejero donde se vende de todo, se entrecruzan mujeres empujando cochecitos de niños, vendedores de chipa y trabajadores apresurados por llegar a la estación Retiro para tomar un tren que les asegure no perder el presentismo. Caminamos con María Paz Germán, mi anfitriona en el barrio, rodeados de ese mundo particular que bulle a metros del centro de Buenos Aires. Poco después entramos al famoso barrio, que creció como un quiste no deseado por la Recoleta en sus orillas, bajo la moderna autopista y alrededor de las dos estaciones de transporte de pasajeros más importantes del norte de la ciudad. De repente, nuestro paso se ve interrumpido por una procesión de la Virgen de Copacabana, llevada en andas por varios hombres y mujeres. Delante de ella, el cura fumiga el pasillo con incienso, en una especie de intento por conferirle espiritualidad a una realidad de ladrillo hueco demasiado concreta. Poco después se acerca una niña sonriente y abraza efusivamente a mi acompañante. Me entero que se llama Tania y que, al igual que Ariel, otro chico del barrio que aparece enseguida, participan desde hace un año y medio del taller de fotografía que dicta allí el proyecto Ojo de Pez.

Esta propuesta del Centro Conviven –una organización sin fines de lucro fundada por Ariel Ballester en el año 2007– se dedica a favorecer el desarrollo comunitario integral de niños, adolescentes, jóvenes y familias en varios asentamientos de la ciudad de Buenos Aires. Entre los años 2010  y 2013 el Centro extendió su trabajo: implementó los Talleres Artísticos Itinerantes en la capital, abrió espacios culturales en barrios del conurbano e inauguró una sede en la ciudad de Río Cuarto. A su vez, dentro del marco del proyecto del Centro Conviven, Ojo de Pez ha realizado muestras fotográficas en lugares como la Biblioteca del Congreso, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la Alizanza Francesa, el Centro Cultural Recoleta y hasta intervenciones callejeras. En la Villa 31 desarrolla la enseñanza de fotografía y video en la sede de un jardín de infantes, gracias al trabajo de agentes culturales como María Paz Germán que ofrecen su tiempo para despertar los instintos artísticos dormidos de sus habitantes más jóvenes. La idea es crear espacios educativos y artísticos donde niños y adolescentes puedan explorar su mundo y expresarse, para generar un cambio inclusivo. Plasmadas por la mirada desprejuiciada de jóvenes de estos barrios, las imágenes que surgen de estos talleres exponen, de diversos modos, el mundo de sus realizadores. Sus objetos, sus paisajes y su gente aparecen allí entrelazados a sus ideales y sus sueños, produciendo una experiencia visual colectiva, de doble efecto. Hacia dentro, expanden y transforman la propia realidad de los realizadores. Hacia afuera ofrecen una mirada nueva sobre un territorio desconocido por gran parte de la sociedad. 

Valga sólo como ejemplo de lo primero la experiencia de tres participantes jovencísimos de este proyecto –Braian, de Monte Grande, Toti de Mataderos y Thío, de Lugano– quienes luego de tres años de participar en un taller de fotografía crearon el suyo propio para transmitir lo aprendido a otros chicos. Alan Molina, otro tallerista, encontró en Ojo de Pez una experiencia aún más fructífera. En el año 2016 participó del proyecto Miradas Nómades. La propuesta, coordinada por Esteban Widnicky, tenía como objetivo que quienes participaban de los talleres pudieran vivir la experiencia del viajar y transformar su vínculo con el entorno. Fue en esos encuentros, donde Widnicky descubrió el buen “ojo de pez” de Alan para la fotografía. Guiado por Mariel Von der Wettern, su docente, el alumno realizó un viaje a Puerto Madryn, donde compartió la estadía con reporteros gráficos profesionales. El resultado fue que sus fotografías fueron exhibidas en algunas publicaciones y expuestas en una galería a cielo abierto en Palermo. Hoy Alan puede decir que es un profesional. 

Queda por explicitar el efecto sobre el afuera que tiene este proyecto colectivo de transformación. Cómo y dónde conocer sus propuestas visuales. No se inquieten. Todas estas experiencias acumuladas serán expuestas en la muestra que Ojo de Pez montará en el Centro Cultural Haroldo Conti para festejar su 10 años de existencia. La exposición, que se inauguró el sábado16 de septiembre, ha sido posible gracias a la invitación del Conti y está inserta dentro del Festival de Arte y Territorio que realiza esa institución. Participan: Tamara Lizondo, Laura Almaraz, Jorge Bustamante, Ester Arancibia, Belén Cervín, Joana Baldez, Daniel Ruiz Díaz , Dayanet Arias, Tania Changara, Betsabé Changara, Alex Fernandez, Angie Pedraza, Diamela Celeste, Yanina Paiva, Irina Almazan, Diana Fabian, John Flores Mamani, y Junior Huaringa Salgado. De cara al futuro, Ojo de Pez tiene el proyecto de hacer un libro con estas fotos, que aún no ha encontrado financiación. Por el momento, decenas de imágenes registradas por estos jóvenes en sus barrios serán puestas a consideración del público. Y, desde entonces, la sensibilidad y el arte de estos realizadores desconocidos quedará a consideración de todos.

Estoy seguro de que, dentro de pocos años, en estos asentamientos poblacionales donde hoy muchos luchan por demostrar que allí también hay artistas capaces de aportar algo nuevo al arte, se transformarán en los barrios más chic de la capital. En algunos de estos barrios, ocultos a la mirada de la mayor parte de los porteños y repletos de callejuelas que tienen una personalidad parangonable a la de los vícolos romanos, esto ya sucede. En la Villa 31, por ejemplo, restaurantes con comidas típicas de Perú, Paraguay y Bolivia están siendo descubiertos y frecuentados por las clases acomodadas de la capital. Y, sin duda, no pasará mucho tiempo hasta que algunas galerías de arte también se instalen en esas áreas. Sólo espero que en sus paredes florezcan imágenes de colectivos como Ojo de Pez, que trabaja hoy sin red, con la sola premisa de hacer germinar un arte de raíces propias en los territorios donde está presente. Un arte opuesto al vacío de contenido que muestra gran parte de la fotografía conceptual que decora hoy muchas galerías de la ciudad. Privado de las justificaciones estético-teóricas con las que un ejército de curadores ornamenta tanta vacuidad. Contrario a alimentar un mercado que se esfuerza en confinar a la oscuridad a toda fotografía de potencia expresiva que no requiera de explicaciones. 

Sería deseable que los gestores de arte del futuro recordaran que muchos de los movimientos de expresión más trascendentes de la historia del arte nacieron de la necesidad y del menester por compartir. Mucho antes de que hubieran asomado su hocico las concepciones manieristas y huecas que picotean hoy en día la cabeza de los alumnos de algunas escuelas de fotografía de la Argentina, cuya intención pareciera la de inyectar futilidad  en el campo fotográfico. Ojalá estas galerías chic-punk-colectivo-villeras, que presagio surgirán pronto en esos barrios marginales, sepan ver sin deformaciones conceptuales la sencilla pureza que guardan fotografías como las que conforman esta muestra de Ojo de Pez. Que tienen el enorme valor de ser exactamente lo que son. Y el inmenso mérito de expresar la vida de los pobres a través de los ojos de los pobres.

Las fotos de Ojo de Pez se verán dentro de la muestra Arte y Territorio en el Centro Cultural Haroldo Conti, Av. Del Libertador 8151, de martes a domingo de 11 a 21, entrada gratuita. Hasta enero de 2018.