El terremoto del jueves 19 de septiembre de 1985, de una magnitud de 8,1 en la escala de Richter y una duración de más de dos minutos (empezó poco después de las 7 de la mañana), afectó la zona centro, sur y oeste de México y fue el más significativo y mortífero de la historia escrita del país. El Distrito Federal fue la zona más castigada. El epicentro fue localizado frente a las costas del estado de Michoacán. Se estima que el sismo liberó una energía equivalente a 1114 bombas atómicas de veinte kilotones cada una.

Entre las muchas réplicas, se destaca la que se produjo al día siguiente, también poco después de las 7 de la mañana. Causó daños materiales en las construcciones previamente afectadas por efecto del primer sismo, además de provocar el mayor daño estructural al sacudir construcciones endebles.

Luego del sismo, en las zonas más castigadas se produjo un caos generalizado debido, además de los derrumbes, a la suspensión del transporte público, a los cortes a la circulación, a las víctimas que lograban escapar de los edificios colapsados, a los ciudadanos que se aprestaban a ayudar a los damnificados así como a la movilización de cuerpos de emergencia sin que hubiera una dirección que organizara y dirigiera las tareas de rescate.

Nunca se ha sabido el número exacto de víctimas fatales debido a la censura impuesta por el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado. Oficialmente se dijo que eran 3192, pero años después, con la apertura de información de varias fuentes gubernamentales, el registro aproximado se calculó en 20.000 muertos. La cantidad de cadáveres y el caos eran tales que debió instalarse una gigantesca morgue al aire libre: el estadio de béisbol del Seguro Social se usó para acomodar y reconocer los cuerpos, que fueron cubiertos de hielo para retrasar la descomposición.

Las personas rescatadas con vida de los escombros fueron más de 4000. Algunas de ellas resistieron diez días atrapadas en los escombros hasta que llegó el socorro. Y causó un impacto mundial el rescate exitoso de 58 recién nacidos que sobrevivieron tres días bajo los escombros de una maternidad.

Fue notoria la ausencia de una respuesta inmediata y coordinada de parte del gobierno. El propio presidente demoró 36 horas en dirigirse a la nación. Debido a la falta y la tardanza de acciones por parte del gobierno federal, la población civil tomó en sus manos las labores de rescate. Las primeras acciones organizadas fueron realizadas por los grupos scouts de las localidades afectadas, que atendieron a los damnificados durante varios meses. Eso implicó la autoorganización de brigadas, reforzadas especialmente por estudiantes de las carreras de medicina, ingeniería y ciencias. De inmediato grandes sectores de la sociedad capitalina se organizaron improvisando estaciones de auxilio. La gente que podía donaba artículos y contribuía como le era posible al esfuerzo de recuperación; esto incluyó que la población se volcara a mover escombros con las manos, regalar linternas, cascos de protección, etcétera. Ante la escasez de vehículos de auxilio, sobrepasados por la demanda, muchas personas habilitaron los suyos para el traslado de víctimas o víveres. 

Fueron destruidas totalmente 30.000 estructuras y sufrieron daños parciales 70.000, entre las que había hospitales y escuelas y más de 900.000 personas se quedaron sin hogar. Más del 90 por ciento de los edificios colapsados tenían una antigüedad de treinta años o menos. Las construcciones anteriores resistieron mejor. Esto destapó una enorme red de corrupción en la construcción, con flagrantes violaciones al código vigente. En los seis meses siguientes fueron demolidos más de 152 edificios en toda la ciudad. Se recogieron 2.388.144 metros cúbicos de escombros; tan sólo para despejar 103 vías consideradas prioritarias se retiraron 1.500.000 toneladas de escombros.

Al sur del Centro Histórico de la Ciudad de México, se ubicaban hasta 1500 talleres de costura, muchos de ellos clandestinos, en los que muchos menores de edad trabajaban en condiciones de explotación y miseria. Muchas víctimas quedaron atrapadas en las escaleras de los edificios. Estos edificios fueron de los últimos en recibir apoyo de maquinaria pesada para rescatar cuerpos, que permanecían bajo los escombros semanas después. Hay testimonios de que los dueños de esos talleres impidieron el rescate de víctimas para evitar que maquinaria y materias primas textiles fueran extraídas de los edificios destruidos.

Más de un millón de usuarios del servicio eléctrico se quedaron sin servicio directamente por el terremoto y otros tantos por los cortes que debieron hacerse hasta que se reparó la red. Otro tanto ocurrió con el gas.

Ante los riesgos de epidemia, las alertas de sanidad se dispararon, ya que enseguida fue evidente la presencia de sangre (proveniente de las víctimas del sismo) en muestras del agua potable en toda la red de la ciudad.

Era imposible la comunicación exterior vía teléfono pues fue seriamente dañada la estructura. Recién en marzo de 1986 se restableció en su totalidad el servicio de larga distancia nacional e internacional.

Los daños fueron calculados en 8 mil millones de dólares; las tareas de rescate se prolongaron hasta el mes de octubre y las de remoción de escombros, hasta diez años después. En 2017 aún hay campamentos en los que se alojan víctimas del sismo del 19 de septiembre de 1985 y de la tremenda réplica del día siguiente. 

Las consecuencias directas e indirectas del terremoto fueron de diversa índole, pero abarcaron un sinnúmero de aspectos tanto de la Ciudad de México como del país. Hubo consecuencias derivadas del propio movimiento telúrico, que abarcaron los meses posteriores, dado el alto número de víctimas y heridos; la remoción de escombros y los esfuerzos de toda índole por lograr la vuelta a la normalidad. Y también indirectas, que resultaron en un cambio del entorno urbano de muchas zonas de la ciudad, por la construcción de nuevos inmuebles que reemplazaron a otros y ampliaron los existentes; la creación de nuevos espacios públicos como parques, plazas y complejos de edificios en los espacios ocupados por los que habían colapsado. 

Todos los años se conmemora este terremoto con recordatorios en todo el país y un simulacro de alarma. Estos actos tienen una doble finalidad: homenajear a las víctimas y mantener a la población alerta ante los nuevos sismos. Ayer, el presidente Enrique Peña Nieto estaba en Oaxaca, el estado más afectado por el terremoto de hace una semana, en el acto de conmemoración del desastre del 85, cuando le llegaron las noticias de esta nueva catástrofe.

AFP
Se recogieron 2.288.144 metros cúbicos de escombros.