Guillermo Coria es hiperactivo: alcanza pelotas, le da indicaciones a una chiquita que la raqueta es más grande que ella, la anima, le saca una sonrisa y el también se ríe. Hace la sombra de los golpes, juguetea con la raqueta… Está feliz y comprometido con lo que hace, como director del programa nacional Nuestro Tenis de la Secretaría de Deportes y junto a un equipo que también integra su papá “Cacho” y otros exjugadores como Eduardo Schwank, Martín Garcia, y Mercedez Paz y los especialistas Romina Puglia y Fernando Vilches, entre otros, con quienes busca talentos, capacita entrenadores y dialoga con los padres de los jóvenes jugadores a lo largo y ancho del país.

El ritmo es intenso en el Club Comercio de Buenos Aires  y Coria parece otro pero es el mismo, aquel que dominaba el polvo de ladrillo antes de la explosión de Rafael Nadal. Coria sigue siendo El Mago, sin nombre, ni apellido: a los 35 años, en una hora de charla con Enganche, hablará con pasión de su vida con el tenis y de mucho más que eso, de cómo aprendió “a tener una vida como la de cualquiera”, algo que añoró en los tiempos en los que estaba atrapado en la burbuja del tenis. En definitiva, aprendió, y lo disfruta, que la existencia sólo es existencia y el mundo sólo es mundo si, además de uno, igual de relevantes que uno, están los otros, su familia, su esposa Carla y sus hijos, Thiago y Delfina.

Ignacio Sarraf

 

-¿El tenis te sigue dando alegrías?

-Sin dudas que sí. Ver la motivación de tantos chicos me pone muy contento y transmitir mis experiencias es algo único y especial. También con Red en Juego, donde vamos con la fundación a barrios humildes para darles la posibilidad de hacer un deporte que para muchos chicos es nuevo, que no lo han visto ni por televisión.

-Cuando terminaste tu carrera decías que querías devolverle de alguna forma al tenis todo lo que dio, ¿te imaginabas que sería de esta forma?

-Hice varias cosas y cuando me dieron la oportunidad de estar al frente de este programa me metí a fondo. Me di cuenta que no hay mejor forma que esta de devolverle al tenis lo que me dio, trabajar con los chicos, con el futuro.

-¿Cuánto cambió el Coria persona?

-Muchísimo, cambió mi personalidad cuando dejé de jugar. Me costó al principio formar un equipo, trabajar con distintas personas, porque como tenista te acostumbras a estar con gente que prácticamente te hace todo. Acá tengo que resolver un montón de situaciones de logística, de problemas, estudiar cómo está el tenis nacional, ver qué cosas hacen otras federaciones que puede ser bueno para nuestro país.

-Son muchas cosas…

-Un montón.  Hay que hacer todo de una forma profesional y distinta con los jugadores, los padres y los entrenadores. Hay que tener cuidado en las cosas que se le dice a cada uno, para que no vaya a contramano de lo que le dice su entrenador. Este programa me ayudó a madurar. Cuando sos padre, la cabeza te cambia 180 grados y, con el tiempo, por suerte, fui viendo otras cosas que cuando jugaba estaba bloqueado o encerrado y preocupado por, por ejemplo, recuperarme de los dolores que tenía por todos lados. Acá hay que decir y hacer las cosas con seguridad, no fue nada fácil para mi.

-¿Cómo decidiste irte a vivir solo a Miami con 13 años?

-Iba detrás de una oportunidad, aunque suene loco. A mí me ayudó mucho a todo lo que vino después, pero no lo recomendaría. O con mis hijos no lo haría ni en pedo. Me lavaba la ropa solo, vivía con 50 dólares a la semana, iba al supermercado y tenía que ver qué comprar para no llegar a la caja y pasarme. Comía sanguchitos y cereales con leche. Había recuerdos de los que me había olvidado y se me reflotaron cosas increíbles ahora que volvimos a clubes que yo he ido de pendejo.

-Volviste a tener 10 años…

-Sí, y yo era terrible a esa edad. Fuimos a Trelew y en el club había una foto del diario de cuándo fui y ahí me acordé quien me había alojado, cómo la pasamos en esos lugares. Lo mismo en Paraná, Corrientes, La Rioja, Misiones. Y eso me mantiene viva la pasión por este deporte, por el camino que recorrí y que podamos transmitirla a estos chicos es lo más importante, para que cada uno puedan cumplir sus metas.

-¿Hay que generarles esos deseos o ya vienen adentro?

-Es importante mantenerles latentes esas expectativas y las ganas y la motivación que les genera un Del Potro. Después, varía en cada uno. Yo siempre tuve personalidad desde chiquito, quería jugar con jugadores más fuertes que yo, más grandes, con los mejores, para jugarles de igual a igual y medirme. Bah, ganarles, yo quería ganarles a todos, siempre.

-¿No le tenías miedo a nada?

-Era un inconsciente, y esa personalidad fue clave cuando fui subiendo de nivel. El miedo lo transformas en motivación. Todos estos chicos que tienen 9 ó 10 están tomando decisiones constantemente, a cada minuto, tienen que estar tranquilos y disfrutar. Nosotros vemos chicos que también están convencidos de querer dedicarse pero el camino es difícil. Hay que insistir para que vayan al colegio, es fundamental.

-Vos lo tuviste que dejar…

-Yo por la COSAT (Confederación Sudamericana de Tenis), jugaba de enero a marzo.  Vivíamos en Venado y volvíamos a Rosario. Iba a un colegio público que tenía hasta séptimo grado y tuve que anotarme en otro colegio. Como estaba compitiendo no rendí el ingreso, quedé libre y me salió la posibilidad de irme. Y me fui.

-¿En tu cabeza ya estaba todo definido?

-Yo sabía que iba a ser tenista o iba a ser futbolista. Me encantaba el fútbol pero el tenis era diferente, era yo solo contra todos. Era responsable, no boludeaba. Siempre tuve los objetivos claros.

-¿Cuáles eran esos objetivos?

-Quería triunfar y conseguir todo con el tenis, pero mi primer objetivo era ganar plata para comprar una casa para mi familia y que no tengamos que alquilar más. Y hasta que no pude cumplirlo no paré. Ahí me puse en la cabeza ser 1 del mundo. Fui 2 en junior y 3 en profesionales. Quería ganar Roland Garros, lo gané en junior e hice una semi y una final con dos match points en profesionales. Fui un afortunado, tuve suerte, pero la busqué esa suerte cuando se me presentaron posibilidades. Y no es como dicen que el tren pasa una sola vez: el tren pasa muchas veces, pero hay que estar preparado para poder subirte cuando pasa. Hoy me siento un afortunado de haber podido ganar lo que gané y haber llegado a ser lo que fui.

-¿En la vorágine hay tiempo para disfrutar?

-No, yo quería más y no me conformaba. Era el más exigente, quería ser el mejor de todos, el 1, quería mejorar todos los días. Cuando estás arriba te estudian cada detalle, a full. Tenés, no uno, cien tipos que te quieren ganar. Pero si a mi me estudiaban, yo los estudiaba el triple. Yo tenía esa ventaja: sabía y me gustaba leer el partido, por dónde entrar, saber encontrar la estrategia. Esa virtud de pensar un partido y plasmarlo en la cancha era algo lindo, pero también me llevó a no disfrutar al máximo, sobre todo cuando era tan exigente conmigo todo el tiempo.

-¿El hambre y la mentalidad ganadora se pueden construir?

-En el tenis necesitas ser fuerte mentalmente desde pendejo para llegar. El que es vago y no es responsable no llega. La ventaja del tenis es que dependes de vos mismo, entras a una cancha, llegas a un torneo y depende de vos ir ganando. A mi me salía ser así, aparte no solamente con el tenis. Yo soy un hinchapelotas con todo, hoy con mis hijos, pobres, soy exigente con las cosas que hacen. Después caigo, mi mujer me hace caer y me digo que no puedo ser tan rompebolas si tienen 3 y 5 años... Uno nace y es de una forma.

-¿Qué te pasó en la final de Roland Garros es la pregunta que más te han hecho en tu vida?

-Me preguntan varias veces al día (se ríe, se toma un segundo y se larga a responder), pero son situaciones que hay que acostumbrarse. En su momento esa final me dolió y me hincho las pelotas (sic) no haberla ganado habiendo estado a un punto dos veces, a menos de cinco centímetros de ganar ese torneo. Pero también llegué a esa situación de match point en condiciones increíbles, después de haberme acalambrado. Mi único error fue que antes de jugar tenía la única preocupación de acalambrarme.

-Tanto lo pensaste que te terminó pasando…

-Yo no supe manejar mi ansiedad, era pendejo y no tenía experiencia de vivir esa situación. Ese Roland Garros a lo mejor lo pierdo no ahí, si no el año anterior, en la semifinal del 2003 contra Verkerk que tiré la raqueta, me fui de foco y no pude seguir jugando y pierdo un partido que no tenía que perder. Era difícil que le ganara a Ferrero, pero ya ahí me sacaba esa mochila de jugar una final y hubiera encarado diferente el torneo al año siguiente. Ya sabíamos que atrás venía un Nadal… hay Grand Slams que vos sabes que hay posibilidades por múltiples motivos, bajas, por confianza, por cuadro. Se juntaron un montón de cosas que me llevaron a no saber manejarme en el tercer set, en el cambio del lado del 4-3 cuando faltaba nada para el final del partido.

-¿Ya te imaginaste que en pocos minutos podía terminarse?

-En ese cambio de lado pensé ‘este puede llegar a ser el último cambio de lado del partido’. Y ahí empecé mal. Iba break abajo en el set, lo recuperé y cuando cambio 4-3, mi cabeza razonó ‘si puedo quebrar acá, ya saco para el torneo’ y chau. Automáticamente ahí quise apurar el partido, Gastón (Gaudio) aplaudía al público que hace la ola y yo estaba acelerado, quería jugar y terminarlo. Y chau, a los dos puntos se me empezó a acalambrar el gemelo y cuando terminé el game estaba todo duro. Todas esas situaciones después cuando las analizás y las estudiás. No solamente el partido si no también los días previos, cómo era yo como persona, cómo me preparaba, me ayudaron a madurar y a darme cuenta que cometí muchos errores que después me sirvieron a futuro. 

-¿Ese golpe duro te hizo abrir la cabeza de una forma que, de ganar, te la hubiese cerrado todavía más?

-Yo ya venía con muchas cosas adentro, lo del doping, resentido desde hacía tiempo, con bronca, odio. La sanción fue muy injusta y me boludearon los directivos de la ATP, no volví de la misma forma y con las ganas y la energía transparente que yo tenía a los 18 ó 19 años que estaba casi 20º del mundo. Venía subiendo con muchas cosas positivas por delante y tuve que parar un año casi, vivir toda esa situación. Volver al circuito y que en el primer partido te llamen a las 6 de la mañana para decirte que te van a hacer un control antidoping tratándote de que estás sucio y que sos la peor basura que hay en el circuito. Jugaba con bronca adentro mío.

-¿Ganar Roland Garros te hubiera sacado esa bronca?

-No lo sé. Antes del partido y durante esa semana pensaba cómo vengarme de la ATP, estaba maquinado pero mal… No se qué hubiera pasado si llegaba a ganar ese partido (hace un silencio de un par de segundos). Es difícil pensarlo en potencial porque no pasó, a lo que voy es que todo eso que tenía adentro era estresante y la bronca que yo sentí me llevó a jugar de una forma durante gran parte de mi carrera. Quizá ganaba Roland Garros y me retiraba, esa era una posibilidad concreta. Perder esa final me permitió ser mejor persona y darme cuenta de cómo eran las cosas. Cuando me retiré y después de pensarlo un montón de tiempo también me di cuenta de que fui un boludo de no dejar de lado esas cosas y seguir con lo mío. El juicio al laboratorio duró cinco años, por ejemplo.

-¿Ahí cerraste un ciclo?

-Cerré ese ciclo recién cinco años después de que pasó todo y a los 6 meses de eso me terminé retirando. Estaba en el medio de un torneo en Europa y me tenía que ir a New Jersey a declarar y volver y preparar el torneo como si no pasara nada. Ponele, estaba en Roma, me fui a declarar a Estados Unidos y volví a Europa para jugar Hamburgo. Y mucha gente no sabe todas esas cosas, o las lesiones con las que uno aprende a competir, o el estado físico en el que yo llegaba a la gira de polvo. Durante 3 ó 4 años yo defendía en esos torneos importantes casi del 80% de puntos que podía sacar en el año. Y todo eso son presiones que uno va acumulando y tampoco es vender humo de poner excusas o lo que sea. No, yo me comía cada cosa que me pasaba y situaciones que no sabía manejar por falta de madurez.

-Llegaste a decir que te agobiaba la fama, ¿Te sigue pasando?

-Cuando uno es tímido y venís de abajo, es raro que no te sorprenda el fanatismo de la gente. Ahora que me reconozcan me sigue sorprendiendo, a veces no lo entiendo. De chico me fue llevando a tener una personalidad particular, cerrado, mal.

-¿Te sentís conforme con la carrera que tuviste?

-Desde que me retiré también fue un proceso por el que pasé… Primero, con la Academia y cuando empecé a trabajar con chicos y reviví recuerdos de esas etapas, la cabeza me empezó a trabajar. Cuando acompañé a distintos chicos a los torneos Future, a lugares en lo que los chicos ni tenían un lugar bueno para comer o bañarse, y las canchas son un desastre , ahí me fue cayendo la ficha de haber vivido todo eso y de que pude superarlo con esfuerzo. Si cuando era chico me decías que iba a jugar con Agassi en Roland Garros, siendo 2 del mundo y ganarle, ¿qué hubiera dado? Lo que sea, firmaba eso al toque. Pero cuando estuve cerca me reprochaba en ese momento no haber ganado más, no haber conseguido más cosas o haber insistido un poco más. Por eso tuve que madurar y aprender a valorarme: hasta el día de hoy tengo los trofeos así nomás, no tengo nada organizado, los platos, el de Roland Garros, el de Montecarlo, están así apilados y guardados debajo de un placard. Y recién ahora estoy empezando a valorarme a mí mismo por todo el esfuerzo y la carrera que hice. Conseguí muchas más cosas de las que me imaginé que se podían dar. 

Ignacio Sarraf