El libro “La lengua chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”, detalla que los chaná vivían en una zona comprendida por el norte de la provincia de Buenos Aires, la zona meridional de Santa Fe y Entre Ríos, y la costa uruguaya del Río de la Plata. Su vida estaba íntimamente ligada al río; eran canoeiros, vivían de la pesca, en las costas, entre la cuenca del río y el monte, y en las islas. “Para nosotros el agua es la sangre de la madre tierra, por eso siempre se siente mejor estar en el agua. Yo me pasé media vida pescando y remando en el río; siempre que pude viví en islas, o tuve lanchas o botes. Los chaná engendraban a los hijos en el agua”, contó don Blas. Actualmente su casa está en el barrio Barrancas del Morro, a pocos metros del Paraná. 

Pero la vida junto al río en la época de los chaná no estaba exenta de peligros. La amenaza latente del ataque de otros pueblos cercanos, como los charrúa, provocó que los chaná desarrollaran estrategias de defensa particulares. Entre ellas, la más empleada, era el silencio. “Los chaná eran los guerreros del silencio. El silencio era una obligación. Era necesario para poder sobrevivir, para escuchar si venían a atacarlos. Por eso se impedía el llanto del niño y la risa. Ni los hombres ni las mujeres lloraban. También se le cortaban las cuerdas vocales a los perros. La música estaba prohibida. El monte avisa con silencios y con ruidos”, explicó Blas. “La cultura chaná era una cultura sin miedo. Nunca me he reido, nunca he llorado y nunca tuve miedo”, agregó luego. 

Viegas Barros admitió que se mostró escéptico cuando Blas le contó por primera vez sobre los perros mudos. Sin embargo, en su investigación encontró crónicas que datan del año 1536 en donde se mencionan unos indios cercanos al sur de lo que hoy es Entre Ríos que tenían perros chiquitos que no ladraban. “Además - contó el lingüista - , en el campo de Entre Ríos se encuentra mucha gente que dice que sus padres o sus abuelos les contaban que había perros que no ladraban. Lo que describe Blas es como una cultura del silencio, donde no había música; el chaná no tenía que reír ni llorar y existía muy poca literatura oral”.

“Como muchos indígenas americanos, en los chaná hay una visión sobre la naturaleza donde la naturaleza no es buena porque sea útil. El hombre es parte de la naturaleza”, describió Viegas Barros. Entre los textos chaná traducidos en el libro figura la “Oración a la Madre Tierra antes de cortar un árbol”, que sirve como ejemplo de la forma que tenía esta cultura de concebir la naturaleza. La oración versa: “Madre Tierra / con mucho respeto te pido / que no castigues a tu hijo / que necesita matar el árbol / para hacer una canoa con su fuerte tronco / y con sus ramas cocinar nuestra comida”. 

El propio don Blas, a pesar de que casi siempre vivió en la ciudad de Paraná, toda su vida trató de mantenerse cerca de la naturaleza. Según contó, cada vez que puede se va al monte a caminar entre los árboles y las plantas, a acampar, a pescar y navegar por el río. “Don Blas, por ser de familia de curanderos, tiene un conocimiento sobre medicina natural invalorable. Conoce cada plantita, cada hojita, cada corteza; cómo y para qué sirve, cómo se prepara”, remarcó el investigador de Conicet. 

La comparación entre la cultura chaná y la charrúa, si bien eran pueblos vecinos, en un principio no mostró demasiados rasgos en común. Viegas Barros explicó que los charrúa “sí tenían instrumentos musicales”, y “eran cazadores recolectores de tipo tehuelche, estaban con un complejo ecuestre, así como los indios de las grandes praderas, como también los tehuelches y los toba. Andaban a caballo, se dedicaban a la caza, no tenían agricultura, casi nada de alfarería”. En tanto, los chaná “tenían alfarería, vivían de los productos del río sobre todo, tenían algo de agricultura y eran más sedentarios”, detalló el lingüista, y advirtió que la pregunta de cómo se llegó a esa diferenciación es interesante, “porque en las familias lingüísticas pequeñas generalmente todas las lenguas comparten la misma culturas o muy parecidas, y las diferencias culturales se dan en las familias de 50, 60 lenguas”.

De todas formas, según sostuvo el investigador, en el último tiempo algunos antropólogos realizaron trabajos que muestran que los charrúas del siglo XVI eran mucho más parecidos a los chaná: eran canoeiros, dependientes del río, por lo cual la transformación en cazadores recolectores se dio a lo largo de un par de siglos. “Tuvo que ver seguramente con la presencia de los españoles. Con la introducción del caballo adoptaron un tipo de vida que de pronto era más fácil. Los chaná fueron más conservadores en ese sentido”, añadió.

La mayor parte de los descendientes de los chaná se encuentran en Uruguay. En la otra orilla del Río de La Plata, más específicamente en la ciudad de villa de Soriano, hay según Viegas Barros unos 10 mil descendientes de chaná, aunque no conservaron ni la lengua, y la cultura se perdió completamente. Esa ciudad fue fundada en 1660 por el fray Bernardo Guzmán con población chaná, y se llamó en un principio Santo Domingo Soriano, escribió el investigador en el libro. Entre otras referencias en las que Viegas Barros rastreó menciones al pueblo chaná, se encuentra el “Repartimiento de indios” elaborado en 1582 por el segundo fundador de la ciudad de Buenos Aires, Juan de Garay, en el que se nombres una docena de nombres de caciques chanáes. También en la literatura gauchesca del siglo XIX, en un poema de Hilario Ascasubi Santos Vega, el investigador destacó que hay un personaje llamado Sixto Berón, apodado “el chaná”, del que se dice que vive al sur de la provincia de Santa Fe, cerca del Paraná. 

Informe: J. F.