“La primera vez que toqué con ellos fue sin haber ensayado nada. Simplemente probé sonido un rato antes del show y luego subí al escenario. ¡Encima mi inglés es un desastre! Pero nos conectó otro lenguaje mucho más poderoso y universal: el musical. Encima, cuando me presentaron, se vino el lugar abajo. Ellos no entendían mucho... ¡y yo tampoco!”. Vapors of Morphine (la continuidad de Morphine tras la muerte de su líder Mark Sandman) conoció a Sergio Dawi por gente en común y cada vez que el grupo viene a Argentina lo convoca para sumarlo como invitado, tal como ocurrió a fines de septiembre en Niceto. La anécdota sirve para graficar un rasgo que pocos ex Redondos gozan: la posibilidad de abrirse un horizonte artístico propio más allá de la ricota que se le añade por su pasado en aquel elefante. 

Así las cosas, Dawi hoy se encuentra reembarcado en Estrellados, su proyecto solista que comenzó en 2001, con el disco debut epónimo, luego continuó con Quijotes al ajillo (2008) y ahora retoma con Jaqueados tras experimentar otros formatos. El más difundido es SemiDawi, sociedad vigente con el otro ex Redondo Semilla Bucciarelli, quien en este caso deja el bajo para dedicarse a su otro talento: el dibujo (que proyecta en vivo). Jaqueados, que fue presentado cuatro veces en el Konex bajo la modalidad de teatro ciego, ahora será mostrado con todos los sentidos esta noche en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772). “Es un nuevo camino más, esta vez acompañado por otros músicos y mi saxo dentro de un lenguaje digital, porque usamos procesadores, looperas y samplers. Se trata de un viaje hacia un horizonte que luce asomado pero al que nunca llegamos”. 

–¿En qué momento de su búsqueda personal lo encuentra Jaqueados?

–En cierto punto me recuerda al 2001, cuando saqué Estrellados, mi primer disco solista. Es verdad que con el saxo podés gritar, llorar y hasta franelear, pero sentía una necesidad de expresarme más allá del instrumento, y por eso me decidí a cantar. Pero hay otro elemento que me remite a aquel entonces, y es el sentido de incertidumbre total frente a lo que sucede en el mundo. En la tapa aparece una chica que simboliza al futuro metida en medio de un San Telmo y con una postura de decir: ¡Paren la mano, estamos jaqueados! Al mismo tiempo es un proyecto medio romántico, fuera de tiempo, porque estamos sacando un disco en una época donde las computadoras ya vienen sin reproductor de CD. 

–Este disco parece tener el concepto de banda sonora de un espectáculo: son nueve canciones unidas sin silencios en el medio. ¿Fue pensado en función de su puesta escénica?

–Lo presentamos originalmente en formato de teatro ciego, en el Konex, porque es algo que ya había hecho con Quijotes al ajillo y la experiencia fue excelente. Nos asociamos con un grupo que maneja la técnica, que son semiciegos y saben de qué manera pueden estimular al público con sonidos, teatralizaciones y hasta olores. Ahora lo haremos en un formato convencional pero con la misma intención escénica. 

–En su disco anterior confesaba que se había inspirado en pequeños idealistas. Ahora, en cambio, el estímulo es la desilusión. ¿Qué ocurrió en el medio para que el prisma se oscureciera?

–Cuando nos ponemos a hacer estas cosas, los músicos tenemos una antena que percibe lo que pasa. El disco empezó con sus canciones, aún sin las letras, aunque la oscuridad golpeaba la puerta y eso me fue susurrando las letras. Digamos que esa dirección se fue revelando sola, no hubo una zanahoria a la cual seguir. Muchas veces trabajo como con un rompecabezas, más al estilo de un orfebre, buscando que las palabras tengan un sentido poético pero también musical. Lo cierto es que hoy vivimos en un tiempo donde la humanidad está desamparada, casi sin futuro. 

–¿Cómo se siente en este rol de cantante? 

–Es difícil hacer canciones, ponerle letras y, encima, encontrar alguien que las cante. De modo que no me quedó más remedio que hacerlo yo, aunque no me veo tanto como cantante, sino más bien como un decidor. Una especie de rapeo bajo un estilo que sigo buscando, con cierta influencia tanguera también. Desde ese lado lo disfruto y me siento cada vez más cómodo. 

–Usted también pinta y esculpe. ¿Nunca pensó en mostrarlo?

–Me gustaría, pero a veces padezco la falta de tiempo. Puedo hacer muchas cosas, aunque soy bastante lento. Hay gente que se inspira, tira cuatro manchas y ya tiene forma. Yo, en cambio, tiro esas cuatro manchas y ya no me gusta la tercera, así que debo cambiar la segunda. ¡Ya llegará el momento en el que me gustan las cuatro manchas, y ya! Yo soy un hacedor, un tipo que está todo el tiempo activando cosas, pero que además de eso gusta de involucrarse en la producción. Por eso es que todos los proyectos llevan por lo general varios años de maduración.

–Hace tiempo viene juntándose con otros ex Redondos para tocar aquellas canciones. ¿Qué tuvo que suceder entre ustedes para que esto continúe?

–Un amigo insistió mucho para que esto se materializara, y con Semilla fuimos dándole forma con distintos encuentros hasta el que hicimos en el Konex, donde estábamos todos. Es una experiencia gozosa y eso es un alivio, porque siempre tuvimos la precaución de no gastar eso que se generaba, ese magnetismo que nos unía sobre el escenario. Imagínense la cantidad de grupos tributo que nos quisieron invitar, incluso ofreciéndonos mucho dinero. Pero esto, en cambio, fue bastante natural. Nos dijimos a nosotros mismos “¿por qué no hacerlo?”. El objetivo es cuidarlo y no convertirlo en una maquinita de facturar. Y la verdad que es hermoso reencontrarnos con las canciones de por medio en esa situación de fiesta pagana. En este mundo jaqueado, los momentos de alegría nos alivian.