Los “intelectuales” –politólogos, sociólogos, economistas, columnistas y analistas varios, entre otros– necesitan ganarse la vida u honrar sus ingresos en universidades, consultoras y fundaciones. Esta necesidad inmediata y honesta es una explicación posible para la súper abundancia de análisis sobre la “verdadera naturaleza” de la Alianza Cambiemos. Otra explicación posible es el “ansia de novedades”, esa voluntad ancestral de explicar las formas nuevas –Cambiemos– de un hecho viejo –el neoliberalismo– dato que a su vez explica que el grueso de los análisis resulten abrumadoramente superestructurales, es decir prescindentes de la base material y prodigiosos en las dimensiones institucionales. La forma nueva, vale reconocerlo, hizo su aporte. El discurso de Cambiemos es el reino del revés y sus acciones no son lineales. Discurso y acción son, precisamente, las herramientas para la construcción de legitimidad, el punto más fuerte del actual oficialismo.

El viejo neoliberalismo que gobernó entre 1975 y 2001, con hitos en la dictadura, el menemismo y la primera Alianza, la radical–frepasista, aprendió de sus errores. Aprendió que sus políticas, luego de la crisis de 2001–2002, no podían ser nuevamente asimiladas por la población si se expresaban tal cual son. Estas políticas son conocidas, apertura, desregulación y privatizaciones, la tríada del Consenso de Washington, junto a políticas monetarias de altas tasas de interés y entrada de capitales para estabilizar el tipo de cambio y, con él, la macroeconomía. El objetivo general es la libre circulación de capitales y mercancías y la disminución del peso relativo del Estado para mantener sin variantes el actual esquema de la división internacional del trabajo. En otras palabras, consolidar un modelo de desarrollo dependiente.

La confusión superestructural de los analistas se produce, amén de las deformaciones profesionales particulares, precisamente porque se asocia al neoliberalismo con una aplicación lineal de estas políticas. Pero la segunda Alianza, Cambiemos, avanza travestida. Como una aplanadora, pero travestida. Por eso se necesita ver el fondo, no la forma. Cambiemos no privatiza abiertamente, pero desregula aceleradamente los mercados de las empresas públicas. No privatiza Aerolíneas Argentinas, pero ensaya cielos abiertos, no privatiza YPF, pero desregula el mercado petrolero, los hidrocarburos dejan de ser estratégicos, se abandona el objetivo del autoabastecimiento y crecen las firmas de la competencia. En obra pública, si los publicitados programas de participación público privada se presentaron como una alternativa de financiamiento, la creación por el decreto 794/2017, conocido esta semana, de una empresa privada dentro de Vialidad Nacional, Corredores Viales SA, una firma con similares atribuciones que VN, representa una privatización virtual y otro vaciamiento de las funciones del Estado. El objetivo, sólo para empezar, es saltarse licitaciones, regulaciones y derechos de los trabajadores.

En cuanto al peso del sector público, el neoliberalismo proclama austeridad, pero sus gobiernos siempre fueron deficitarios y crearon pesadas herencias de endeudamiento. También lograron atar en el imaginario público ambos conceptos, la deuda externa se toma para cubrir déficit interno, una ficción instrumental para justificar la resubordinación al poder financiero implícita en el crecimiento de los pasivos en divisas. Mientras la prensa oficialista construye la fantasía de una presunta bonanza, crece año a año el peso de los servicios de la deuda en un escenario de déficit estructural de la cuenta corriente del balance de pagos. Deteniéndose en el déficit interno, luego de comenzar su gobierno multiplicando ministerios, secretarías, subsecretarías y direcciones nacionales, es decir tomando al Estado como botín de guerra y aumentando su tamaño, Cambiemos deja ahora trascender un ajuste post electoral de la estructura pública. El objetivo, otra vez, sería dar “una imagen de austeridad” aunque solo se regrese a la situación anterior a diciembre de 2015.

Finalmemte, el mantenimiento del gasto social como estrategia de contención, el único contrapeso de las transferencias al capital en un marco de mayor desempleo, es la estrategia más festejada por los propios. Especialmente por quienes entienden que además de transferir al capital hay que mantener la paz social y ganar elecciones. Dicho de otra manera, que el neoliberalismo realmente existente no sea igual al pintado por algunas de sus caricaturas mediáticas más grotescas, como los Espert o los Milei, no significa que no sea neoliberalismo o que sea algo nuevo. La principal “novedad” de Cambiemos es hacer neoliberalismo sin gritarlo.

Resta un último punto, la inquietante mirada de la Alianza Cambiemos sobre sí misma, mirada sintetizada por uno de los intelectuales orgánicos de la coalición, el economista radical Pablo Gerchunoff. En declaraciones realizadas esta semana al diario español El País, el integrante del equipo económico de José Luis Machinea bajo la primera Alianza sostuvo que la segunda década del siglo será una “década perdida”. Es decir, después de un lustro de gobierno de Cambiemos con suerte se recuperarán los niveles de 2011. Pero el sincericidio no termina aquí. Para Gerchunoff el estancamiento es el precio a pagar por un “tercer intento” de modernización de la economía. El primero habría sido el programa económico de la dictadura 1976-1983 y el segundo el menemismo, un dato fuerte para quienes todavía discuten si el actual modelo se parece al 76 o a los ‘90. Se trata de una modernización en la que la industria y los derechos laborales serían lo “antiguo”, ya que el problema de Argentina es que no existiría “una noción colectivamente compartida de normalidad distributiva”. Imagine el lector cuál es esa normalidad a la que una parte de la población se resiste y que podría hacer fracasar este tercer intento. Dicho mal y pronto, lo único que la Alianza gobernante tiene para ofrecer a las mayorías populares es el mensaje repetido por Winston Churchill en los albores de la segunda guerra mundial: “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Eso sí, con libertad para elegir el orden.