Juan. Todos mulas de ese nombre. Juan, y los apellidos de mamá. Mis dos mejores amigos, Juan Paulo Morelli y Juan Segundo Pandolfi tenían el apellido de las mamás, de la Melani Morelli y de Clara Pandolfi. Yo tampoco conocí a mi papá, pero eso no era traumático en Alcorta porque nos curaba una mayoría comunal: todos éramos hijos de nuestras buenas madres solteras, viudas y divorciadas.

Todos Juan salvo Daniel Sprobieri, que por su excepción recibió ab ovo todas las mofas de las que sólo pueden ser víctimas las minorías, aún más si es una minoría de uno. Pero Daniel era tan insignificante como el padre de Daniel, Daniel Sprobieri Padre, un odontólogo jubilado que nunca ejerció y que murió sin acaso velatorio. Al resto nos mancomunada una paternidad a base de madres, y una maternidad también a base de madres, valga la redundancia.

Juan José Pandolfi, Juan Miguel Raponi, Juan Martín Cardinale, Juan Ángel Morales, Juan Cruz Catena, Juan Manuel Zamaro, Juan Andrés Valla, Juan Pablo Segundo Cortez, Juan Ovidio Mezabotta, Juan Domingo Cipriani, Juan Ernesto Silva, Juan Luis Freyre y Juan Alberto Dipaolo éramos los 13 compañeros de 6° grado de la Escuela de Monjas San Francisco de Asís. Ahí la confusión era moneda corriente. Nos hacían pasar por otro, me convocaban para el acto del Día de la Bandera y terminaba actuando en el del 9 de Julio, se portaba mal el Juan Ángel e iba a la dirección el Juan Alberto, o cumplía los años Juan Domingo y se lo festejaban a Juan Sebastián. Ese enroque nominal por defecto era correlativo a la imposibilidad mnemotécnica de recordarnos. Había que tener mucha pasión retórica para poder hacerlo, y no era ese el caso de nuestra docencia monasterial.

Podía pasar todo un año lectivo sin que la Hermana Mónica me diga Juan Bautista, incluso me reprobó en dos ocasiones como Juan Mateo y como Juan Pablo. 'Ay, corazón, perdonáme, se me mezclan los profetas?, decía. Y le decíamos el Síndrome de la Abuela Materna, que para decir tu nombre decía primero el de los otros 8 nietos, con buena fortuna.

En el Club reinaba la misma convulsión, los 11 de la 5ta campeona de la Liga Deportiva del Sur éramos uno. Eso fortalecía al equipo pero, a veces, lo estrangulaba. Solíamos llamarnos por el segundo nombre para poder dar un pase en una sola dirección. O bien, lo hacíamos por sobrenombres para darnos vuelta de manera particular y no todos al unísono. O bien, tirábamos centros en silencio para que no se sientan en la obligación de ir a cabecearla los 10 a la vez. Un dolor de cabeza paliado a base de Ibuprofenos 600mg, por cuya excesiva demanda reinaba, o su sobreprecio, o su escasez. Era una coincidencia de alcances metafísicos y de padecimientos neurálgicos, porque sin un Dios esto era digno de brujería o de fábulas. Pueblo alado o pueblo maldito, llamado a los milagros masivos de la casualidad.

Mamá llora cada vez que le pregunto por papá, como si se viera defraudada por la existencia misma de mi pregunta, en la medida en que "no deberías haberla hecho, me saliste mal, rebelde e insolente, el acuerdo era otro, pibito pendenciero". A veces, cuando hablo con Juan Paulo y con Juan Segundo, los tres llegamos a la conclusión que no fueron madres solteras por opción sino por estigma e invocación.

Los 80 fueron, primero, beligerantes, y al postre, hiperinflacionarios. En esa década, los hombres que no estaban en el exilio o en el frente de batalla estaban en la ventanilla del viejo Banco de Santa Fe, tampoco fue una década fácil para la paternidad de la soja, el trigo y la cabeza de terneras. No, es cierto. Sí, es cierto. De acuerdo. Pero las madres de los tres sonreían cuando cada uno, después de comer el puchero del lunes, le decía su conjetura sociológica pampeana del origen de sí. Las tres de acuerdo, las tres emitiendo una risa socarrona al compás. Sospechoso de confabulación. Era una comunidad santafesina presta a elecciones demócratas progresistas o de derechas teológicas. La Juventud de la Restauración Católica tenía más integrantes que la JP.

Yo te digo que creo, Juan Bautista, pero no le digas nada a nadie, menos al Juan Luis que, últimamente, está muy susceptible. ¿A qué Juan Luis: Ortíz, Meneguetti, García, Daniele, Ferreri, Salvatore, Montelpare, Jiménez, Huidini, Caseros, Cucco, Contardo, Lazzani, Tumini, Maldonado, Silva, Zamaro, Manazeri, Falco, Estapich o Domenech? No, te decía del Juan Luis Soronsohn. Ah, decíme. Yo te digo qué creo, en serio, porque lo escuché decir por ahí, una cuarentena de veces, o más todavía, se lo escuché a casi todas, a tu mamá inclusive. Yo estoy casi convencido de que todos somos hijos de un tal Francisco.

Y era hermoso, como Fantino o Facundo Arana. E inteligente, como Iván De Pineda o Sofovich. Y no había forma de resistir a sus encantos. Él tampoco se sabía resistir, y amaba indiscretamente, en un despliegue erótico espartaco, quizás como un acto milagroso para un género vapuleado por esa década de miseria masculina. Milagro de amor en condicional pero, ojo, porque a todas sus amantes las obligaba a lo mismo: "No le hables de mí, ni le pongas mi nombre, ponéle otro, menos aristócrata, más popular, José o Juan, no sé, para no generar sospechas de ascendencia, mi tatarabuelo, mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre y yo llevamos el mismo patronímico. Me cansé, quiero romper con esa tradición vanidosa", les decía. Y esas mujeres, abrazadas por su candor, aunque abandonadas luego de embarazadas, buscaban, no obstante, que se haga su voluntad. Y José era feo, sigue siéndolo, entonces no les quedaba otra opción estética que Juan, todos Juan, entendés, sin excepción, una iglesia nominal de Juanes a causa un tal Francisco.

No puede ser, ¿vos decís que tu papá es el mío y el de toda nuestra generación? ¿Y que, amén, les dijo a todas lo mismo? Sí, y creo que se le escapó por vanidoso, ¡por megalómano y vanidoso! Una necesidad de castigo, terminó sucediendo lo que no quería. Tu mamá, mi mamá, ¿tan incrédulas?, ¡¿vos te las imaginás tan incrédulas?! No eran incrédulas, sólo necesitaban creer en un amor, Juan. Y este Francisco se multiplicó a sí mismo como panes y peces, para buenaventura de los corazones rotos, y mientras para tu mamá era Francisco Alberto, para la de Juan Segundo, Francisco Raúl, y para la mía, Francisco Domingo. Y así 1.955 veces. Sistemáticamente. Tantos segundos nombres como amores, pero se le escapó con el primero de pila, primero con el suyo y segundo con el nuestro: todos Juan de un Francisco.

Estoy seguro, en serio. Creo que esa metamorfosis semántica salvó al pueblo de la plaga beligerante que implican los celos recíprocos. Y creo que Francisco era tan hipnótico como reticente, o mejor, era hipnóticamente bello por reticente. Hombre de pocas palabras y de acciones inversamente proporcionales. Su gusto lo imponía atlética y enigmáticamente. Y es probable que ese gusto estético monocorde se haya traducido genéticamente, en un darwinismo teológico sin precedente.

Todos Juan, todos hombres, ni una sola mujer en toda nuestra generación, una generación sin educación mixta por defecto. Es raro. Por lo menos, raro. Todo reducible a un mínimo ADN monosilábico, Juan o José, Juan o José, Juan o José, siempre lo mismo, por un lapsus fonético, o por un mesianismo homosexual reprimido, eso no lo sé, pero un lacónico e infatigable Juan o José.

Y así, muerto Francisco ya nada nos estaría permitido. Sucesivamente perseverantemente obscenamente dejando rastros de su transitorio amor, o de su culpabilidad inocente, en todos y cada uno de nosotros, ahora mancebos célibes. Se le indexan unos 1.955 primogénitos, un 47% del total del último censo de 1989. Y ahí saltó la liebre, entendés, le saltó. No podemos llamarnos todos Juan por casualidad, tenemos que ser los hijos no reconocidos de una única causalidad vergonzante, o de una única artimaña tan gimnástica como eclesiástica. Porque no se puede amar en tamaña cantidad, yo entiendo que vos, Juan, puedas llegar a amar a 30 o 40 personas, pero no a mil novecientos cincuenta y cinco.

Para mí, es así, todos somos Juan de un Francisco hasta demostrar lo contrario. Es como haber cometido un crimen por herencia. Y yo me doy cuenta, Juan Bautista. ¿Sabés cómo me doy cuenta? Porque ahora, que me están pasando cosas, que siento cosas, ese tema con el viejo me complicó el amor, viste, y hace que no sepa bien qué hacer, qué decirle, cómo, me transpiran las manos, tartamudeo, me tiemblan las piernas, me sonrojo, hiperventilo, no sé acercarme, no sé cómo amarlo a Juan Martín. ¿Cuál? El primo hermano de Juan Sebastián, Juan Daniel, Juan Manuel, Juan Domingo y Juan Felipe Avromovitch. Ah. Me encanta, lo amo, pero tengo síntomas de testigo falso, y no sé cómo decírselo, si declararme o no, qué decirle, viste, no sabía que algo así podía pasarme, nunca me lo imaginé, ¿a mí?, ¿por qué a mí? Y me da terror pensar en la idea de que encima puede ser mi hermano. ¿A vos también alguna vez te pasó?