El Festival Internacional de Buenos Aires fue marco de un hecho inédito: en un teatro que tiene nombre de varón (el San Martín), al igual que sus tres salas y su sala de cine, y que jamás fue dirigido por una mujer, cuatro de ellas y un interesante número de oyentes–participantes debatieron intensa y constructivamente sobre “Teatro, poder e igualdad de género”. Así se llamó la mesa, pero la discusión rápidamente desbordó la cuestión teatral e incluso la artística y más bien hizo foco en aquello que engloba esas esferas y que las expositoras llamaron “matriz cultural patriarcal”, entendida como fondo y estructura de toda la cuestión. 

Hablar de oradoras por un lado y oyentes por otro en un intercambio que fue tan fluido (¡y tan intenso!) no tendría mucho sentido, pero el folleto del FIBA y el lugar físico que ocuparon en el hall del San Martín obliga a mencionar con nombre y apellido a la investigadora en género Silvia Elizalde, la teatrista Mariela Asensio, la compositora Calenna Garba y la trabajadora audiovisual Carolina de Luca, quien al comienzo cuestionó esa disposición física “patriarcal” (la de unos por delante de otros) y pidió al público que se acercara para formar un solo “panel”. Ese acercamiento físico no ocurrió pero tampoco fue necesario, porque a la media hora de que las cuatro estuvieran hablando en forma de exposición llegó la primera pregunta del público, que abriría un debate intenso hasta el final. 

“¿Se entiende que estamos hablando de poder, no?”, repitió De Luca, la primera en romper el hielo para proponer de entrada que en esa jornada se hablara “de trabajo”. “Ni el teatro ni el arte son cosas superiores a nada. Acá estamos hablando de trabajo, de las condiciones materiales de existencia de las mujeres y de las dificultades que tenemos para acceder”, enfatizó, y fue clara, porque todo lo que siguió avanzó en esa dirección. 

De hecho, el tema que ocupó mayor tiempo en la charla que moderó Mónica Berman fue la necesidad de un cupo femenino en general, pero también en el FIBA como escenario particular. Y es que la idea de la mesa le surgió a Federico Irazábal, director artístico del festival, tras el revuelo que se armó por la selección de obras nacionales que hizo el jurado, donde entre las diecisiete elegidas sólo cuatro son dirigidas por mujeres. Cuando se dio a conocer la decisión curatorial, Asensio fue una de las que planteó el debate del cupo, opinando que para próximas ediciones debería haber un mínimo establecido de obras de teatristas. “A ver si se entiende: no quiero que me tengan en cuenta por ser mujer, quiero que no dejen de hacerlo porque lo soy. No es lo mismo, es todo lo contrario”, explicó. Y cuando dijo esto un hombre se paró y se fue. 

Entre el público hubo quienes asintieron pero también quienes cuestionaron, marcando una o más diferencias. La programadora de una sala teatral manifestó su desacuerdo con “obligar a un jurado a que elija mi obra porque soy mujer”, a lo que Elizalde respondió que el cupo sería (y es, en los ámbitos en los que ya funciona) una “medida contingente, transitoria y sólo una de las medidas a tomar”, que consideró necesaria ya que “las mujeres son sujetos de subalteridad”. La respuesta más gráfica la dio Garba, que tomó el micrófono y paseó entre los presentes contando su experiencia como mujer trans: “Cuando era varón tenía las puertas abiertas para trabajar. Cuando tomé la decisión de ser yo, de darle más sentido a mi vida, me convertí en mujer y ahí me pasó esto que cuentan las chicas”, dijo en referencia a sus compañeras de mesa, que habían estado hablando de brecha salarial y desigualdad. 

Lo más intenso llegó cuando alguien preguntó porqué no había un varón entre los oradores, cuestionamiento que despertó un caluroso ida y vuelta entre los presentes y que atravesó enojos, réplicas irónicas y respuestas vehementes. “Ya bastante que ponemos el cuerpo; no tenemos por qué tomarnos el trabajo de invitar a los hombres a que vengan a hacerlo, porque ellos si quieren pueden estar”, replicó Asensio, que junto con De Luca y Berman acusó a quien intervino de bajar el nivel de la discusión. “En un contexto en el que hablamos de que no tenemos lugar ni representación en los espacios, esa pregunta me parece desubicada”, expresó otra participante del público. 

Dado que ese intercambio se dio justo al final del encuentro, programado para durar dos horas y que duró unos minutos más, Elizalde recogió las distintas posiciones y pidió “no confundir al enemigo”, en un mensaje que pareció estar dirigido tanto para quien hizo la pregunta como para las que respondieron. “El enojo es un momento político y hay que entenderlo como tal. Luego pasa y queda todo lo otro, la construcción”, dijo, y dio en el clavo. Porque cuando todo hubo terminado, y pese al intercambio fuerte del final, la sensación fue la de haber presenciado una discusión asamblearia, diversa, horizontal y empoderada, todo lo que caracteriza a las mujeres en su forma de construir poder.