Las especialistas se conmueven con las micro batallas cotidianas que se libran bajo un mismo techo cuando la mujer no tiene más opción que continuar conviviendo con el agresor, a quien denuciaron. “Desde afuera pareciera que no están haciendo nada, pero en realidad te encontrás con historias de mujeres que a lo largo del tiempo fueron cambiando situaciones y pudieron, por ejemplo, dejar de compartir la habitación, dejar de compartir la cama. Comparten una misma vivienda, pero no todo. De afuera decís ‘es lo mismo’ y no, no es lo mismo. Algunas llevan a los chicos a dormir a la cama grande para poner distancia, para ocupar el lugar. Son estrategias micro, que aparecen muy frecuentemente”, señala la trabajadora social Ochoa.

En tren de recordar esos pequeños ardides para evitar la violencia, López recuerda el caso de M. “Nos contaba que cuando él ponía la llave en la puerta y estaba totalmente sacado, ella ya lo detectaba, ya sabía cómo venía. Entonces lo que hacía era dejarle una botella de vino o de cerveza sobre la mesa, agarrar a los hijos de la mano y salir, dar la vuelta a la manzana, caminar hasta que calculaba que él se había tranquilizado. Decía que así lograba que él no desatara la violencia”, dice la psicóloga.

La situación cambiaba cuando M. no hacía a tiempo a salir. “Había veces en que llegaba muy justo y él la encerraba, tanto a ella como a sus hijos. Ejercía violencia contra ella y contra los chicos. Una vez, los encerró durante días. Los chicos tenían un nivel de ausentismo en la escuela importante. Por eso en algunos de estos casos la doble jornada es importante: cuando hay hijos, cuanto más puedan estar ellos en las instituciones educativos”, explica López.