Como tantos otros, en estos momentos siento un profundo dolor. Un candidato fascista ha logrado el acceso a la presidencia de la Nación y los peores recuerdos asoman en el horizonte. La violencia, la represión y el autoritarismo. En suma: la repetición que emerge cual claro síntoma de una sociedad en disputa con la memoria. Esta vez con disfraces incapaces de disimular las viejas recetas de siempre: ajuste, entrega de los recursos, negocios a ambos lados del mostrador y su ruta. Este retorno de lo peor viene acompañado de algunos factores novedosos cuyos efectos y consecuencias más vale discernir cuanto antes. Se habla mucho sobre si Milei está loco, si escucha voces, murmullos, si la ira, si los desbordes, etc. Más allá de cualquier consideración al respecto, lo que hay para destacar es que la propuesta de La Libertad Avanza es en-lo-que-ce-do-ra. Y que tal condición produce perplejidad, es decir: detiene el pensamiento.

Para ser más precisos: tenemos un presidente electo que grita Libertad y una vice que propone Tiranía. En cierto sentido, se trata de una fórmula conocida: Libertad para hacer negocios espurios y entreguistas. Libertad para reprimir y matar. O sea: el sumun del credo neoliberal: apropiarse del estado para facilitar los negocios de las corporaciones y acallar las protestas. Cuestión que no sería posible sin la degradación que a la función de la autoridad le compete en cuanto a servir a los ciudadanos y hacer cumplir la constitución que distingue a un estado de derecho.

Y si de perplejidad hablamos, lo que impacta hoy ya no es aquella infantilización a la que el discurso de Cambiemos recurría cuando decía: “Todos juntos”, “Juntos lo hicimos” y otras tonterías similares para ocultar la brutal segregación a la que sus políticas conducían. Como muestra dilecta del anarco-capitalismo, ahora tenemos un presidente electo que en su primer mensaje apenas conocidos los resultados de las elecciones, dice: “Buenas noches a todos los argentinos de bien”, léase: a todos los que piensan como yo. Para luego terminar con su conocida consigna que hoy suena más parecido a un réquiem dedicado a todo opositor: ¡Viva la libertad, carajo! Aquí está la locura que enloquece. El tema está en que no se trata de una contradicción, esa dialéctica que estimula el pensamiento. Se trata de una formulación cuya certeza detiene el pensamiento en el oyente. Esto es: lo sume en la perplejidad. Condición que deja al interlocutor en estado de indefensión subjetiva, a merced de un Voz tan sádica como imperativa. Lo que viene después es un segundo mazazo con el cual se cumple el ciclo necesario para sumir al oyente en una letal confusión. Se habla de que el electorado aplicó un voto castigo. Dado que Alberto Benegas Lynch --mentor intelectual del triunfante Javier Milei-- trata de “trogloditas” a los argentinos, toda la pregunta sería hacia quién en realidad está dirigida esa reprimenda por parte de los votantes.

Es muy triste admitir que hoy la República Argentina constituye un ejemplo palmario de las elaboraciones freudianas sobre la pulsión de muerte en el campo de lo social. Más precisamente: “Necesidad de castigo”, según dice el descubridor del inconsciente. Tan increíble como eso. Esto es: multitudes en busca de un Amo que les haga daño. Masas que se entregan a una obediencia desvariada. Un desvarío generalizado que, por el peor camino, procura salir del estado de perplejidad al que un discurso tan esquizofrénico como perverso lo ha conminado. Aquí está el punto clave. En lugar de volcar su agresión al agente que le inflige tamaño sometimiento, el sujeto se hace daño a sí mismo.

Al respecto señala Freud: “¿Qué le pasa para que se vuelva inocuo su gusto por la agresión? Algo muy asombroso que no habíamos colegido, aunque es obvio. La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; vale decir: vuelta hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como «conciencia moral», está pronta a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Llamamos «conciencia de culpa» a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se exterioriza como necesidad de castigo”.  Situación, agregamos nosotros , que no sería posible sin la degradación de la función paterna (la autoridad) que, en lugar de propiciar una referencia para facilitar la convivencia, hace de la ley el privado cancerbero de un ser hablante: Mi- Ley.

De la misma manera, para que un electorado elija un verdugo en lugar de un gobernante, deben confluir un cierto conjunto de factores. Por empezar una decepción, que por no encontrar un interlocutor --léase quien ocupa el lugar de la autoridad en un gobierno-- dispuesto a brindar las herramientas para tramitar tragos difíciles, se convierte en desesperación, bronca, resentimiento, odio. La serie de triunfos de las sucesivas oposiciones abonan el punto: 2013; 2015; 2019; 2021 y 2023 corresponden a citas electorales donde los oficialismos conocieron severas derrotas. Campo fértil para los comunicadores que hacen su audiencia a expensas del dolor ajeno. De hecho, en estas semanas se hacía ostensible que los votantes de Milei carecían de argumentos sólidos para fundamentar el voto a un candidato con propuestas descabelladas. Lo cierto es que en base a frases tan pobres como porque me resulta simpático hasta el que se vaya todo a la mierda pasando por el son todos chorros, una larga lista de señales cuyo punto común es la eliminación de los derechos de los ciudadanos fue desoída de manera sistemática: Necesidad de castigo.

Por otra parte, si bien no se trata de buscar culpables, un análisis no sería tal si no tomáramos en cuenta el papel de las instancias presentes en este salto al abismo que la sociedad argentina acaba de dar. El gobierno saliente del presidente Alberto Fernández se ha distinguido por una gestión pobre, vacilante, sin liderazgo y que ha hecho del retroceso permanente ante los poderes fácticos uno de sus rasgos esenciales. Basta colegir que quien hizo posible el acceso de AF a la presidencia termina su mandato sentenciada a prisión; proscripta de por vida y víctima de un intento de magnicidio. El idioma que nos une en tanto comunidad lingüística ofrece una muy precisa palabra para esta actitud: pusilanimidad. Sobre la misma dice el diccionario: “Que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias”. Queda como enseñanza de esta tan triste experiencia la tarea de tomar nota de un muy preciso dato: la posición pusilánime de un gobierno no hace más que dejar expedito el camino para la llegada de un monstruo al poder.

El momento es muy duro y doloroso. Pero tenemos ejemplos, lugares y referencias de donde tomarnos. Intentemos en este escenario tan duro rescatar uno de los puntos luminosos que el campo nacional y popular ha logrado aquilatar en estos cuatro años, a saber: la gestión de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Una gesta que las urnas aplaudieron con un triunfo aplastante el 22 de octubre. Se trata de una muestra contundente del poder que una tarea digna y consistente ejerce sobre una comunidad hablante. Hoy es imperioso contener a los propios. No estamos solos. Hubo un 44 por ciento del electorado que eligió una opción digna y fueron muchos, muchísimos, quienes de una y mil formas trabajaron por ella. Con ese caudal podemos continuar la lucha. Se hace urgente el encuentro con el abrazo compañero, la palabra amiga y la consecuente descarga de tensiones como para atravesar este momento aciago. La única y verdadera libertad no es sin el Otro.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.