MEJOR QUE EL CIELO

No bastan las metáforas para endulzar el amargo trago de la muerte. Me niego a ser llevado por la marea que suavemente conduce la vida humana a la inmortalidad y me desagrada el inevitable curso del destino. Estoy enamorado de esta verde tierra; del rostro de la ciudad y del rostro de los campos; de las inefables soledades rurales y de la dulce protección de las calles. Levantaría aquí mi tabernáculo. Me gustaría detenerme en la edad que tengo; perpetuarnos, yo y mis amigos; no ser más jóvenes, ni más ricos, ni más apuestos. No quiero caer en la tumba como un fruto maduro. Toda alteración en este mundo mío me desconcierta y me confunde. Mis dioses lares están terriblemente fijos y no se los desarraiga sin sangre. Toda situación nueva me asusta. El sol y el cielo y la brisa y las caminatas solitarias y las vacaciones veraniegas y el verdor de los campos y los deliciosos jugos de las carnes y de los pescados y los amigos y la copa cordial y la luz de las velas y las conversaciones junto al fuego y las inocentes vanidades y las bromas y la ironía misma, ¿todo esto se va con la vida? ¡Y vosotros, mis placeres de medianoche, mis infolios! ¿Habré de renunciar al intenso deleite de abrazaros? ¿Me llegará el conocimiento, si es que me llega, por un incómodo ejercicio de la intuición y no ya por esta querida costumbre de la lectura?

Charles Lamb, Elia (1823)

EL INFIERNO

El infierno es atacable sobre todo por su infame injusticia. Todas nuestras palabras indignadas y lamentables, toda nuestra exaltación de rebeldes las merece el infierno sin entrar en más pormenores. Hasta suponiendo su existencia, siendo unos verdaderos creyentes, le debemos todas nuestras abominaciones y bien merece que seamos ante tan cruel abuso los nobles mártires, unos mártires por toda la eternidad.

Nuestros escaños están en el infierno frente al deplorable cielo lleno de gentes insoportables, de cortesanos repugnantes, agrupados en reuniones como esas a las que no asistimos, todos chabacanos, pequeños, mezquinos, ruines, innobles, cantando con voz de falsete villancicos zalameros.

La alta poesía y las palabras originales se podrán pronunciar en el infierno. Por no tener que dudar, por no flaquear, debemos creer en el infierno, pero debemos decidirnos por él por no claudicar, por no rebajarnos, por ser fieles a nuestro corazón generoso y no transigir con el cruel tirano.

Se puede creer o no creer con tal de que no procedan leyes austeras del creer. Se puede creer en un Dios, pero en un Dios que deje en completa libertad, en libertad hasta de cometer el crimen. Al crimen solo se opone el buen instinto de conservación que es sustancia de la vida. No hay que deducir de Dios nada acerbo, limitador o tiránico. Solo así podríamos abundar en la creencia de Dios, sin creer. Sería algo que no habría por qué no creer.

Había que enseñar a los creyentes el concepto de Dios, porque resulta que nadie quiere ni cree en Dios, hasta el extremo al que hay que llegar, porque a los creyentes, la idea del infierno les ha cortado el ombligo de la imaginación.

No hay ningún creyente que llegue, por amor a Dios, a los límites que debería llegar. Nadie llega a las elevaciones que están más allá de las monotonías de las oraciones. Nadie ve a Dios inventándolo todo, nadie, al leer una bella poesía, cree que la ha escrito Dios como debiera creerlo, olvidando el nombre del autor. Había que sutilizar mucho más y llevar a las últimas consecuencias esa idea.

Por el contrario se achacan demasiadas cosas al diablo y son cosas que indudablemente ha hecho Dios.

¡Pobres de los que han inventado la idea del Diablo! ¡Qué paliza les dará probablemente Dios! ¡Oh, esa religión cristiana que solo ha sido creada para amortiguar el hambre material de los hombres, para acallarla, para engañarla, para burlarse sarcásticamente de esa hambre!

Para los que no se callen su hambre se ha inventado, sobre todo, el infierno.

Ramón Gómez de la Serna, Muestrario (1918) 

Estos textos integran el volumen El libro del cielo y del infierno, recopilación de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares aparecida por primera vez en 1960 y que acaba de reeditar Sudamericana.