La solidaridad escondida: en un galpón de Tigre se encuentra una ONG que brinda un oficio, enseña y permite el acceso al agua a jóvenes de barrios vulnerables. Se trata de “Bote al agua”.

Embarcarse en un proyecto solidario permite nadar por diferentes aguas. Un grupo de seis personas decidieron hacer del río una causa. La ONG “Bote al agua” brinda talleres gratuitos a grupos de chicos de barrios vulnerables, colegios rurales cercanos y a los niños y niñas de las Islas del Delta.

Pese a estar en contacto con el agua, no siempre se tiene acceso a ella. Por un lado se encuentran aquellos chicos que estando en barrios que dan al río, nunca se tiraron al agua, y en cierto punto la desconocen. Si bien las costas no son privadas, no existen lugares donde se pueda nadar, debido a la contaminación y los desechos industriales. Por otro lado, los chicos que viven en el Delta están en contacto con el agua pero no siempre saben remar. “El bote es como una bicicleta, algo que los niños utilizan para transportarse. Es súper importante que aprendan a remar, muchos chicos de la isla no saben remar o nadar, y también la inserción viene por ese lado”, cuenta Sabrina Viza, integrante del equipo.

Los talleres duran aproximadamente dos meses y el “aprendizaje está basado en proyectos”, un modelo que trajo desde Estados Unidos su director y fundador, el periodista Daniel Helft. Con un particular cariño por el río –ir y venir a la Isla durante veinte años- mezcló su pasión de fin de semana con la enseñanza náutica y social. La navegación suele relacionarse con lo exclusivo, barrios cerrados, veleros, yates, conforma un mundo que pareciera estar alejado de lo popular. Aquí también hacen un trabajo de resignificación de la palabra, “Es un proyecto que tiene que ver con el orgullo: hacer algo que hoy en día casi nadie construye: un bote de madera. Y cuando los pibes se dan cuenta de que lo pudieron hacer, y le cuentan a los padres, están orgullosos”, comenta Daniel.

Si para Virginia Woolf, Un cuarto propio es una forma de emancipación, la construcción de un bote es una forma de incorporar distintos recursos. Allí donde la autora promueve un lugar donde vivir de manera autónoma, la ONG enseña a construir un medio propio de desplazamiento. Los chicos aplican matemáticas mientras descubren un oficio: “Terminan metiéndose al agua, aprenden a trabajar en equipo, a usar nuevas herramientas. Si te enseñan las matemáticas no entendés para qué sirven, por eso el taller comienza con la pregunta ‘¿Por qué flota un bote?’ Y ahí se empiezan a interesar por las leyes de la física¨, cuenta Sabrina. La idea de generar interés también se gesta desde la convocatoria: “Nosotros los buscamos a ellos, no se trata de meter a todos en la misma bolsa. Por ejemplo, en el barrio Nueva Esperanza, tenemos una puntera que es una madre con la que hablamos y le pedimos que arme un grupito de chicos que estén interesados”, agrega Sabrina. Además luego de conocer el trabajo de la ONG, colegios privados se acercaron a Bote al agua y se convirtió en un espacio donde la clase social no divide las aguas.

Comenzaron a trabajar en el 2018 con las comunidades más carenciadas de Tigre Sur, con los chicos de Villa Garrote y el barrio Nueva Esperanza que se encuentra justo en frente del galpón de la ONG. “Fui a hablar con las mamás de allí que están muy organizadas, en seguida se coparon. Teníamos de la noche a la mañana grupos de veinte chicos asistiendo a los talleres todos los días” comenta Daniel. La primera clase transcurre con una maqueta pequeña de un bote, donde les muestran a los jóvenes cómo flota el bote pese a estar cargado de tornillos muchos más pesados. En realidad le están explicando cómo funciona el principio de Arquímedes, con niños concentrados en las respuestas de la física. Luego de construir la estructura (proa, popa, laterales, fondo), les dan a elegir a los chicos el nombre del bote, el color y la temática. “Al terminar los dos primeros botes, los largamos al agua. Es la parte más linda, el bote no está terminado hasta que los chicos no lo prueban en el agua”, concluye su fundador.

A su vez descubren y fomentan un oficio que se encuentra en búsqueda de su propia supervivencia: la carpintería de ribera. Los botes hoy en día son de materiales más rápidos y baratos de hacer, como el plástico o la fibra de vidrio. De esta manera, el trabajo artesanal se convierte en una reivindicación.

Los talleres buscan hacerse de buena madera, tanto para las embarcaciones como para las situaciones sociales que a veces atraviesan. En palabras de Sabrina: “Este año tuvimos un grupo de una escuelita del Delta en donde a las nenas las traían en bote y eran nenas que las traían sin desayunar , de vidas muy carenciadas , una por ejemplo no había salido nunca de la Isla. Entonces para nosotros implica encontrarnos con situaciones que te hacen aflorar otra parte tuya, hacemos de todo. Construimos botes y enseñamos matemáticas pero de repente hacemos desayunos o damos abrigo si vienen en remera en pleno invierno. Hay mucha contención”.

Tornillos, madera, serruchos y martillos parecieran ser elementos alejados de la realidad social, meras herramientas que producen objetos. Sin embargo en Bote al agua toman otra dimensión: el conocimiento matemático, la noción de un oficio y el acceso al agua. “Aprendés de las distintas realidades, todo el mundo tiene quilombos y se genera un espacio creativo, para resolver problemas técnicos en equipo” cuenta Sabrina con una sonrisa cálida. A su vez en estos cinco años fueron incorporando colegios de otras zonas del conurbano y talleres para adultos. El año que viene, debido al entusiasmo que demostraron los mismos, comenzarán los talleres para madres, padres e hijos.

Aprender a remarla, quizás, comience con la construcción de un bote propio.