Como buena parte de los problemas económicos, el de la deuda con el FMI es de una sencillez franciscana. Cuando era presidente, Mauricio Macri pidió un préstamo muy importante para financiar el déficit presupuestario que tenía Argentina luego de tomar medidas que produjeron una disminución abrupta de los ingresos del Estado. 

Macri había bajado los impuestos directos de los más ricos como bienes personales, una parte de las retenciones a las exportaciones e ingresos de los aranceles aduaneros, ente otros. Cuando en 2018 se agregaron como gasto presupuestario los pagos de la deuda que había contraído con los fondos de pensión norteamericanos en 2016 y 2017, el déficit se agravó. Argentina entró en un "default técnico" y la historia ya se hizo más conocida: fue a pedirle plata al FMI. 

Las negociaciones llevadas adelante por el gobierno de Alberto Fernández con el FMI permitieron relegar el problema a un segundo plano de tal suerte de poder sortear el Covid, incrementar el PIB perdido entre 2016 y 2019 y mantener el desempleo cerca de la línea roja del 6 por ciento. Hoy la recesión prometida por el nuevo presidente Javier Milei vuelve a poner primer plano el préstamo con FMI frente al casi certero nuevo default técnico.

La deuda contraída por Macri con el FMI es equivalente a seis centrales nucleares de alta calidad, lo que hubiera permitido poseer uno de los mejores aprovisionamientos de electricidad del mundo. En lugar de eso, y si se agrega lo pedido a los fondos privados en 2016 y 2017, el total emprestado solo sirvió para fugar 82 mil millones de dólares según las cifras del Banco Central (BCRA). Después de la renegociación del 2022, la deuda contraída con el FMI obliga a pagar una tasa bruta de alrededor del 6 por ciento sobre el saldo por año, alrededor de 3500 millones de dólares por año, y el capital a reembolsar se eleva a 40 mil millones de dólares habida cuenta de lo ya devuelto. Si el país no prosigue en su senda de crecimiento, no se puede pagar.

La receta del FMI

El FMI, como todo acreedor, quiere que le devuelvan lo que prestó. El modelo económico de toma de decisiones sobre el cual se basa el FMI para que los países paguen lo que le deben es completamente ortodoxo. El ex economista en jefe del Banco Mundial Joseph Stiglitz denunció dicha orientación como contraria al espíritu que debería primar en los préstamos del FMI. Con los métodos que impone el FMI, los préstamos no se pueden devolver. 

El organismo firma con el país deudor un acuerdo bastante sencillo y ultra ortodoxo que especifica el grupo de medidas de política económica que debe aplicar para supuestamente disponer de las sumas a reembolsar.

La teoría económica demuestra que el ahorro bruto de un país (que sirve para pagarle al FMI) es igual al excedente de la balanza de pagos; que es la diferencia entre los dólares que entran como el valor de las exportaciones más las inversiones extranjeras,  y los dólares que salen. Es decir, el pago de las importaciones más la fuga de capitales y los pagos de la deuda a los acreedores extranjeros. 

Según ese modelo, el FMI supone que si se devalúa el peso, las exportaciones se hacen más baratas en dólares y por lo tanto aumentarán. Pero esta afirmación no es valida porque, como la mayor parte de los modelos económicos ortodoxos, se basa en hipótesis erróneas. En efecto, el precio en dólares de las exportaciones ligadas al sector agrícola está fijado por los mercados internacionales de materias primas y el volumen está acotado por la cantidad de tierra disponible, las sequías, la decisiones de los terratenientes y la actitud de las cerealeras de transformar en pesos los dólares cobrados. Eso en la medida en que no haya subfacturación ni contrabando y que los dólares vuelvan al país ya que las exportaciones no las realiza el Estado argentino sino las empresas privadas que son todas miembros del oligopolio internacional del comercio de cereales.

En cuanto a las exportaciones de origen industrial, que representan, según la coyuntura, un tercio del total, dependen de los precios de las importaciones y si estas se encarecen debido a la devaluación no podrán incrementarse ya que necesitan insumos importados más caros porque se pagan en dólares. Por estas razones esta parte del modelo del FMI no funciona.

El otro punto del modelo del FMI es fijar el déficit presupuestario. La posición oficial del FMI es que si el Estado gasta menos y los impuestos quedan constantes entonces habrá un excedente presupuestario que sirve para pagar la deuda. Sin embargo esto tampoco es así en la realidad porque el excedente presupuestario está en pesos y al FMI hay que pagarle en dólares. Asimismo, se podría pensar en una alternativa de aumentar los impuestos de los más ricos y mantener el gasto, pero el FMI está dirigido por economistas ortodoxos que no sugieren ese tipo de propuesta en materia impositiva.

Un debate político

Pero además existe un debate aparentemente técnico, pero altamente político: la baja del gasto público tiene un efecto recesivo. Desde la crisis de la deuda griega y frente a la hecatombe provocada por el FMI en un país de la Unión Europea cuya moneda es el Euro se analizó en detalle lo que sucede en la economía cuando se disminuye el gasto público. Hasta 2013 hace se suponía que el multiplicador del gasto público era de 0,5. Olivier Blanchard, ex economista en Jefe del FMI, demostró que ese 0,5 era erróneo. Cuando hay disminución del gasto, el multiplicador se ubica cerca de 1, y en algunos casos más de 1,2. Quiere decir que si el coeficiente es 1, cuando se disminuye el gasto público de 1 peso el impacto de la baja en el PIB es de 2 pesos. En claro: si el tándem Macri-Milei decide como anunciado disminuir el presupuesto del 20 por ciento el impacto será por lo menos del 40 por ciento.

El mito persistente que hace desvariar a los economistas ortodoxos es afirmar que disminuyendo los gastos en infraestructura, educación, salud o jubilaciones no genera un impacto recesivo porque la baja del gasto será compensada por una disminución de los impuestos que pagan los ricos y que este aumento de los ingresos de los ricos va a ser usado para invertir. 

Se trata de una suma cero. Si se baja el gasto público el multiplicador se pone a funcionar antes que los capitalistas imaginen en qué pueden gastar los impuestos que el Estado no les cobra. Pero es también una farsa, ya que nadie invierte en una economía que, debido a la disminución del gasto público, está en recesión. Antes de invertir los empresarios tratarán, si la demanda se manifiesta, incrementar la producción con la capacidad instalada ociosa y solo después invertirán, si la demanda sigue creciendo.

La experiencia del gobierno neoliberal de Macri muestra cómo la baja del gasto público produce recesión: el PIB disminuyó del 4 por ciento entre 2016 y 2019, y la inversión en 2019 era inferior del 15,6 por ciento a la de 2015. Esto muestra que la disminución de los impuestos de los más ricos no fueron invertidos. La baja de los impuestos que la teoría ortodoxa sostiene deberían servir para incrementar la inversión fueron gastados haciendo shopping en Miami o confiados a BlackRock, Blackstone, la Lazard Frères Banque, para que tengan un rendimiento superior.

 

* Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de París. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]