“Hizo todo lo que había que hacer”. La frase le brota espontánea esta mañana a un querido amigo que fue su último editor en Argentina. No sé cuántos ejemplos de beatitud spinoziana podríamos evocar. El brillo de sus perseverantes ecuaciones así lo demuestran: Inmanencia = Constitución = Insurrección. Y Marx con Spinoza. Deleuze dijo de él (cuando lo acusaron de estar implicado en el asesinato de Aldo Moro) que bastaba con leerlo para comprender su inocencia. Igual fue preso, como muchos de sus compañeros de militancia. Es cierto que sus ecuaciones son teóricamente densas, suponen leer a fondo al menos sus libros Marx más allá de Marx, La anomalía salvaje y El poder constituyente. Pero también las hay muy prácticas. Dado que Alegría = Materialismo = Comunismo, por tanto: Autonomía = Poder Obrero = Multitud.

Una de las pruebas de la perdurabilidad intelectual de Negri es lo bien que funcionan sus textos ya clásicos en contraste con lo mal que lo han leído para refutarlo cuando se lo ha temido. Ejemplos: su evocación de una plenitud de la potencia nunca fue negación de la tristeza o la derrota, sino ejercicio ético político en filosofía (La anomalía salvaje, su gran texto sobre Spinoza fue escrito en la cárcel). Su postulación de lo común -como algo distinto de lo privado y de lo estatal- y de la multitud -como un concepto de clase- jamás tuvo que ver con alguna subestimación de la dimensión organizacional de la acción colectiva o de una supuesta incomprensión de las singularidades. Toni era demasiado listo ignorar estas cuestiones. Su insistencia en el General Intellect (noción con que Marx se refería la inteligencia colectiva) siempre fue una pista avanzada para pensar subjetividades en catástrofe. Sus teorizaciones sobre el Estado alcanzaron una penetración teórica que los defensores del Leviatan populista jamás vislumbraron. Por último, su libro Imperio -escrito junto con Michel Hardt- fue absolutamente pionero en el registro de los lineamientos políticos de la transición globalizadora del capitalismo, algo absolutamente evidente apenas se entiende que el suyo era un análisis político y no una profecía.

Desde que salió definitivamente de prisión tuvo una intensa relación con la Argentina. Realizó varios viajes al país y fue un observador apasionado del período en el que América Latina se conmovió con la emergencia de un movimiento destituyente, del Zapatismo a la guerra del agua, de la coca o del gas en Bolivia, pasando por el ¡Que se vayan todos!

Quienes luego seríamos parte del Colectivo Situaciones lo conocimos en su casa en el Trastévere, en Roma. Cumplía prisión domiciliaría. De día estaba en su casa, pasaba la noche en su celda. Ya era un mito viviente. Nos dedicó una tarde entera. Le contamos lo que veíamos de las movilizaciones de entonces, del surgimiento de los movimientos piqueteros y el respondía admirado: “Lo que cuentan me deja vivamente afectado, se está gestando allí un contrapoder insurreccional”. Dimos a conocer esa extensa entrevista en un libro que publicamos en noviembre de 2001, Contrapoder. Una introducción. La edición contenía un artículo de Horacio González (“Toni el Argentino”), que anticipaba las discusiones entre un peronismo de izquierda que se referenciaba en el Gramsci de Laclau y quienes veíamos indispensable un pensamiento del contrapoder.

Un recuerdo más personal. Una mañana en su casa de Venecia. Toni toma vino blanco y habla muerto de risa sobre las lecturas izquierdistas de la coyuntura filosófica: “A Foucault hay que leerlo con Deleuze. A Deleuze con Guattari. Y a Guattari conmigo”. Ese “con” es lo negriano mismo. Una irrefrenable máquina de lectura apasionada que no puede dejar de hacer conexión izquierdistas. A Toni tenemos que leerlo “con” las luchas comunistas del presente y del porvenir.