Desde su estreno a finales de noviembre, la miniserie sueca Una familia normal, dirigida por Per Hanefjord y con guión de Hans Jörnlind y Anna Platt, figura entre las diez series más vistas en Netflix. 

En solo seis capítulos de 45 minutos cada uno, presenta la historia de una familia –madre, padre e hija– cuya ilusión de normalidad, ya que no de felicidad, se destruye cuando Stella (Alexandra Karlsson Tyrefors), la joven de diecinueve años hija de Ulrika y Adam Sandell (Lo Kauppi y Björn Bengtsson), es acusada de haber asesinado a un hombre quince años mayor que ella, el empresario Christoffer Olsen (Christian Fandango Sundgren), y llevada a juicio. 

La serie está basada en la novela de suspenso homónima del escritor y psicólogo sueco Mattias Edvardsson, que fue publicada en español por Salamandra. “Éramos una familia normal y corriente, y luego todo cambió”, se lee en la novela, narrada desde el punto de vista de Adam, que es sacerdote.

En el primer capítulo, Stella tiene quince años y se va de campamento de verano con su inseparable amiga Amina (Melisa Ferhatovic). Atraída por Robin, un joven instructor al que invita a nadar con ella, sufre un intento de violación. De vuelta a su casa, los padres deliberan si deben hacer o no la denuncia. Ulrika, abogada y fiscal, sostiene que la justicia desechará el caso porque no tienen suficientes pruebas; de manera sutil, ella y Adam sospechan que Stella “ha provocado” a Robin o que no fue suficientemente rotunda en su negativa.

La hija es testigo del pacto de silencio entre los padres. Cuatro años después, se la acusa de haber apuñalado a Chris Olsen, al que Amina, en broma, había apodado el “viejo” por la diferencia de edad entre él y su amiga. El personaje es, en todo caso, un hombre de más de treinta años, atractivo y poderoso, que seduce a Stella el día en que ella cumple diecinueve años. Mientras Amina conversa con compañeras de universidad en una discoteca de Lund, Stella “se escapa” con Chris a Copenhague en un plan más sofisticado.

Pronto queda claro que en Una familia normal no hay inocentes y la culpabilidad se distribuye en diferentes dosis entre los personajes: tanto la víctima como la acusada (encerrada preventivamente hasta el juicio), Ulrika y Adam (cuya relación de pareja se va deteriorando capítulo a capítulo), Amina y sus padres están involucrados en el homicidio por acción, omisión o complicidad. La madre de Stella –a quien su hija desprecia en silencio por su afición al alcohol y por engañar al padre con otro hombre (que resulta ser el abogado defensor de la acusada)– es uno de los personajes más interesantes de la serie y el que lleva adelante una suerte de trama jurídico-policial secreta, poco evidente en la narración, para que su hija recupere la libertad.

Curiosamente, la culpa de aquel paso en falso de los Sandell, al no haber alentado y acompañado a su hija adolescente tras el intento de violación, opera como motor de la búsqueda de redención familiar y da lugar a ciertos sacrificios (más bien modestos). Como en todo thriller, hay algunas pistas que no llevan a nada, situaciones en espejo (como la relación entre hijas y padres que tienen Stella y Adam, y Ulrika y su padre que, internado en un geriátrico, apenas la reconoce) y falsos amigos y enemigos. Acaso pedagógicamente, también se informa a las familias televidentes, normales o no, sobre el uso de hipnóticos por parte de los depredadores sexuales que rondan en bares y discotecas (no solo en Suecia) y acerca de las virtudes de la terapia para dejar atrás los efectos del trauma.

Ingeniosa y con buen ritmo, sin grandes pretensiones y con actuaciones convincentes, Una familia normal deja entrever que las relaciones entre verdad y justicia son menos virtuosas de lo comúnmente se acepta y que los crímenes sin castigo tienen, a la corta o a la larga, consecuencias adversas.

Una familia normal

Dirigida por Per Hanefjord, basada en la novela homónima de Mattias Edvardsson, con Björn Bengtsson, Alexandra Karlsson Tyrefors y Lo Kauppi, entre otros.