En la Argentina, la calle no solo es uno de los espacios en los que se disputa el sentido público, sino que, además, tiene el plus de haber sido el terreno protagónico de momentos que marcaron la historia nacional.

El miércoles por la tarde, el gobierno de Javier Milei (LLA) tuvo la primera reacción en las calles a solo diez días de su comienzo. Mientras las organizaciones convocantes plantearon la jornada de movilización como una expresión del sector trabajador en contra del norte político neoliberal planteado por el gobierno; otros referentes y medios de comunicación enfocaron la movilización como la primera “prueba de fuego” del protocolo de orden público anunciado días antes por Patricia Bullrich. Aunque el día empezó con escenas de controles policiales, mensajes de advertencia emitidos por altoparlantes e imágenes del propio Presidente con su equipo monitoreando el despliegue policial, la movilización transcurrió sin grandes conflictos. Sin embargo, por la noche, luego del mensaje emitido por cadena nacional donde se anunció el mega Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de desregulación económica, las calles volvieron a tomar protagonismo.

En distintas ciudades, miles de personas salieron espontáneamente a mostrar su descontento usando la cacerola, símbolo de una lucha que marcó la crisis económica, política y social del 2001. En paralelo, en las redes sociales comenzaron a circular mensajes con videos y fotos testimoniales. Rápidamente #Cacerolazo se volvió una de las etiquetas más populares en Twitter/X y algunos (pocos) medios de comunicación tradicionales salieron a cubrirlo en vivo.

En un contexto polarizado, los hashtags pueden funcionar como el punto en el que converge una disputa entre perspectivas que pujan por interpretar un mismo asunto en términos opuestos. En ocasiones, ciertos actores pueden, incluso, intentar apropiarse de un tema y enfatizar algunas de sus características para llevar agua hacia su molino. Esto se pudo constatar en el uso de la etiqueta #Cacerolazo: adherentes a LLA incluyeron ese mismo hashtag en mensajes que cuestionaban la legitimidad del reclamo.

Pero la estrategia digital de LLA no fue únicamente participar de esa disputa, sino también alentar narrativas propias para activar a su comunidad de adherentes: por momentos, el hashtag #GraciasMilei compitió con #Cacerolazo. Ese término agrupó mensajes que celebraban el DNU anunciado y buscaban activar a la comunidad más radicalizada, propensa a compartir con mayor velocidad los mensajes afectiva y políticamente más congruentes.

Los medios de comunicación, por su parte, no suelen ser ajenos a estas discusiones. De hecho, se nutren de los mensajes que circulan en las redes para acercarse a sus audiencias. Sin embargo, en la mañana siguiente al anuncio del DNU, el Cacerolazo apareció solo en el quinto y sexto lugar de importancia de la mayoría de los medios digitales (solo Página 12 lo posicionó como segunda noticia). Además, en las tapas de los diarios en papel -que son consumidos cada vez por menos personas, pero siguen siendo parte del branding de las empresas periodísticas- solo obtuvo un título destacado (“Ruidazo”) y dos fotografías en Página 12. Luego, apareció como subtítulo intermedio entre las dos notas centrales en Clarín; como cintillo destacado en rojo en Crónica; y directamente quedó por fuera de la tapa de La Nación. A diferencia de lo que sucedió en las calles, los menús informativos que ofrecieron fueron subsumidos a una “agenda oficial”.

En otros momentos, a los medios se les asignaba el rol de orientar y marcar un norte en tiempos de incertidumbre. Pero hoy ese norte también está en disputa. ¿En cuál de los escenarios esa disputa tiene mayor peso? ¿Es en el diálogo público en las redes? ¿Es un tema de enfoque de las noticias? ¿O es una cuestión de acción política en las calles? En un mundo dividido entre un “nosotros” y un “ellos” las respuestas a estas preguntas no parecen ser tan claras, o al menos se presentan - todavía- como antagónicas según quien pretenda responderlas.

* Comunicadora Social UBA/ Investigadora CONICET/UNQ