Llama la atención la premura con que algunos dirigentes políticos se proponen (y logran) resolver problemas de ubicación y trabajo personal luego de pequeñas y grandes derrotas. Con qué velocidad y efectividad dirigen su libido, que hasta ayer nomás parecía dedicada por entero solo a la satisfacción de las necesidades y los deseos colectivos, los que en un santiamén desaparecen para dar paso a los propios, de golpe los únicos importantes.

Esto pesa sin embargo en la balanza con que la gente mide la política y a los políticos. Y alguna incidencia ha de tener en las consideraciones sobre lo que se llama la ética. Ya que, si tanto les preocupaba hasta hoy el destino de tantos millones de habitantes, no parece haber explicación válida para que de la noche a la mañana tal preocupación haya desaparecido o se haya reducido a Uno.

La facilidad y liviandad con que se cambian las posiciones políticas, pudiendo apoyar A y su contrario, Z y su contrario; la velocidad con la que se ponen al servicio de los poderes de turno. Directores, secretarios, ministros, embajadores, personal diverso de diversas procedencias, ofrecen sus servicios en nombre de la patria y de sus valores supremos, entre los cuales se ubican naturalmente los personales.

Algunos, han criticado antes al adversario por sus ideas; otros, por su estilo; muchos, por infinidad de cosas, palabras, gestos, actitudes; todos han olvidado todo al momento de aceptar las nuevas responsabilidades y los nuevos ”desafíos”. Profesionales de la gestión, no se fabrican problemas ideológicos a la hora de aceptar un cargo en el gobierno de quien sea; ellos trabajan para fines mucho mayores y no van a andar disminuyendo tamaños objetivos a medidas y consideraciones meramente humanas.

Presuntos opositores, simpatizantes críticos, políticos "independientes" o "neutrales", al lado de todo esto ¿qué quieren decir cuando dicen que van a aconsejar al gobierno o no ponerle palos en la rueda y expresiones similares, y sobre todo la tan remanida (y falaz) según la cual si al gobierno le va bien al país le va a ir bien? Presidentes, candidatos a presidente, ministros, embajadores, con estas actitudes ven disminuido el moderado aprecio que la gente les tenía cuando recitaban patrióticamente las lecciones recibidas.

No me animo a pensar que se trata de otra singularidad argentina, pero no veo ese fenómeno en países hermanos de América latina que menos desconozco (México, Perú, Chile), ni en algunos europeos con sistemas parecidos al nuestro (España, Francia o Alemania).

Contrasta sin duda con la actitud de los pocos políticos del pasado (Arturo Illia, Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero entre los más cercanos) y los poquísimos del presente (Cristina Kirchner), quienes solo con la herramienta del silencio o con una frase ocasional dan por sentado, por obvio, que continúan a disposición de sus ideas y de la gente que siempre los ha seguido. Estos otros, en cambio, traen inmediatamente a la memoria aquello que escribió Bertolt Brecht: “Los de arriba se han reunido en una sala. Hombre de la calle: abandona toda esperanza”.

* Mario Goloboff es escritor, docente universitario.