Aunque las fórmulas de las series policiales no son tantas y tienden a repetirse, la producción, el elenco y la elección de un escenario atractivo colaboran con los esforzados guionistas. Es el caso de La paz de Marsella, creada por Kamel Guemra y dirigida por el actor, guionista, escritor y expolicía francés Olivier Marchal

Con seis episodios de poco más de cincuenta minutos cada uno, la historia que comienza con la espectacular fuga de un mafioso, Franck Murillo (Nicolas Duvauchelle), en el funeral de su hijo se ubicó entre las diez más vistas desde su estreno en Netflix a principios de mes. Las autoridades marsellesas creen que Murillo ha muerto en Venezuela, pero el narcotraficante está vivo y quiere vengarse de Ali Saïdi (Samir Boitard) por el asesinato de su hijo. En la serie, los lazos entre padres, madres e hijos determinan la conducta de los personajes. Ya sea por protección, deuda de honor o culpa, entre mafiosos y policías lo primero es la familia.

A los dos grupos de narcos que quieren monopolizar en Marsella el tráfico de drogas (cada vez más dañinas) se opone el escuadrón policial comandado por Lyès Benamar (Tewfik Jallab), responsable según la madre de no haber cuidado a una de sus hermanas, que ha muerto de sobredosis. A espaldas de ella, colabora con el sustento de lo que queda de la familia. El fiel equipo de Lyès (acosado por el inspector Miranda, de Asuntos Internos, debido a los métodos brutales que a veces se utilizan en contra los delincuentes) está integrado por Arno (un encantador y abrumado Olivier Barthelemy), Audrey (Lani Sogoyou encarna a una policía lesbiana) y Tatoo (Idir Azougli), que se infiltra entre los informantes de las bandas; algunos son niños extorsionados por los narcos. Al final del primer capítulo, se suma la bella agente de Interpol Alice Vidal (Jeanne Goursaud), que se la tiene jurada Murillo por haber asesinado a su padre policía. El magnetismo entre Lyès y Alice, emparentados por un sentimiento de orfandad, añade una pizca de sensualidad al thriller.

Por encima de Benamar, reina la comisaria Marion Fabiani, interpretada por Florence Thomassin; por encima de Fabiani, están las autoridades políticas y judiciales de Marsella, que en apariencia solo quieren la “Pax Massilia”, título original de la serie que evoca las épocas del Imperio romano. Con insistencia, Miranda (Diouc Koma) le exige a Fabiani que entregue a Benamar, que debe viajar con Alice a una cárcel española tras la pista de Murillo. En un bar de la zona de frontera, Lyès se cruza con una novia del mafioso con la que él tuvo un romance, Fanny Santiago (Lucie Lebrun), y Alice descubrirá que Fanny tiene una hija de seis años que vive con su abuelo materno. De un modo u otro, y con distintos niveles de crueldad, los niños son sacrificados en el altar de la violencia de los adultos de La paz de Marsella.

Tiroteos, persecuciones, batallas campales en bares nocturnos y fiestas de cumpleaños, masacres y sesiones de tortura transcurren en la superficie de la trama; por debajo, los lazos de sangre impulsan a los personajes a restaurar una paz imposible, en parte porque presupone la destrucción del enemigo. Con la ciudad-puerto como protagonista muda e indiferente ante la suerte de sus habitantes, la miniserie francesa privilegia la acción y el impacto como entretenimiento, sin descuidar algunas observaciones acerca de la violencia contemporánea: jerárquica, multicultural, presente de una forma u otra en todas las clases sociales y, según deja entrever, al servicio de los poderosos. Con final abierto, se puede esperar una segunda temporada.

La paz de Marsella, dirigida por Olivier Marchal

Con Tewfik Jallab, Jeanne Goursaud, Nicolas Duvauchelle, Olivier Barthelemy, Lani Sogoyou, Idir Azougli, Samir Boitard y Florence Thomassin