Hay algo en el imaginario popular que vincula los próximos conflictos bélicos con un recurso que, hoy, en tiempos en donde todo se mide con relación al mercado, la oferta y la demanda, parece al alcance de la mano de cualquiera y desprovisto de cualquier precio: el agua. Más claro que el petróleo, menos sólido que el litio, el agua es el fluido en donde se depositan tanto los sueños como las esperanzas de que la vida prospere, pero también el temor de que no nos queda mucho antes de que la toma de recursos naturales, de ríos, lagunas, de napas y reservas, empiecen a ser adquiridos por privados no tanto a través de subterfugios legales, sino con el uso de la violencia directa. La clave está en el cambio de registro: este panorama que suena mucho a historia distópica de ciencia ficción, en nuestros días, puede ser abordado desde otro género, con un tono mucho más cercano al retrato realista y a la crítica a la política de explotación contemporánea. Sin heroísmos, sin certezas, con más preguntas y dudas y con personajes que están metidos en el drama sin tener muy en claro por qué, El principio de todas las cosas de la joven historietista Lucía Martínez Mayer, es un ejemplo cabal de que nuestro mundo ha cambiado y que lo único que podemos sacar en claro de todo esto es que, como Natalia, la protagonista de esta aventura, conviene tomar nota de todo.

Martín Fischer, hermano de nuestra peculiar heroína, está desaparecido. Militante de una organización ambientalista, todo el mundo lo tiene como referente y el hecho de que no aparezca por ningún lado después de una manifestación pone en alerta a la pequeña comunidad de un punto geográfico nunca determinado, pero que se adivina en el sur de nuestro país, lejos de Buenos Aires. Natalia, estudiante de periodismo, decide ir a ver qué pasó con su hermano muñida de una pequeña mochila, su lapicera y un block de notas. Al arribar, va reconstruyendo la historia de Martín, quién era, qué representaba para esa gente en posición de lucha por los recursos naturales, y al mismo tiempo se topa con una injusticia de proporciones tan descabelladas como reales: muchos de los manifestantes están encerrados ilegalmente en un lugar desconocido, lo cual muestra el modus operandi de las fuerzas represivas cuando el ojo público, los medios, no las evidencian ni reclaman por su accionar. ¿Qué podrá hacer Natalia con su escasa experiencia para cambiar las cosas allí, donde parece que al resto del país no le importa lo que pasa? ¿Dónde está Martín y por qué no aparece por ningún lado? La protagonista tendrá que armar un mapa, como los que hacía su hermano de joven, para poder reconstruir una historia con muchos vacíos que va dejando un trazo de angustia cada vez mayor luego de pasar cada página.

Martínez Mayer consigue armar una historia de denuncia sin recurrir a cierto tono más o menos usual al que estamos acostumbrados. Las primeras páginas presentan el escenario, el encuentro con las fuerzas de seguridad, el típico “viaje de regreso” de una persona a una vida que creyó que sólo estaba en el pasado, pero a medida que esta historieta avanza, aparecen nuevas puertas, repletas de una incertidumbre que sólo puede vincularse con la naturaleza humana, con la idea cabal de que no sabemos muy bien cómo reaccionar frente a ciertas situaciones, y que, de algún modo, algún tipo de respuesta vamos a sacar de lo que nos está pasando. La explotación de recursos es una realidad, pero ¿qué podemos hacer frente a ello? Martín aparece como un héroe ante todos, pero ¿cuál es el trasfondo de su lucha y el verdadero lugar que ocupa, más allá de lo que todos piensan? Los giros en la historieta tienen más que ver con el rostro de Natalia, una cara inundada de estupefacción frente a un mundo que trata de comprender de alguna manera, antes que con la certeza del héroe que tiene en claro la dirección a tomar.

“Si bien El principio de todas las cosas no pretende hacer referencia a ningún conflicto puntual, sí me pasó de estar todo el tiempo consumiendo noticias de diferentes medios y agrupaciones, al punto de llegar a estar pintando imágenes de represión a manifestantes ambientales para la historieta mientras al mismo tiempo reprimían en Chubut a activistas que se manifestaban en contra de la megaminería”, señala la autora, quien en 2021 ganó con Lo mejor que tenemos el tercer premio del concurso de letras Fondo Nacional de las Artes, un material editado por el sello Loco Rabia en 2022 y también orientado hacia una reflexión en torno a nuestra relación con el medio ambiente. “Aquel interés y preocupación por la emergencia climática reaparece en este libro, ahora tal vez de modo un poco más político, pensando en las luchas que se dan en el territorio. Y en lo difícil que puede ser atravesar este tipo de situaciones que en el libro parecen ser un futuro distópico y, sin embargo, son el día a día de un montón de gente”.

El principio de todas las cosas retoma la temática ambientalista, aunque le suma ese componente político que no se resuelve de manera panfletaria, muy por el contrario, dispone dudas e inquietudes en una historieta sobre la explotación de recursos hídricos usando acuarelas. “Me gusta el juego que se da al estar contando una historia sobre la sequía, sobre la escasez de agua, con un medio como las acuarelas, que necesitan del agua para funcionar”, subraya Lucía. La búsqueda de Natalia, el choque con las fuerzas de seguridad, el miedo frente a lo que te puede pasar, la explotación a espaldas del pueblo (o en la cara, en el peor modo posible) son instancias que hacen de esta historieta un dedo que señala, sin tener programas claros, hacia el mundo que se nos viene. La angustia que se respira en cada dibujo hacen juego con la búsqueda de cierto acompañamiento, de un abrazo que los personajes no se ahorran, casi a manera de consuelo: algo podemos hacer, pero no necesariamente tenemos muy en claro qué, no necesariamente creemos que nos va a salir todo perfecto. La historieta de Martínez Mayer no es un cómic de denuncia, es un testimonio de dudas existenciales en torno al provenir, no exento de una lectura política implacable. “Para qué escribir, para que investigar, para qué dibujar, cuando hay algo tan urgente que parece que se tiene que resolver en la calle o, incluso, a veces parece que no queda nada por hacer”, concluye Lucía, una autora que confirma su punto de vista con esta historieta madura, que señala también un largo camino en el medio gráfico, uno que recién empieza. “Creo que el punto medio entre la resignación y el activismo, en mi caso, fue hacer esta historieta, tratando de mostrar las ambivalencias, los miedos y las contradicciones que nos atraviesan”. Y estas páginas parecen decir: nos seguirán atravesando en un futuro cada vez más conjugado en presente.