Dentro de la larga y diversa tradición musical que atraviesa la historia de la ciudad de La Plata, el de Güacho resulta un caso único. Como parte de una generación encabezada por artistas como El mató a un policía motorizado, La Patrulla Espacial y Shaman Herrera, el trío resulta una extraña y pesada criatura que, directamente vinculada al blues rock y el stoner, logró convertir su oscuridad sónica y conceptual en una entidad llamativamente digerible e inclusiva, transformándose en una de las bandas independientes más convocantes de la ciudad universitaria. “Yo al nuestro lo siento un lenguaje bastante inaccesible en algunos puntos, no es algo liviano”, dice el bajista Joaquín Castillo. “Pero la honestidad trasciende cualquier tipo de género. De eso depende que alguien se sienta conmovido y se acerque de alguna manera.”

Su tercer disco, el recién editado Vol. III (La persistencia de la memoria), tiene al trío avanzando sobre su fórmula guitarrera y oscura, de fuerte pulso blusero y climático, aunque con una intención cada vez más calibrada en el formato canción. Es el cierre de una trilogía conceptual  en la que Güacho avanza como una versión onírica y psicodélica de Pappo’s Blues.

“Hay gente a la que el proceso creativo le resulta más fácil cuando tiene ciertos límites. Aunque los temas siempre vuelven a ser los mismos, lo que cambia es la persona y la personalidad del que los cuenta”, explica Lisandro Castillo, cantante y guitarrista. “Capaz el resto de mi vida siga hablando de lo mismo. Las temáticas que nos preocupan, a mí y a músicos como Maxi Prietto o el Chango Barrionuevo, medio que son las mismas: tus amigos, el fútbol, de lo que tengas ganas de hablar. Solo hicimos el ejercicio de identificarlo y pasearlo por donde tuviéramos ganas, con distintas poéticas y estilos.”

Aunque se podría emparentar con bandas de género como Los Natas o Humo del Cairo, la de Güacho resulta una forma bien amplia y personal de continuar la tradición local de blues rock, que tiene a Norberto Napolitano como tótem ineludible. “Nos gusta ese primer periodo en el que el chabón, tratando de copiar la música de afuera, terminó generando un estilo propio y marcando a fuego al rock de acá y a todos nosotros”, dice Lisandro. También remarcan la influencia de artistas cercanos, como el músico y productor patagónico Shaman Herrera, que aportó voces en tres canciones del disco. “Shaman es como un eje que cruzó toda la ciudad de punta a punta”, ilustra Lisandro. “Es uno de los artistas más sensibles y conmovedores que hay”, agrega Joaquín. 

Cuando se refieren a la tradición musical de su ciudad, dicen estar circunscriptos a una corriente no sólo enfocada en la búsqueda de una voz propia, sino también en la necesidad de transparentar una forma de independencia integral que se remonta a la historia de los Redonditos de Ricota: con grandes shows autogestionados y una detallada elaboración, casi siempre artesanal, de su obra. “Nos interesan mucho las formas de hacer las cosas”, dice Joaquín. “Así como aprendimos un montón en la construcción de nuestro lenguaje, tuvimos que aprender a hacer y producir, y ahora sabemos que es la única forma de hacer las cosas como queremos. Y eso también habla de una banda.”

* Sábado 21/10 desde las 15 en festival Viaje de Agua Vol. II (C.C. Konex, Sarmiento 3131), junto a Poseidótica, Atrás Hay Truenos, Las Diferencias, Motosierra y más.