La palabra estanflación es una contracción de estancamiento e inflación y fue inventada en 1965 por Iain Macleod, diputado conservador inglés, en un discurso donde criticaba el gobierno laborista de Harold Wilson. “Estamos en el peor de los mundos. No solo tenemos por un lado la inflación y por el otro el estancamiento, sino los dos a la vez. Lo que podríamos llamar estanflación”, explicó.

En ese momento no era para tanto, pero a partir de 1973 hubo en el centro capitalista una verdadera estanflación. La inflación con una disminución de la producción fue explicada empíricamente como el resultado de un choque externo que provocó el encareciendo del petróleo en 1973 (guerra del Kippur) y que continuó en 1979 con la revolución en Irán, lo cual produjo una caída en los precios relativos de la mayoría de los bienes respecto de la energía.

Este cambio significó que hacían falta más horas de trabajo para pagar la calefacción, que se necesitaban más horas de trabajo para pagar el KMh de electricidad, el BTU de gas o el litro de nafta. Como el aumento del precio de la energía disminuía el remanente del ingreso para comprar los otros bienes, los trabajadores debieron cambiar la composición del gasto para mantener el equilibrio de su presupuesto. La caída del poder de compra de los salarios debido al incremento de los precios de la energía condujo a una disminución del consumo global.

Por su parte, las empresas trasladaban a los precios el incremento del costo de la energía, lo cual desequilibraba más aún los presupuestos de las familias. Frente a esto, las empresas disminuyeron su programa de inversiones, lo cual condujo a una caída del consumo y la inversión.

Recesión

Como los precios son inflexibles a la baja, ese cambio en los precios relativos produjo una caída de las cantidades. No hubo estancamiento sino decrecimiento. Las empresas ajustaron la oferta a las nuevas condiciones de la demanda y emplearon menos trabajadores, lo cual incrementó la tasa de desempleo. Con ello, cayó la masa global de los salarios, lo cual disminuyó aún más la demanda global en un proceso espiral descendente. Este punto es crucial porque por primera vez desde la crisis de 1930 apareció en Europa y en los Estados Unidos un desempleo masivo, que superó en algunos países el 15 por ciento.

El impacto de la estanflación fue severo pero las regulaciones de la economía, que habían sido introducidas en la posguerra, en particular el seguro de desempleo, las ayudas sociales y además de la mutualización de los riesgos sociales, así como las subvenciones, impidieron que se transformara en otra Gran Depresión como la de los años '30.

Los economistas ortodoxos hicieron un diagnóstico y un análisis erróneo, ya que sostuvieron que la estanflación mostraba el agotamiento de la teoría keynesiana que, afirmaron, había acuñado la idea que existía una alternativa entre la inflación y el desempleo, lo cual solo era una errónea interpretación monetarista de la curva de Phillips, ya que Keynes nunca escribió nada en ese sentido.

Edmund Phelps criticó la afirmación de los economistas ortodoxos, haciendo suya la explicación sugerida por Keynes en el capítulo V de la Teoría General según la cual los agentes económicos toman las decisiones económicas basándose “principalmente en la presunción de que la evolución futura de la economía será similar a lo sucedido en el pasado”.

Phelps sostuvo que “la inflación no depende solo de la evolución de los salarios ni de los impactos del precio de un insumo que participan en una proporción variable en la formación del precio sino también, y en una proporción significativa, de la inflación anterior y del grado de concentración de los oligopolios del capital monopolista. Salvo que haya una razón contundente, los empresarios supondrán que la inflación seguirá siendo la que fue, sea cual fuere la evolución del empleo global y de la baja futura de los salarios reales que, dicho sea de paso, ignoran al fijar los precios”.

Terapia de shock

Los formadores de precios saben que la inflación es una creación de riqueza virtual y fugaz pero detestan y temen la deflación y la estanflación, que es una destrucción de la riqueza real si el nivel de la baja en el volumen de la producción es superior al aumento de precios.

Esto se debe a que el cálculo del precio se basa en el valor real y actual de los insumos y que la baja del volumen de ventas se traduce en una pérdida neta de capital. Las políticas económicas de austeridad en los años '90 impusieron la alternativa de poca inflación y mucho desempleo, además de tasas de interés positivas favorables al capital financiero, y provocaron en Europa y los Estados Unidos un desempleo masivo. Fueron abandonadas con la Gran Recesión y con el llamado “retorno de Keynes” en el 2008.

El proyecto expuesto por Milei de provocar una estanflación se realizará disminuyendo la demanda global a través de un incremento de la presión fiscal en general, de una disminución del gasto público, materializado en la parálisis de la obra pública en particular, y de la suspensión de las paritarias.

Estas medidas, como en el caso de la crisis del petróleo, provocarán una disminución del volumen de la producción, un incremento del desempleo y una aceleración de la inflación como si fuera un choque externo, solo que en este caso se trata de una decisión política, de un error no provocado, deseado.

El diagnóstico de Milei, según el cual un shock estanflacionista provoca la caída de los salarios reales para incrementar la productividad financiera de las empresas, es erróneo. El nivel de la productividad no depende de los salarios sino de la capacidad tecnológica del capital. Todos sabemos que la productividad de un trabajador es mayor con una máquina que con una pala. Idénticamente, la perfomance de las exportaciones no depende de la tasa de cambio y no aumenta con una devaluación, como sostienen el FMI y Milei.

La teoría económica ortodoxa, sobre la cual se basa la acción económica de recesión planificada iniciada por Milei, no reconoce la estanflación como teóricamente posible, ya que el “mercado” hace jugar la competencia y debería, a cada impacto externo o interno, producir un cambio en los precios y de las cantidades que reestablecería automáticamente el equilibrio.

Pero en la realidad eso no se produce porque los supuestos en los que se basa la teoría ortodoxa para explicar el restablecimiento del equilibrio, en particular la competencia, no se verifican. Vale decir que no se equilibrarán los precios sino solo las cantidades. Los oligopolios van a tratar de preservar sus ganancias reales aumentando los precios. Por eso hay estanflación.

Es erróneo sostener que la estanflación provocada por un choque externo o interno pueda producir, como afirma Milei, una caída de los salarios y de la inflación. Habrá una baja de los salarios reales y una baja de la baja de la demanda global que llevará a una disminución de la producción y el empleo, pero no de los precios: no hay una alternativa económica entre más desempleo menos inflación.

El anuncio de una política de shock centrada en la disminución del gasto público en un país que se repone poco a poco de la epidemia es anunciar una recesión planificada, como la denominaba Keynes. Esto ha hecho que le corriera a muchos responsables tanto en el país como en exterior un frío glacial por la espalda. No se trata ahora de una jactancia televisiva sino la política de alguien que puede aplicarla. Y no es de extrañar que incluso el capital financiero haya reculado frente a la evidencia de pérdidas enormes de riqueza en una situación donde la pobreza es la norma.

Errores

El diagnóstico según el cual el exceso de gasto público origina la inflación es evidentemente erróneo. Presentar el exceso de gasto público como la resultante de los sueldos elevados de los agentes de Estado es un truco demagógico bastante conocido pero también desacertado. Si hay algo que los economistas sabemos con claridad y certeza es que en la mayor parte de los casos y en especial en Argentina el déficit fiscal resulta de la insuficiencia del ingreso fiscal.

Que se quiera echar al foso de los leones a los agentes del Estado y tratarlos de grasa militante como se atrevió a decir Alfonso Prat-Gay y explicar que los médicos, los basureros, las enfermeras, los bomberos, los maestros o los policías son ñoquis como sostiene José Luis Espert, es poco plausible.

La disminución de los costos salariales en la función pública así como del irrisorio del “gasto de la política” tiene un impacto poco significativo en términos de equilibrio presupuestario. Más grave es la interrupción de la “obra pública”, que provocará un violento shock. El conjunto de la construcción representa 4,6 por ciento del PIB, un valor apenas inferior al de la producción de granos, y provee 480 mil puestos de trabajo. De ese total, 245 mil personas corresponden a empleos de la construcción de obras públicas, que representa un poco más del 3 por ciento del PIB.

El impacto de la disminución de la obra pública repercutirá sobre la producción de cemento, madera y plásticos, entre otros insumos, y producirá un aumento fulgurante del desempleo. En la medida en que los trabajadores no dispongan de ingresos de sustitución, o un seguro de desempleo, entonces se producirá una nueva caída de la demanda global.

Las medidas tomadas y las propuestas enunciadas van llevar al país a una depresión económica con caída de la producción física, aunque los precios nominales continúen aumentando. Conviene recordar que las medidas económicas no son reversibles a corto plazo. Los vaivenes de las declaraciones muestran una improvisación y un gran desconcierto. Pero lo que sabemos a ciencia cierta es que la Argentina es conducida voluntariamente a una crisis de demanda de una magnitud significativa que no será reversible a mediano plazo. Como lo señaló John Kenneth Galbraith, que trabajó con Roosevelt y Kennedy, “uno puede atraer una piedra tirando con una soga, pero la soga no permite alejarla”.

* Doctor en Ciencias Económicas de l’ Université de París. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]