“Probando”. Eso lo primero que se lo escucha decir en su nuevo disco. Poco a poco su vieja voz gastada de bluesman que vio demasiado crece en intensidad y se desgarra bajo nubes de sonidos espaciales que anticipan la extraña tormenta que llegará después. Diez años atrás, a sus sesenta y dos, Lonnie Holley ya tenía un nombre bien ganado como artista plástico autodidacta cuando en ese mismo plan grabó Just before music, un viaje musical con letras desprendidas de un flujo de conciencia que lo llevaría a nunca repetir la misma canción sobre un escenario. Por estos días su sexto disco, Oh me oh my, se multiplica en las listas de lo mejor del año en diarios y revistas de todo el mundo. Pero nada de eso parece haberlo llevado a reconsiderar su deriva impredecible: “¿Cómo va a tocar estas canciones en vivo?”, le preguntaron en una entrevista. “No voy a tocar lo mismo que el disco”, respondió. “¿Cómo es que llaman a eso de hacer algo nuevo cada vez? ¿Freelance? ¿Freestyle? Bueno. Eso es lo que hago”.

Producido por Jacknife Lee (U2, Taylor Swift) y con cameos estelares de Michael Stipe, Sharon Van Etten o Bon Iver, Oh me oh my fue el resultado de una movida de la discográfica Jagjaguwar por llevar su música a un público más amplio. Ya una bruja le había profetizado a sus diez años que llegaría el tiempo en que su nombre recorrería el mundo. Lo que no le anticipó fue todo lo que iba atravesar hasta llegar a eso. Séptimo de veintisiete hermanos y padre de quince, Lonnie nació bajo la sombra segregacionista de Alabama en 1950 y mucho en su obra conserva las dolorosas huellas de aquellos días. En un documental sobre su vida estrenado en 2021, Thumbs up for Mother Universe, cuenta que una mujer lo adoptó de bebé y luego lo cambió por una botella de whisky a una familia que integraba la troupe de un circo ambulante. Un año después de aquella profecía decidió escapar y se largó a vivir en la calle, lo atropelló una camioneta, lo declararon muerto y resucitado y lo encerraron en la Alabama Industrial School for Negro Children, una nefasta institución que una década más tarde sería condenada por abusos y tratos esclavistas a niños y adolescentes en campos de algodón.

Esa experiencia es narrada por él mismo en “Mount Meigs”, una de las piezas centrales de Oh me oh my: “Nadie nos enseñó nada/ ninguna educación/ me sacaron la curiosidad a golpes/ a empujones/ a latigazos/ la aplastaron/ la maldijeron/ para asegurarse de que me mantuviera recto en la fila”. En 1979, tras una serie de trabajos pasajeros que fueron desde cavar tumbas en un cementerio a cocinar en Disney World, una tragedia decidió su camino cuando dos sobrinas murieron en un incendio. Nadie en su familia podía costear las lápidas y Lonnie salió a buscar materiales que le permitieran construirlas. Encontró bloques abandonados de piedra de arenisca, los llevó a su casa y los talló con el serrucho de un abuelo. Fue así como a sus veintinueve comenzó su camino en el arte, entregándose a un prolífico devenir que cruzaría en ofrenda pagana la memoria y el instante, la belleza y el espanto, fierros, piedras, cuadros y objetos de la calle que terminarían formando parte de la colección permanente de la Casa Blanca y los museos y galerías más importantes de su país.

“No es nada fácil lo que hace Lonnie”, contó Michael Stipe, que en Oh me oh my aporta coros en el tema que da nombre al disco. “Toma todas estas cosas que dan vuelta en su cabeza y las baja al medio con el que esté en ese momento en un trance profundamente poderoso”. No hay solemnidad en los modos de Holley, más bien una espontaneidad inclaudicable bañada por una luz cálida que nunca cierra las puertas a la esperanza ni esconde sus momentos de furia. En 2006 compró un Casiotone en una tienda de usados y comenzó a grabar un diario personal con piezas improvisadas. Seis años después lanzó Just before music, una ofrenda a todo o nada largada de tirón y acompañada por los sonidos futuristas ochenteros de su teclado. Al año siguiente grabó Keeping a record of it (2013), una primera aproximación al formato canción con letras surrealistas como en “Seis Cabinas Espaciales y 144.000 Elefantes”. El boca a boca llevó a que pesos pesados como Bill Callahan o Animal Collective lo invitaran a abrir sus shows, y ya más instalado en la escena llegaron el rockero (y primero grabado junto a una banda) National Freedom (2018) y el potente Mith (2020), donde comenzó a jugar con las posibilidades del estudio con capas superpuestas y letras de una fuerte carga política como en “I Woke Up in a Fucked Up America”, grabada el día de la asunción de Trump.

En su estudio de artista plástico

Oh me oh my comenzó a tomar forma justo antes de la pandemia. Lonnie se encontraba en Los Ángeles por una exposición, Jacknife se enteró y lo invitó a meter voces en la grabación de un artista que estaba produciendo en esa ciudad. Lonnie se enamoró de su manera de trabajar y le dijo que si al otro día estaba libre le encantaría grabar algo con él. “Para empezar, Jacknife era fan mío”, se atajó en una entrevista con encantadora impunidad. El modus operandi fue muy diferente al de sus discos anteriores: grabó en teclados una serie de bases que Jacknife remezcló y amplió con melodías y disonancias de vientos, cuerdas, guitarras y las colaboraciones a distancia de Stipe, Van Etten, Bon Iver y la cantante de Mali Rokia Kané. Los únicos aportes de voz grabados en estudio fueron los de la talentosa música, poeta y activista Camae Ayewa, alias Moor Mother (chequear su excelente collage sonoro de 2022, Jazz Codes) en el tema con más groove del disco, “Earth Will Be There”.

Las letras encontraron a Lonnie sumergiéndose en momentos dolorosos de su pasado como nunca antes. “Estábamos en la costa, justo sobre la línea de terremotos, tornados, huracanes, inundaciones. Mucho de eso suele aparecer en mi música, y el paisaje montañoso que rodeaba al estudio me trasladó a todo lo que viví en mi infancia”, contó. Jacknife Lee no tiene más que palabras de admiración cada vez que lo consultan: “Lonnie nunca se esconde, nunca. Es una de esas personas que se abren ni bien las conocés. En los estudios hubo ocasiones en las que lloró. Cuando pasaste por tanto y todavía podés encontrar alegría en lo que hacés… No sé, cambió no solo mi acercamiento a la música sino también a mi manera de vivir. Hace con su arte lo que hizo con su vida. Toma experiencias imposibles y las transforma en algo hermoso. Muchos artistas son fans de su obra, pero quise aprovechar esta oportunidad para que todo el mundo le prestara la atención que merece”.