“Nosotros decidimos
quién es judío y quién no lo es”.
Joseph Goebbels, 1933.

Lectoros de mi corazón subalquilado (como están las cosas, con un solo corazón debe vivir una familia entera): tenemos un gobierno espectacular, en el sentido de “dar espectáculo”. Más de un romano pagaría gustoso su entrada a este circo donde los “leones con motosierra” se comen a los cristianos y, ya que están, a los judíos, a los musulmanes, a los agnósticos y a los protestantes (sobre todo, si son cuatro o más en un lugar público).

Hace solamente una semana, ¿Calígula, Nerón, Cómodo, Tiberio, Rómulo Augústulo? se dirigió a sus súbditos para desearles una feliz hecatombe de calenda nueva (ya sé que "hecatombe" y "calenda" son términos griegos y no romanos, pero bueno, con la nueva desregulación de todo lo extranjero, también los idiomas caen en la volteada). En ese Ave, popule, el Sumo Maurífice encarnado en J. Milenial amenazó a la oposición, presionó al Congreso y aterrorizó al resto del subditaje con descalabros de proporciones bíblicas en caso de que no aceptásemos alegremente sus Mandamientos de Necesidad y Urgencia –ahí se autopercibía Moisés–; en cambio, si nos sometiésemos a sus designios celestiales, lo que nos ocurriría sería…, eh…, ¡vaya coincidencia!, dirían Les Luthiers.

En realidad, se refirió a un profundo deseo que seguramente anida en el corazón (o alguna otra víscera) de la más rancia argentinidad: ¡ser irlandeses! ¿Qué argentine no desea, en su fuero íntimo, ser irlandés? ¿Qué compatriota no se autopercibe natural de la bella Irlanda? ¿Qué argentino de bien no reconoce como los escritores nacionales a James Joyce, Bernard Shaw u Oscar Wilde? ¿Quién no reemplazaría con gusto las marchas del 17 de octubre por el 17 de marzo (Saint Patrick)? Digo todo esto con la mayor confraternidad y respeto por Irlanda, y entendiendo que quizás allí tampoco causaría mucha gracia remplazar la cerveza por el choripán, pero –por suerte para ellos– nadie les propuso “ser Argentina dentro de 35 años”.

Si intentara no ser malicioso –cosa que me resulta difícil estos días tan tremendamente cínicos–, dejaría de lado otra turbia idea que asomó por mi muy gastada neuronita: ¿y si en realidad se refirió a Irlanda aludiendo a los conflictos sociales, políticos y religiosos que sacudieron y tanto daño hicieron a la región? ¿Y si lo que quiso decir es: “Si me hacen caso, dentro de 35 años vamos a estar divididos, peleándonos unes contra otres por las diferentes creencias y, los que puedan, defendiéndose con uñas y dientes –otra cosa no van a tener– de las garras del Imperio británico renacido o de sus primos allende el Atlántico, a quienes se les hace agua la boca cuando oyen: litio, petróleo, lomo, agua potable"? ¿Cómo saberlo? Es imposible estar en su cerebro, y honestamente, si fuera posible, no sería yo quien desearía estar allí.

Es probable que la ley ómnibus con la que embistió al Congreso choque con muchos colectivos, ya que, en un ataque de inclusividad, no ha dejado atropello sin cometer, ni grupo sin denostar. Es posible que hasta la misma Corte Suprema se sienta algo amenazada, dado que se debe reunir para analizar la constitucionalidad del DNU, pero resulta que ellos son... ¡cuatro!, y las reuniones de más de tres personas en sitios públicos son consideradas sospechosas y sujetas al castigo patricial.

Uno se pregunta: ¿les que votaron esto, votaron esto? ¿De verdad no les importa su propia destrucción, con tal de “destruir al peronismo”, partido que de alguna manera representa a “los incluidos” en su discurso y en muchos de sus actos?

No tengo, no podría tenerla, una respuesta clara. No soy especialista en el tema, aunque mi trayectoria profesional y personal me hace intuir que detrás de todo “ustedes, los/las…”, hay un prejuicio; y que detrás de todo “según las estadísticas…”, hay una mentira. Lo que sí me animo a decir es que el voto liber-otario era el voto de los excluidos, de los que no se sentían invitados a la fiesta; de quienes se sentían cancelados, bullingueados, prejuiciados, ninguneados, negados, desechados, olvidados, “insignificados", “dejados de lado", y no solamente en lo económico.

Era el voto de quienes, cuando escuchaban la frase “los derechos de las minorías”, sentían que, por no pertenecer a esas minorías, carecían de esos derechos. ¿Para qué, entonces, iban a sostener derechos de los que, de todos modos, estaban excluidos? Entonces, votaron por “que se vayan todos” de ese sitio del que a ellos ya los habían echado.

De todas maneras, no quiero terminar esta columna sin mencionar al bolacero presidencial, ese que todas las mañanas dice algo para tenernos contentos... a los humoristas. Él podría explicar (esta vez soy yo quien le facilita el trabajo a él): "No es cierto que nuestro gobierno desestime los derechos de las minorías. De hecho, todo lo que hacemos es, justamente, para defender y mantener los derechos de una minoría: la de los ricos y poderosos”.

Sugiero al lector compañar esta columna con el video “Cuando la cast vuelve marchán”, de Rudy-Sanz (RS+):