Desde el comienzo de la humanidad, la materialidad del tiempo para los seres humanos, sólo fue palpable mediante dos factores que influencian la memoria: el recuerdo y el olvido.

¿Qué es un recuerdo? Es una inmaterialidad alojada en la caverna de la memoria, que nos permite intentar reconstruir en nuestra mente una situación pasada.

¿Qué es un olvido? Todo lo que no logramos rememorar de esa situación pasada.

La inmaterialidad es una cualidad común de los recuerdos y los olvidos: las imágenes, voces, olores, sensaciones, emociones, conocimientos perduran en fragmentos que recordamos por necesidad o estímulos externos. El concepto se comprende si evocamos el cuerpo desnudo de la persona amada y lo comparamos con un video o una foto del mismo.

El material -foto o video- elimina el misterio y el erotismo de la imaginación, no permite ninguna creación, esa que se elabora con la danza que bailan la imaginación y la memoria, para elaborar el recuerdo que queremos. Hoy, el uso de los filtros permite una distorsión tan importante, que la foto o video pueden brindar una representación totalmente falsa.

Toda la existencia humana es una interacción de recuerdos y de olvidos, entremezclados en la memoria.

En condiciones fisiológicas y psíquicas normales, es imposible recordar u olvidar todo lo sucedido: todo recuerdo tiene algo de olvido y viceversa. Por eso, la interacción de recuerdo y olvido es necesaria para nuestro desarrollo individual y social. Así, en lo individual, los recuerdos nos permiten adquirir conocimientos, al evocar información previamente almacenada por la memoria y con ella hacer cálculos de probabilidades. Ese rescate de datos antes guardados, habilita la generación de conocimientos o la reviviscencia de emociones vitales para nuestro desarrollo.

En lo social, los recuerdos, en conjunto con la historia de una sociedad, alertan sobre los errores que debemos evitar como comunidad.

Entonces, ¿cuál es el poder del recuerdo y del olvido?

El recuerdo activa o genera conocimientos o emociones, mientras que el olvido es desactivador, borra conocimientos o emociones. Tanto el recuerdo como el olvido son poderosos para las personas y para las sociedades, pero ¿por qué?

El olvido puede ser un transformador de conocimientos o emociones.

Si bien, en la construcción del conocimiento, el recuerdo es clave, un olvido puede ser el camino para descubrir un nuevo saber o para modificar, por error, un aprendizaje existente. En el plano emotivo, el olvido, puede menguar el efecto destructivo de un trauma y permitir su reelaboración.

En la búsqueda de prosperidad y paz social, el olvido o la atenuación del recuerdo, pueden renovar la esperanza en los sistemas o en ciertos actores políticos –aunque tengan múltiples historiales de fracaso encima- alentar nuevos consensos sociales y resucitar en la gente, una credibilidad muerta.

Aquí es donde entran a jugar las nuevas tecnologías de memorias externas y la inteligencia artificial, como “hackeadores” de nuestra capacidad de cálculo. Para entender cómo juegan, hay que conocer nuevas reglas.

¿Qué es el presente?

Es la suma de recuerdos y olvidos en las memorias humanas, rescatadas porque, alguna vez, nuestra atención las enfocó y nuestra memoria las guardó. El itinerario de esta información aprendida, hoy sufre la disrupción de las memorias externas, mediante el uso de inteligencia artificial.

Ahora, las reglas son otras. Estas nuevas tecnologías, bombardean nuestra atención y siembran en nuestra memoria, situaciones pasadas –nuestras o de otros- encapsuladas en el “espacio- tiempo”. Son construcciones artificiales que provocan la evocación de sentimientos o pensamientos afines a los propios y determinan nuestra percepción sobre la naturaleza, los artefactos, la comunidad donde vivimos y nosotros mismos.

¿Qué es el futuro?

Es la potencialidad de lograr objetivos individuales o sociales deseados, a través de capacidades humanas, recursos naturales y tecnológicos, administrados por nuestra percepción y sentimientos positivos o negativos acerca de nosotros mismos y de nuestro entorno (natural-social-tecnológico).

La interacción de estos factores determinará el avance o retroceso de aquellos objetivos, a partir de la huella de aquél presente en que se gestó ese futuro.

Con este panorama, habrá que preguntarse, qué pasa en nuestra mente si alguien interfiere en nuestra memoria humana e impide su funcionamiento normal.

¿Y si alguien se adueña del poder del recuerdo y del olvido, implantando permanentemente en la memoria, en primer lugar, lo que quieren que recordemos y ocultando lo que quieren que olvidemos?

Exactamente eso es lo que hacen los medios de comunicación y las redes sociales.

De esa forma, moldean primero nuestras emociones, que luego, condicionan el razonamiento individual y social.

Este hackeo, no pone recuerdos en la “bandeja de entrada”, sino textos o videos “inyectados” en nuestra atención para entrar en la memoria y colonizarla.

Lo realmente dañino es que este material -compuesto por impulsos electrónicos de dudosa autenticidad o producto de la inteligencia artificial- es un recorte parcial, visual y fugaz, de la realidad en un momento dado. No es un escenario verídico que sólo puede interpretarse con todos los sentidos humanos y la conjunción de pasado, presente y futuro, vinculados con el momento elegido para manipular.

Nos hacen creer que esa imagen/video/texto, por su supuesta autoridad de verdad, encierra un conocimiento o emoción real o verdadera.

Se busca mandar al olvido los recuerdos completos e íntegros de la misma situación, que se brinda digerida y manipulada en el material digital, para que un criterio errado de eficiencia el cerebro opte por el recuerdo falso, ofrecido por los medios o la redes.

Para enervar el impulso natural de búsqueda de la verdad en nuestra memoria, los medios de prensa y las redes sociales, saturan nuestra “bandeja de entrada”.

¿Qué efecto tiene el hackeo de nuestra memoria y el robo del poder del recuerdo y del olvido?

El impacto es brutal sobre la memoria social pues se la puede cambiar, con elementos adecuados, en pocos meses.

Tenemos ejemplos de sobra en la política nacional e internacional, de gente que no podría ser candidatos a nada, si la gente tuviera presente sus desastrosas, decadentes y corruptas carreras políticas y los resultados de sus gobiernos.

Pero los daños más profundos se hacen visibles en la imposibilidad de pensarnos individualmente para elaborar nuestro proyecto vital y, en lo social, para acordar con nuestros conciudadanos un proyecto nacional.

Así, se dificulta o elimina la posibilidad de un debate interno para crecer o social para acordar y esto amenaza la democracia.

No hay democracia sin debate serio y no hay acuerdo sin debate. No hay posibilidad de debate serio sin que las memorias humanas funcionen con los recuerdos propios, que se interpreten de manera integral con los datos guardados en memorias externas.

Para ello, es indispensable la educación y ahora, la educación tecnológica, que nos enseñe cómo las tecnologías nos manipulan y amenazan nuestra memoria humana, individual y colectiva.

Sin educación tecnológica, la democracia estará en jaque.