¿De qué madera están hechos los afectos?, ¿esos que no siempre preferimos frecuentar a pesar que nos une un vínculo primario?, ¿esos a los que recurrimos en situaciones límites? El sentimiento en las relaciones sexoafectivas ¿es más potente que en las relaciones familiares?, ¿o amicales? ¿Siempre deseamos estar con quien nos une un sentimiento profundo?, ¿o más bien preferimos compartir con personas a las que no queremos incondicionalmente, pero nos entendemos bien?

Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta única. Pero el solo hecho de formularlas nos devela la fragilidad de los afectos y también su robustez, según se reacomoda el estado de las cosas que nos rodean y nos constituyen como subjetividades. Afectos familiares, sentimentales, sexuales, amicales, políticos.

¿Qué ocurre con esos vínculos cercanos que a veces no son los mejores en nuestro día a día, pero permanecen incondicionales a lo largo de nuestra vida? El chisporrotear constante que nos presenta la realidad interactúa con cada vida y altera nuestros afectos. Podemos apreciar mucho a compañeres de trabajo o estudio, pero, cuando el destino nos lleva por distintos caminos, es factible que ese afecto se disuelva como “en los límites del mar un rostro dibujado en la arena”.

Sin embargo, hay otro tipo de afecto que resiste separaciones (aunque no haya sido en buenos términos) y resentimientos. Veamos un ejemplo. Un anciano con muchas dificultades para movilizarse se entera que su hermano ha sufrido un derrame cerebral. Hace diez años que no se ven. Una pelea aparentemente irreversible los había separado en muy malos términos. El anciano no dispone de medios para realizar un largo viaje. Así que, cual Quijote posmoderno, pone rumbo desde Iowa hacia Wisconsin en una cortadora de césped con pequeño remolque. Después de mil peripecias dignas de una novela de caballería tecnológica llegó. Su hermano todavía vivía. Se sientan juntos en el ruinoso porche de la casa familiar. Es de noche. “¿Así que recorriste quinientos kilómetros en una cortadora de césped solo para verme?”, preguntó con lágrimas en los ojos el enfermo. “Lo hice” contestó el hermano. Se quedaron callados contemplando las estrellas.

He aquí lo que pueden los afectos primarios, esos que no es indispensable frecuentar ni cultivar (como una amistad íntima o una relación de pareja). Simplemente permanecen, cual viejos hermanos reencontrados. Unos años después de la travesía de la cortadora de césped, David Lynch la llevó al cine bajo el título de Una historia sencilla. El arte abunda en este tipo de vínculos cercanos pero lejanos -recordar las hermanas de Gritos y susurros, de Ingmar Bergman-, salpicaduras tóxicas, pero también incondicionalidad de la que no suelen gozar habitualmente otros tipos de aprecio.

El afecto es un sentimiento producido en (y por) el cuerpo que aumenta o disminuye la potencia de obrar de una vida. Si algo nos pone triste, se reduce nuestra potencia, si nos alegra, se acrecienta. Los afectos producen acciones, el anciano de Iowa es prueba de ello. Movilizan cuerpos por atracción o rechazo hacia la persona que afectan. No somos responsable del afecto que sentimos -o no logramos sentir por más lazos relacionales que haya- es una exterioridad que nos invade. No obstante, somos responsables de cómo administramos esos sentimientos.

A partir de la década de 1960 hubo un cambio en los estilos de vida del mundo occidental. Se produjo cierta inversión de los valores. La familia, que históricamente fue presentada como modelo a seguir comenzó a ser cuestionada. Tomó envergadura la crítica a la visión binaria y represora. Con las oleadas feministas y reivindicatorias de las expresiones sexuales diferentes se consolidó aún más la idea de que no hay mejor familia que la elegida. Estas familias de amigues funciona como la mayoría de las familias: solidaridad, desengaños, compañerismo, comunidad de códigos, rupturas, reencuentros. También hay ghosteo, pero la diferencia es que el desaparecer sin avisar amical tiene más posibilidades de ser definitivo que la desaparición fantasmal de un familiar. Hay un sentimiento de pertenencia (no muy consciente) a lo frecuentado antes que a les amigues o las parejas, aunque a les últimes les queramos más o lo pasemos mejor con elles, aunque en la práctica no frecuentemos vínculos filiares o incluso los releguemos, extrañamente, pertenecemos a algo común. “Un aire de familia”.

Por supuesto que también hay amistades incondicionales, parejas incluso, pero no representan el imaginario social más vivo. Y no se trata de una cuestión de sangre, por supuesto, sino existencial, cultural, de códigos compartidos, experiencias, pequeñas historias, “algo tácitamente en común”, raigal. En las situaciones límites el afecto primario se intensifica. Sin que eso repercuta necesariamente en las relaciones futuras. Hay afectos que no son alterados por el tiempo y otros para los que el tiempo es asesino.

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“Giro afectivo” es una tendencia científico-social y militante que, a partir de la década de 1990, se expresa mediante proyectos de investigación y difusión, trabajos feministas y activismo de grupos LGBT. El objetivo valioso del giro afectivo es estudiar el modo en que gestionamos el cariño. También se denomina “giro emocional”, por la importancia que se le comenzó a otorgar en los últimos decenios a la necesidad de una mejor comprensión de nuestros estados emocionales. Los estudios culturales latinoamericanos están especialmente interesados en el aspecto político de los afectos. Mabel Moraña e Ignacio Sánchez, en El lenguaje de las emociones, proponen desplegar el potencial de los imaginarios sobre el afecto para una posible reinterpretación de la sensibilidad en la cultura global y su interacción con la cultura y las políticas latinoamericanas. La sociedad afectiva. La vida privada invadió la pública. Lady D se planta frente a una cámara y muestra sus entrañas. Hoy la exposición es mediante redes sociales, reality, talk show, autobiografía, sitio de citas, página porno, selfi, inteligencia emocional. ¿Por qué reflexionar sobre los afectos privados en medio de un caos ultraliberal público? Porque los afectos ponen el orden del corazón antes que la orden del libre mercado, porque el calor de la afectividad acolchona la realidad cuando se torna insoportable.