Nacho Rodríguez habla tranquilo, con tono amable, midiendo cada palabra. Y cuando a mitad de una frase no se siente convencido de lo que está diciendo o no está seguro de querer decirlo, hace un silencio, mira para el costado y sonríe dando a entender que de todos modos no era nada importante. Sentado un sábado a mediodía en el bar de Colegiales que propuso para la charla, pide un té y repasa sus quince años de carrera casi a la distancia, como si se sintiera parte y lejos a la vez. Y tiene sentido: siempre con su mirada puesta hacia adelante –con una agenda inmediata cargada de fechas en Brasil, Uruguay, Paraguay, Perú y México junto a los Onda Vaga y otra gira por el continente que compartirá el verano próximo junto a Moreno Veloso–, Nacho acaba de editar en paralelo su primer trabajo como solista, La destrucción total, el disco número doce de su carrera musical. Una carrera que siempre lo encontró en bandas, desde sus comienzos con la psicodelia garagera de Doris hasta el folk fogonero de Onda Vaga, las reversiones en tono local de las canciones de The Magnetic Fields con Los Campos Magnéticos o sus incursiones acústicas en el trío Nacho y Los Caracoles, compartiendo a su vez escenarios y salas de grabación con artistas de la talla de Adriana Calcanhotto, Palo Pandolfo, Adrián Dárgelos, Fito Páez o Veloso, entre muchos otros. Pero hoy, asegura Nacho, llegó la hora de dar el paso que le faltaba: “Hace rato quería sacar un disco con mi nombre pero no me animaba”, confiesa. “Cuando surgió la tapa y todo el concepto, Faca (Flores, baterista de Los Caracoles) me dio el empujón diciéndome ‘Che, ¿por qué no lo sacás como Nacho Rodríguez?’. Era algo en lo que venía pensando y bueno... Acá estamos. Creo que era un buen momento para hacerlo. Es como un resumen de todo lo que hice hasta ahora llevado a un lugar nuevo. Creo que, de alguna manera, sacarlo con mi nombre es como decir ‘Todas estas caras soy yo’”.

La destrucción total es el primer disco en mucho tiempo que encuentra a Nacho al frente de una formación tradicional de rock: Jano Seitún y Facundo Flores –compañeros suyos desde hace diez años en los Caracoles y músicos estables también en los shows de Onda Vaga– cambiaron contrabajo e instrumentos de percusión por bajo eléctrico y batería completa, y a ellos se sumaron Ezequiel Borra en guitarra eléctrica, Juanfa Suárez en trompeta y Manuel Toyos en piano, mientras que en el rubro músicos invitados el disco cuenta con varios lujos: Moreno Veloso y Pedro Sá en voces y guitarra eléctrica, Catalina Recalde y Clara Trucco en voces y Javier Casalla en violines. Pero más allá del título y de lo que esta renovación instrumental podría hacer suponer, el debut solista de Nacho Rodríguez es un disco suave, una destrucción amorosa que propone dejar atrás diferencias y prejuicios a través de un cancionero que recorre desde alegrías y broncas de la vida cotidiana en pareja hasta viajes por parajes desolados y momentos solitarios de introspección.

“Para mí es un disco de amor, ese amor que va más allá de la pareja y que tiene que ver con la compasión, con quitarnos los juicios previos para descubrir la realidad del otro”, cuenta Nacho. “El título me divertía ya desde el contraste con la tapa, y viene bien para romper un poco con lo anterior. Y el sonido cambió con respecto a lo que venía haciendo: es más eléctrico, más allá de que también sumamos gente a la banda. Es un disco de contrastes, de ahí salió la idea de hablar del amor como la destrucción total. Me gusta mucho jugar con la canción como forma de expresión, buscarle la vuelta a la estructura... En este disco hay canciones que no tienen ni estribillo. Ninguna tiene una forma clásica, y eso me gusta mucho”.

De Brasil a Japón

Esa búsqueda de formas diversas queda de manifiesto en “Tao”, con una letra tomada del Tao Te King en un ejercicio narrativo que remite al que Syd Barrett había realizado en Pink Floyd con el capítulo 24 del I-Ching. Lo mismo sucede en “Sol” –con ese comienzo que recuerda al Talk Talk de los inicios de su etapa experimental– o en “La bronca”, donde guitarras saturadas ambientan texturas de fondo hasta que estallan en un solo con reminiscencias a “Miss Shapes” de Pulp. Entre los puntos altos sobresalen “Siempre con vos”, cuyas primeras líneas abren el disco acentuando los contrastes mencionados (“En esta terca oscuridad/ desgarrada por gotas de luz/ mirando al mundo caer/ yo quiero estar siempre con vos”) y “Tranqui”, pegadiza canción con pasta de hit que Nacho canta a dúo junto con su novia Catalina Recalde (“es la primera vez que canta en un disco y la rompió”, sonríe admirado). Uno de los temas más logrados del disco quizás sea “Me perdí”, una pieza cuya letra nació de un volante que el Onda Vaga encontró en la calle, pegado en un árbol: “Si me encontraste/ llevame a la verdulería/ de Medrano y Humahuaca”, canta Moreno Veloso en la voz de un gato perdido que, con dulce acento portugués, termina la canción diciendo: “Recompensaré/ con 200 pé/ y desde ya/ muchas gracias”. Nacho ríe cuando recuerda esa colaboración: “Le pregunté a Moreno si se animaba a cantar esa y enseguida aceptó, y al final me dijo que le divirtió mucho hacer de gatito”. La amistad entre ambos nació en Buenos Aires en 2009 cuando Moreno, Doménico y Adriana Calcanhoto tocaron en Niceto una versión de “Mambeado”, el hit compuesto por Nacho que había sido editado apenas un año antes en el disco debut de Onda Vaga: “Esa noche había ido a verlos como admirador, siempre me fascinó toda la escena de los +2”, recuerda el ex-Doris. “Cuando hicieron el tema me bajó la presión, casi me desmayo, me tuvieron que sacar. Al final Moreno se me acercó y me dijo ‘Eh, te conozco, me gusta mucho lo que hacés’... Fue una locura, no me lo olvido más”. 

El otro invitado brasileño en La destrucción total es el guitarrista Pedro Sá, cuyo hipnótico estilo de interpretación, caracterizado por su cruza de melodías y disonancias, lo llevó a ocupar un lugar fundamental en la fantástica Banda Cé de Caetano Veloso: “Pedro nos vino a ver a un show de Los Caracoles, el primero en el que tocó Borra con nosotros”, cuenta Nacho. “Ya nos conocía a través de Moreno y se acercó a decirnos que le había gustado mucho. Justo estábamos grabando y le dije que si tenía ganas le podía pasar un tema. Enseguida dijo que sí, y al toque pensé en ‘Cerro Colorado’, que era el tema más amplio, con más espacios: apenas guitarra, voz y bombo legüero, y al final quedó buenísimo. Es una persona muy talentosa y muy amable, igual que todos en la banda de Moreno. Es un placer grande tocar con ellos”.

Nacho conoció la música brasileña durante su adolescencia y enseguida se hizo fanático de los sonidos tropicalistas de Tom Zé, Caetano y Os Mutantes, pero hoy en día es él quien se da el gusto de llenar salas en Brasil cada vez que va a tocar con Onda Vaga: “Me encanta Brasil, y la gente es zarpada, en Porto Alegre se suben al escenario y agitan con todo... Nos va muy bien allá, casi tan bien como acá o en Santiago de Chile”. Y más allá de las fronteras de Latinoamérica, Onda Vaga supo llegar también al público de Japón, país al que ya viajaron dos veces y donde fueron tan celebrados que, tras sus presentaciones en el Fuji Rock de 2012, la edición norteamericana de la revista Billboard llegó a titular en sus páginas: “Radiohead encabeza el Fuji Rock y Onda Vaga le saca chispas”. “Japón fue una locura”, recuerda Nacho. “Fue todo muy raro, hasta tuvimos que firmar autógrafos en los discos. En los shows se enganchaban mucho, muy zarpado. Ese festival se hace en verano en un bosque hermoso, se llama Fuji Rock pero no es en el monte. Es un lugar muy grande, yendo en camioneta de un escenario a otro capaz tardabas media hora, y había desde escenarios para veinte personas entre los árboles hasta otro para cien mil donde tocó Radiohead. No sé cómo pasó pero gustamos tanto que al final tocamos ocho veces en tres días, hasta había un tipo que había escrito carteles en japonés con la letra de “Mambeado”, y mientras la tocábamos se los mostraba a la gente como subtítulos”.

¿Por qué creés que Onda Vaga gustó tanto en lugares tan distintos?

–Para mí hay algo que está muy bueno que es esta cosa de formarnos como ronda. No hay líder, y esa ronda se extiende al público, la gente se siente parte... Hay una energía en Onda Vaga en ese sentido que está muy buena, y eso la gente lo recibe también. Una energía donde nadie manda, algo así como que todos vamos juntos.

ZAMBA Y NOISE

Hijo de padres psicólogos nacidos y criados en General Villegas, Nacho Rodríguez Baiguera nació en Capital hace treinta y seis años y desde muy chico ya mostraba sus inquietudes por la música: “En casa siempre sonaba música, todo el tiempo, la de mis viejos y la de mis hermanas. Había un tocadiscos en el que escuchaba mucho a los Beatles, me gustaba mucho el disco Help. Me acuerdo también de escuchar “Yendo de la cama al living” y que me asustaran un poco esos sonidos que tiene cuando empieza. Mi papá tocaba y toca la guitarra, para él, en familia, cosas como Silvio Rodríguez, folklore, zamba... Le gusta, canta bien. Y entre todo eso yo jugaba a que hacía música, cantaba canciones que inventábamos con mi primo con personajes tipo cowboys y me la pasaba tocando un piano invisible en el apoyabrazos del sillón. Después en la adolescencia me empecé a enganchar con el punk, el noise, Pixies, Sonic Youth y todas esas bandas”.

A fines de la escuela primaria, durante el curso de ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires, Nacho conoció a Marcelo Blanco, quien desde entonces se convirtió en su compañero de andanzas musicales tanto en Doris como en Onda Vaga: “Con Marcelo somos muy parecidos y a la vez nos complementamos”, cuenta. “Nos conocimos en séptimo grado en el curso de ingreso al Nacional de Buenos Aires y nos hicimos muy amigos. Tuvimos varias bandas en la secundaria, primero una que se llamaba Neandertal, que era punk, y después Pepe Trueno, que era más como Babasónicos, experimental, porque Dopádromo nos había roto la cabeza, seguíamos a los Baba a todos lados. Y después ya empezamos con Doris y la seguimos en Onda Vaga, o sea que desde los doce años estamos juntos en bandas con Marcelo, y creo que vamos a seguir haciendo cosas durante mucho tiempo porque nos sigue dando mucho gusto crear juntos”.

A la par de los discos y las giras con sus bandas, Nacho participó durante todos estos años en algunos proyectos paralelos, siempre relacionados con la música. En 2012 compuso la banda de sonido de la película Villegas, filmada en el pueblo de sus padres y dirigida por su amigo Gonzalo Tobal, para la cual grabó piezas instrumentales y un puñado de muy buenas canciones cantadas: “La película me involucraba mucho porque era el pueblo de mi familia, mis viejos se conocieron ahí, mis abuelos también, y cuando llevé a Gonzalo a conocer el lugar se enganchó con la idea de filmar ahí y me propuso hacer la música. Hay uno de los temas que lleva el nombre de mi bisabuela, ‘Herminia’, y el tema principal es cantado, muy en una onda Él mató, que me gustan mucho... El último disco de ellos me encantó, igual que el de Los Espíritus. Son los discos que más estoy escuchando ahora, de hecho hace poco con Maxi Prietto estuvimos hablando acerca de la posibilidad de hacer algo juntos”. Dentro de los proyectos paralelos de Nacho también está su faceta como productor, tarea desde la que abordó estilos tan diversos como la psicodelia cancionera del último de Doris, Achacandá, el punk despojado de Las Kellies en su debut Shaking Dog o el folk introspectivo de Canto civido, del cantautor chileno Victor Jofré. “Es un costado que me gusta mucho el de productor, y como con todo lo que hago sigo aprendiendo”, asegura Nacho, y concluye: “Soy muy curioso, y me imagino que lo próximo que venga va a seguir siendo algo distinto. De alguna manera, La destrucción total es una voluntad de que todo lo que no es necesario que se vaya para darle lugar algo nuevo, diferente. Un poco fue esa la idea con esto de encarar el disco solista: dejar caer lo viejo, los juicios, las etiquetas, y ver qué queda de uno después de eso”.

Nacho Rodríguez presenta La destrucción total este jueves, en Café Vinilo, Gorriti 3780. A las 21.