"Hay una hipersensibilidad desmesurada con todo, pero totalmente demencial con lo que pueda tener que ver con lo político”, lamenta Verónica Llinás. Como sociedad, agrega, “estamos perdiendo el espíritu lúdico, la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Vivimos como si estuviéramos en guerra y el humor fuera un arma. Entonces, para no ser apedreados por hordas de rabiosos optamos por el humor pasteurizado. O bien por hacer silencio. Me da pena, me da la sensación de que ese silencio nos va a hacer peores”.
Con una intervención activa en redes sociales la actriz y humorista interpela la realidad con ironía, acidez, con una sencillez desopilante que lleva su marca, y aunque está acostumbrada a agradar y desagradar con sus pasos de comedia, la violencia como respuesta no le pasa desapercibida: “no está bueno, porque cuanto más pensamientos diferentes a lo que uno piensa escuchemos, mejor vamos a pensar. Cuanto menos contrastemos y nos cuestionemos las propias creencias (y eso incluye a los gobernantes que votamos), mas cerca vamos a estar de transformarnos en corderitos del interés de turno”.
Una de las principales referentes del humor, Llinás se formó con Agustín Alezzo, Ángel Elizondo y Miguel Guerberoff. Fue integrante del mítico grupo teatral Gambas al Ajillo que, desde 1986 hasta 1990, presentó distintos espectáculos en el Centro Parakultural, el teatro Empire y la discoteca Cemento, entre otros.
Comenzó su carrera en televisión en 1990 en los programas de Antonio Gasalla y ganó el Martín Fierro 1996 como Mejor Actriz Cómica. En la pantalla chica fue parte de Viudas e hijos del Rock’n Roll, Educando a Nina, El Marginal e Historia de un clan, por la cual ganó el Premio Tato 2015 y el Martín Fierro 2016 como Mejor Actriz de Reparto. Protagonizó Ojos que no ven y En terapia. Participó además en El hombre de tu vida, Graduados, Cien días para enamorarse y La celebración, entre otras. En teatro, Monólogos de la vagina, Carcajada salvaje, Dos locas de remate; y en cine, La odisea de los giles, Trenque Lauquen y la lista sigue.
Con Antígona en el baño, actualmente en cartel, se lanzó de lleno a un nuevo desafío: protagoniza una obra escrita por Facundo Zilberberg, la adapta y la co- dirige con Laura Paredes. El elenco se completa con Esteban Lamothe y Héctor Díaz (de viernes a domingos en el Teatro Astral, Av. Corrientes 1639, CABA).
En la entrevista con Página/12, la mejor actriz televisiva en los premios Konex por el período 2011-2020 comparte su mirada sobre la coyuntura y lamenta la agresividad de una sociedad que advierte crecientemente individualista. Además, sus parodias en redes sociales, la interacción con sus seguidores, su apuesta teatral más reciente y las enseñanzas de toda la vida.
-¿Cómo está viendo y viviendo esta coyuntura tan particular?
-Anonadada. Y muy preocupada. Me cuesta entender cómo llegamos acá. Cómo habiendo conseguido tantos consensos con respecto a algunas cosas que tienen que ver con la vida en común, en lo que es importante para todos, en lo que no queremos volver a vivir, en cómo relacionarnos entre nosotros y con el mundo, de pronto, nuestra sociedad se convirtió en adoradora del extremo individualismo. ¿Qué pasó? No me alcanza la bazofia del gobierno de Alberto Fernández para explicarlo. Hemos escuchado tanto hablar de “el relato”, eso de ponerle épica a lo que eran meros intereses, lo cual era cierto en muchos casos. Pero ahora se sustituyó un relato por otro, solo que mucho más feo y más malo. Porque se propicia la ley de la selva, la ley del mercado, el que se salve el que pueda, o sea, el más fuerte, o sea, el más rico. Sumado a eso, otra cosa que me anonada es la demonización, absolutamente arengada por ciertos medios (ciertos periodistas, sería más justo decir) de los colectivos culturales, artísticos y científicos que, oh casualidad, justamente tienen que ver con la verdadera libertad: la libertad del pensamiento. Ese espíritu de cuestionamiento al status quo que existe en el arte y en la ciencia, y su capacidad transformadora, es aparentemente, a lo que le temen.
-Como usuaria activa de medios y redes sociales, ¿cómo es la interacción por estos días?
-Muy violenta. Violentísima. Y los actores somos uno de los blancos predilectos. Nos achacan todo. Pero como dije antes, esto no es espontáneo o inocente, está absolutamente manipulado por medios y troll centers y entonces corren las frasecitas del tipo “nadie es K gratis” y otras sandeces que un gran número de gente termina dando por cierto. Sí, muchachos, lamento defraudarlos, hay un montón de gente que es K gratis. Y aunque he discutido con varios compañeros actores puesto que yo no lo he sido y algunos de ellos han sido fervientes militantes (a quienes en muchos casos respeto y quiero), lamento decirles muchachos, que sí, hay un montón de gente que es K gratis, que es feminista gratis, que es actor gratis, escritor gratis, director gratis e incluso poniendo de su dinero porque tienen una vocación, una creencia o una esperanza para estar y ser mejor. Y ahora veo con estupor que se abrazan masivamente unas ideas que son de otro siglo, en manos de alguien que a mi modo de ver está psíquicamente descompensado; una persona que ha dicho locuras, que ha negado el calentamiento global, odia la justicia social, que le tiraba dardos a Alfonsín, y ni hablar de lo más pintoresco, que habla con su perro muerto, lo clona y vive con los clones en jaulas. Si lo ponés en una película te dicen que te fuiste al carajo. Entonces me pregunto qué nos pasó: ¿cuándo nos volvimos tan locos? Y creo que todos tenemos que pensar en eso porque todos somos responsables de algún modo.
-En paralelo al individualismo que observa hay diversos colectivos y movimientos que han salido a la calle inmediatamente para oponerse enérgicamente a las medidas del gobierno, entre ellos, el sector de la cultura.
-Es que lo que quieren hacer va a ocasionar un daño inmenso a la cultura. Un daño innecesario, puesto que lo que representa lo destinado a la cultura en el presupuesto general del país es ínfimo. Y no hay nada más perverso que hacer un daño innecesario. Algo que me shockea mucho es que este pensamiento, este nuevo relato, germinó en gente muy joven. Puedo entender lo fascinante que pueda tener el personaje Milei para muchos. Es como un super héroe bizarro. Tiene la fuerza, el convencimiento y el carisma del líder mesiánico. Hasta es medio fachero. Eso que se le puede criticar es lo que lo hace, a la vez, increíblemente atractivo como personaje, tiene un nivel de potencia en lo que dice que por ahí otros políticos más moderados (o menos convencidos) no han tenido. Tal vez en tiempos de grandes zozobras, de profunda decepción y fracaso político, las masas se agarran del que emana mayor convicción.
-Sus parodias y videos humorísticos en redes sociales despiertan todo tipo de pasiones. ¿Cómo maneja la agresión y los ataques, tan frecuentes en estos tiempos?
-En la calle siento muchísimo el cariño, el respeto y el agradecimiento de la gente. Un par de veces me pasó de recibir agresiones en la calle después de que ciertos periodistas pusieran cosas maliciosas y publicaran en sus portales extractos de fake news como si fueran míos. Lo mismo cuando en titulares extractan pedazos y los redactan maliciosamente para que la gente (que no lee las notas sino los títulos) crea que estás diciendo algo agresivo o inadecuado. Eso hace caer una catarata de improperios, agresiones y amenazas horripilantes. Entre ellas, la más cruel, la cancelación. ¿Cómo me llevo con esa violencia? Me llevo de distintas maneras según mi estado mental. Muchas de mis respuestas resultaron en videos mismos; de hecho hice un rap, que se llama “El rap del troll”, donde recopilo muchos de los insultos que me han dicho. Otras veces soy más permeable a la agresión y me resguardo un poco. No es fácil aguantar que te digan “corrupta, ladrona que viviste del Estado, ahora vas a tener que agarrar la pala”, un opa sentado en una computadora que ni siquiera se tomó el trabajo de googlearme y enterarse de que trabajo en el sector privado desde los 19 años. Eso de “agarrá la pala” me vuelve loca, ¿qué fetiche tienen con la pala?
-¿Responde a las críticas o los comentarios maliciosos?
-Hay comentarios y fantasías absurdas, como el “todo con la mía” o “con la nuestra”, que me generan bastante furia. A la vez, y esto es tremendo, me aparece el “no, no reacciones, porque lo único que hacés es darle más visibilidad al boludo del insulto”. Pero últimamente se me dio por hacer algo, por una curiosidad antropológica diría. Cuando alguien me agrede con cosas físicas o con un astral discursivo muy bajo, lo bloqueo de una, pero si hay un cuestionamiento más o menos respetuoso, que demuestre alguna voluntad de pensamiento propio, pruebo qué pasa con contestarle bien y tratar de comunicarle lo que yo pienso o sacarlo de la confusión. En general no pasa nada, la gente no quiere cambiar lo que piensa, sobre todo si está frustrada y tiene necesidad de odiar y lo que piensa le sirve para eso. Muy rara vez ha dado resultado. “Ah, tenés razón. Bueno, sí, lo voy a repensar”, rara vez. Pero cuando sucede, es hermoso.
-Sostiene que “el humor se democratizó” pero que al mismo tiempo es muy difícil que surjan grandes figuras “con el nivel de cancelación que estamos viviendo”. ¿Es posible hacer humor sin pensar en las respuestas?
-Es muy difícil. La sociedad perdió el concepto de humor, no entiende el humor como humor. Hay una hipersensibilidad desmesurada con todo, pero totalmente demencial con lo que pueda tener que ver con lo político. Aunque sea periféricamente y sin ir directo, si uno ironiza con algo que pueda tener que ver con una crítica a un gobierno es entendido como una militancia sediciosa. Como sociedad estamos perdiendo el espíritu lúdico, la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Vivimos como si estuviéramos en guerra y el humor fuera un arma. Entonces, para no ser apedreados por hordas de rabiosos optamos por un humor pasteurizado. O bien por hacer silencio. Me da pena, me da la sensación de que ese silencio nos va a hacer peores. Las interpretaciones que hace alguna gente de mis videos son tremendas, o sea, son totalmente ficticias, conspiranoicas. Como consecuencia empieza a haber una gran cantidad de actores tan cagados a palos que optan por el silencio, y eso no está bueno porque cuantos más pensamientos diferentes a lo que uno piensa escuchemos, mejor vamos a pensar. Una sociedad donde no es posible decir cosas disruptivas porque te salta un ejército de depredadores de brotes de disidencia, y te despedaza, es una mierda. Destinada al fracaso.
-Adaptó el texto de Antígona en el baño, un trabajo que también protagoniza y codirige. La fama, la soledad, el paso del tiempo, los tabúes, la tragedia y la comedia, como las dos caras de la moneda.
-De todo eso habla Antígona en el baño. Habla también de sí misma como obra, porque entre todos los temas, también habla del teatro. Tiene varias capas: una capa con un humor más bien directo y otra capa más teatrófila dirigida a la gente que conoce las tragedias. Antígona le habla a públicos diferentes pero está adaptada para que todos la puedan disfrutar por igual. La obra tiene profundidad y se anima a hablar de temas tabúes. La idea era hacer una obra comercial (muy a tono con la época), entonces se trabajó para que el público pudiera disfrutar la historia, la conocieran o no. Estoy bastante harta de decirlo pero es una verdad: la gente tiene muchas ganas de reírse. Necesidad diría.
-En la obra se encuentra ante distintas responsabilidades y desafíos. ¿Permite este aprendizaje constante mantener el ego más controlado?
-Me gusta escribir, me considero una persona bastante creativa; también me gusta dirigir. De hecho, tengo una mirada muy de la totalidad, no me es indiferente para dónde va la obra. Frente a la opción de hacer Antígona sentí que había que reescribirla, porque era para un público un poco más elitista, más de teatro independiente, donde hay cosas que ya están entendidas y con las que se puede joder, que podían no funcionar con un público comercial. Decidí trabajarla y dirigirla. Se me hizo clarísimo que tenía que co-dirigirla con alguien que me diera confianza para cuando estuviera sobre el escenario y ahí entró Laura Paredes, que además de una actriz, directora y dramaturga talentosa, es mi cuñada. Todo en familia, como quien dice. Entre las cosas que trae la edad, si uno evolucionó un poco, es el autoconocimiento, y yo asumí que soy una persona que necesita de la asociación para trabajar. Tengo un nivel de inseguridad tan grande, y a veces de desconfianza en mí misma, que necesito el reflejo del otro, el feedback de lo que estoy haciendo. A la vez, me gusta enriquecerme con lo que el otro me da. Me formé con (Ángel) Elizondo y trabajé en su Compañía Argentina de Mimo, cuyo método creativo era, justamente, la creación conjunta. Creo profundamente en la cooperación en el trabajo.
-¿Por qué llegó con Antígona?
-Maduró algo, no sé. Será que la obra habla de las cosas de las que yo tengo ganas de hablar: aceptar o luchar contra el paso del tiempo, el tamaño del ego, la competencia, la inseguridad, la soledad, el sentido de la vida más allá de la carrera, la no maternidad. Fue muy importante el coacheo que me hizo Laura Paredes, y en algún momento la intervención de mi hermano Mariano. Ya durante los ensayos fueron muy buenos los aportes de Héctor Díaz, Esteban Lamothe y Sabrina Arias (asistente de dirección), que no escatimaron ideas y propuestas. No hay desconfianzas, sabemos que todo lo que se dice es por el bien de la obra, eso que nos estaría faltando como país.
-Debió enfrentar grandes pérdidas y momentos muy dolorosos en su vida. ¿Cuánto le debe al humor el haber podido salir adelante?
-Y todo, todo, porque el humor es una forma de ver la vida, de percibir la realidad. Implica desolemnizarse, en principio, uno mismo, y a la vez, desolemnizar las cosas que a uno le pasan. Y finalmente, claro, también a los demás. Te distancia afectivamente de lo que te duele porque ves lo de ridículo que tiene la realidad. El dolor no desaparece pero lo ves como a la Tierra desde el avión, con otra perspectiva. Y entonces podés darte cuenta del privilegio que es tener una vocación de la cual podés vivir la vida que uno quiso tener con la gente que uno ama amar. No sé, tal vez sea todo parte del instinto de supervivencia, muy fuerte en nuestra familia, bah, en los que quedamos vivos. Desde chica me contaron esta anécdota que nunca olvidé: a mi viejo le encantaba montar a caballo. Un día, yendo al Club Hípico a ver a su padrillo, tiene un accidente de auto en el que un camión lo pasa por encima y casi pierde la vida. Cuando se despierta luego de un par de días en la cuerda floja, le dan la noticia de que le habían tenido que cortar un brazo. Mi viejo, que era diestro, preguntó cuál. El derecho, le dijeron. Dicen que se quedó callado y finalmente, luego de un rato dijo: “bueno, me queda el de montar”. A mí me pasa eso. Puedo sentir el dolor más doloroso, ese que te desgarra el pecho y te dan ganas de morirte, pero siempre, en algún momento, me doy cuenta de que me queda el de montar.