El debate entre ciencia y religión perdura hasta estos tiempos de la posverdad porque el ser humano es el único ser vivo que no acepta su límite como ser biológico, y lo tortura mentalmente la idea de la muerte. Por eso, siempre que existan creencias de "un más allá" lo van a convencer porque eso le permite superar el sufrimiento que la ocasiona el hecho de que un día ya no va a estar más en este mundo. Parte de esa discusión está presente en La última sesión de Freud, la obra que se centra en la discusión que entablan el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (Luis Machín), y el joven y brillante académico C.S. Lewis (Javier Lorenzo), a quien Freud invita a su casa en Londres. Ese día, Inglaterra entra en la Segunda Guerra Mundial y ellos discuten sobre la existencia de Dios, el amor, el sexo y el significado de la vida. La obra se estrenó hace doce años con Jorge Suárez en el papel de Freud, y Luis Machín en el de Lewis. El año pasado se reestrenó con Machín encarnando al médico neurólogo austríaco, y Javier Lorenzo encarnando a Lewis. Este año, tras alternar funciones en Mar del Plata y Buenos Aires, ahora puede verse los viernes y sábados a las 21.45 en el Teatro Picadero (Pje Enrique S. Discépolo 185). Y a partir del 17 de marzo, también podrá verse los domingos a las 20. 

La última sesión de Freud y Luis Machín ganaron el Premio Estrella de Mar 2024 a la Mejor Obra Dramática y Mejor Actor. "Además, también nos dieron el premio José María Vilches, que yo también lo considero un premio prestigioso que se otorga hace muchos años en Mar del Plata. El reconocimiento a esta obra y a mi trabajo lo recibo con alegría", confiesa Machín en diálogo con Página/12. La última sesión de Freud se estrenó en Nueva York el 22 de Julio del 2010, y recibió el premio off Broadway Alliance Award a la mejor obra. Londres, Madrid, Tokio, Rio, Los Ángeles, Estocolmo, México, Chicago y Seattle fueron algunas de las ciudades donde se representó esta obra escrita por el norteamericano Mark St. Germain. En Buenos Aires cuenta con la versión de Daniel Veronese, quien también la dirige.

-Esta obra se presenta en Buenos Aires, la ciudad con más psicoanalistas y analizados del mundo. En ese sentido, ¿crees que los espectadores, en su mayoría, van a terapia? Porque el lenguaje es para todo tipo de público. ¿Cómo son las devoluciones?

-No necesariamente. Esto que vos decís es cierto y, en general, lo pudimos palpar en las giras que hicimos el año pasado: hay un público vinculado al mundo psicoanalítico, que es muy proclive a ver esta obra. También yo lo había vivido en la primera versión que hicimos hace doce años, donde yo hacía el otro personaje. Hay un público cautivo tanto de psicoanalistas como de psicoanalizados que acuden con mucha curiosidad, pero lo que la obra plantea está más allá del mundo psicoanalítico porque está en la posición enfrentada entre el psicoanálisis y la religión. Está también vinculado con lo religioso y está muy relacionado a las preguntas existenciales que nos hacemos la gran mayoría de los seres humanos en relación al paso por esta vida. No es una obra que se centre únicamente en la discusión religión-ciencia, sino que atraviesa incertidumbres, problemas e interrogantes que nos hacemos todos los seres humanos, más allá de nuestra vinculación directa o indirecta con el psicoanálisis.

-La obra se estrenó en 2012 y en aquella oportunidad, como vos decías, componías a Lewis. ¿De qué lado te sentís más afín ideológicamente?

-En lo personal, sin dudas, en relación a lo que es la posición científica de Freud, pero la posición religiosa de Lewis plantea interrogantes que son bien interesantes. No solo para los católicos que vayan a verla o la gente que esté más vinculada a un pensamiento religioso, sino que es elocuente en relación a todo lo que plantea. En aquella oportunidad, haciendo el personaje de Lewis, para mí como actor también significaba un movimiento que tenía que hacer en relación a lo que yo pienso, pero los actores estamos muy acostumbrados a eso. La mayoría de las veces interpretamos personajes que poco tienen que ver con nuestro pensamiento, nuestra creencia o nuestra ideología. Sin embargo, las curiosidades de nuestra actividad te llevan a tener también cierta capacidad de comprensión de lo que son puntos de vista con los que uno no acuerda. El personaje de Lewis es muy interesante porque era una persona muy curiosa y que pasó de ser ateo a ser profundamente religioso. El lo cuenta de una manera que suena bastante graciosa en la obra, en relación a qué fue lo que lo llevó a él a convertirse al catolicismo. Lo interesante de las composiciones es cómo uno tiene que abarcar esos pensamientos y hacerlos propios para hacer una buena interpretación.

-Vos te analizas desde hace más de veinte años. Es de suponer que fue una herramienta en tu vida…

-Sí, sin duda. Por eso, para mí también es como una especie de homenaje, de agradecimiento a Freud por lo que significa en el cotidiano de mi vida y por lo que significó en el momento en que yo empecé a analizarme. Eran momentos de enorme zozobra y de mucha angustia. Entonces, el psicoanálisis es un ámbito al cual yo, en lo personal, tengo mucho para agradecerle. Y hacer el personaje de Freud es una manera de devolverle un poco al psicoanálisis lo que el psicoanálisis me dio a mí.

-¿Te sirvió algo del análisis para llevarlo a escena?

-No necesariamente. Sin duda que se plantean en la obra interrogantes que tanto yo como la mayoría de la gente que va a verla nos hacemos de manera permanente. Sí es motivo de análisis la obra en mi terapia porque yo también utilizo el espacio del psicoanálisis para analizar lo que yo soy como actor y cómo me paro frente a la creación de los personajes. Entonces, han sido varias horas de mi propia terapia el desmenuzar lo que plantea la obra, que es riquísimo y que abre hacia territorios que son infinitos. El psicoanálisis plantea interrogantes que tienen que ver con nuestra propia existencia. Hay un porcentaje muy alto de mi cotidiano que está vinculado a la actuación. Por supuesto que mi psicoanálisis, mi propia terapia fue también un lugar donde yo supervisé este trabajo. Pero no necesariamente eso da un resultado que sea una ecuación tan simple, como tampoco lo es el psicoanálisis. No es causa-efecto. De hecho, ya sabemos que la curación en psicoanálisis no existe, sino que es la compañía que propone a propósito de la cantidad de preguntas que nosotros nos hacemos en nuestra vida, pero sí ha sido motivo en mi propia terapia de dedicación de bastante tiempo.

-Es interesante la confrontación entre el pensamiento religioso y el científico y, a la vez, también es un poco contradictorio porque el psicoanálisis fue cuestionado por cierto sector de la ciencia, siendo acusado, lamentablemente, de poco rigor científico.

-Sí, pero a las pruebas hay que remitirse también y cómo sigue funcionando en el cotidiano el psicoanálisis en una enorme cantidad de gente. El momento en que está planteada la obra, Freud no hace referencia a lo que se le refutaba en relación a lo científico o a lo que algunos científicos, en aquel momento, le refutaban. Lo que plantea la obra es el lugar de enorme creencia y de rebatir conceptos religiosos desde la ciencia. Nosotros no vemos estas refutaciones a las que vos hacés referencia porque son posteriores. Estamos ubicados en el año 1939, a pocos días de la muerte de Freud y lo que se plantea es el nivel de creencia. Y es mostrar al personaje en sus convicciones. Lo interesante es que muestra a un Freud que también es vulnerable, sobre todo hacia el final. Me parece que eso también lo humaniza mucho más y lo acerca mucho más a las propias dudas que tenemos nosotros. No vemos un Freud en el busto, no lo vemos en el monolito. Vemos a un Freud que está atribulado por el cáncer que recorrió sus últimos quince años de vida. Todo esto hace que la pieza tenga anclaje en muchas cuestiones que están vinculadas a dudas nuestras, al intento de sostener algunas creencias. Eso es una de las cosas más interesantes que propone la pieza: ver a un Freud que, si bien no duda en relación a sus creencias, también se muestra vulnerable.

-Era muy común que Freud se entrevistara con gente que pensaba muy diferente a él. ¿Esto sirvió como verosímil a la hora de construir la historia?

-Eso es algo que toma Mark St. Germain, el autor norteamericano. El vio la primera versión que hicimos hace doce años. Vino a verla a Buenos Aires. Si bien es cierto que Freud se entrevistaba con gente que pensara distinto a él, no se sabe si este encuentro es histórico y real, porque esos encuentros se anotaban, pero en éste, según cuenta el autor, no figuraba el nombre de con quién se había entrevistado y sí se dice cuando asentaron que el encuentro se produjo: "un profesor de la Universidad de Oxford, periodista, escritor". Me parece que notablemente y acertadamente St. Germain coloca a ese entrevistado en la figura de Lewis porque todo lo que se dice en la obra es así. Lewis era ateo, seguidor de Freud, y se convirtió al catolicismo. Fue un hallazgo de St. Germain que al encuentro lo haya puesto con él porque hay mucho para descular de la diferencia.

-En ese sentido, se puede decir que en la historia, Lewis, a pesar de convertirse al catolicismo, no perdió el respeto y la admiración por Freud y que en cambio Freud se siente defraudado por la conversión del académico.

-Sí, se siente defraudado. Lo manifiesta, se lo dice en varios pasajes de la obra. Por eso el personaje de Lewis es muy rico, porque se coloca en un lugar más sensible, más poroso. Es bien interesante también en sus libros cómo intenta fundamentar ese paso de la ciencia a la religión como algo milagroso. También exhibe sus argumentaciones. Uno podría pensar que siempre son más numerosas en relación a la ciencia porque están basadas en la fe. Entonces, es muy difícil atacar la fe, con argumentos. No estoy hablando de un ataque físico. Por eso, la discusión es elevada. Es cercana porque la gente la disfruta más allá de que conozca o no conozca tanto a los autores o los hechos que se citan, pero es muy rica en argumentaciones. Y lo que intenta Freud es rebatir la fe, lo cual es altamente complejo porque la ciencia intenta encontrar respuesta -valga la redundancia- científica a cada tema que se le pone adelante. Pero la fe no necesita de esa argumentación, más allá de la creencia. Sin embargo, la discusión que se plantea entre estos dos hombres intenta acercarse lo más posible a las argumentaciones. Eso es lo que lo hace rico porque muestra la vulnerabilidad de los personajes. Los muestra también en sus flaquezas, en sus dudas. Y el personaje de Lewis aporta mucho de eso a la pieza.

-Tu trabajo impresiona no sólo por la palabra de Freud sino por cómo encarnás a ese hombre enfermo. ¿Es desgastante desde lo físico?

-Sí lo es, sobre todo cuando a medida que iban pasando los ensayos y empezaron las primeras funciones, asimilar el dolor que debe haber significado atravesar quince años con un cáncer de laringe, que le afectó el maxilar superior y el paladar. Tenía toda una reconstrucción por dentro porque no tenía nada. Yo hice particular hincapié en escuchar algunas grabaciones que andan dando vueltas por ahí de Freud hablando en alemán, por supuesto, pero donde sonoramente uno percibe la enorme dificultad que él tenía para hablar, con lo que significa la palabra en el psicoanálisis. Y su afectación mayor era ahí. Sin embargo, lo escuchás hablar y hay un tono de vehemencia y convicción atravesado por la dificultad técnica que produce tener un paladar que, evidentemente, se movía. Entonces, pensé que eso tenía que estar bastante presente. Y eso son cuestiones técnicas de la emisión que no tienen que afectar, por supuesto, la comprensión de lo que se dice, pero sí era importante que estuviera la dificultad sonora bastante cercana al primer plano. Y esta idea de que el maxilar estaba en movimiento. Son cuestiones técnicas que demandan una energía y una atención extra a la composición que, ya de por sí, es compleja porque es un hombre de 83 años y yo tengo 56. También hice hincapié en ver las pocas filmaciones que hay de él y tuve en cuenta el tipo de movilidad que tenía. Después, por supuesto que está la interpretación de eso. No es que intente hacer una imitación porque no soy un imitador, pero sí me nutro de los aspectos más sobresalientes de lo que se ve, de lo que hay cuando hay imagen del personaje que compongo para tomarlo como disparador. En relación con lo físico y la energía, es una obra muy demandante.

-Vos dijiste que la obra propone un encuentro desde la palabra. Es interesante esa mirada porque justamente el psicoanálisis propone la cura por la palabra, con lo cual la obra va en consonancia con el espíritu de la teoría psicoanalítica.

 

-Sí, la palabra por delante de todo. Y no es casual que la obra esté planteada en lo que es la conversación y en el valor de la palabra, en momentos en que la palabra está tan devaluada. Internacionalmente, la palabra ha ido perdiendo su valor, ha ido perdiendo certeza de lo que propone. No hay palabra. De a poco, se va reduciendo el lenguaje, se va manifestando en sus mínimas expresiones. En eso también ha ido muy en detrimento la comunicación inmediata, la abreviación de las palabras, la pérdida de vocabulario. Eso me parece fascinante en la obra, las curiosidades que despierta, los autores que se mencionan: Tolstoi, Chesterton, Weldon... Todas las canillas que abre la obra en relación a la curiosidad que puede despertar en el espectador. Es muy alentador, por ejemplo, llevar la obra a distintos lados. Hicimos bastantes giras por la provincia de Buenos Aires en lugares alejados de los centros urbanos más grandes. Y darte cuenta de que cierta terminología psicoanalítica está muy aquerenciada por los argentinos. Hay ciertos giros en relación a cómo está planteada la obra, que tiene que ver muy exclusivamente con la terminología psicoanalítica. Hay una sutileza y esa terminología psicoanalítica es muy bien captada por los argentinos. Eso da la pauta de que no todo está perdido en relación a la posibilidad de que el lenguaje siga teniendo un desarrollo interesante. Pero lo cierto es que se han perdido palabras, se ha perdido mucho en relación al desarrollo del lenguaje. Y la obra también aporta un granito de arena para resignificar la palabra, sobre todo para el psicoanálisis.