De encontrar un lugar de silencio ante el caos “cuando el bardo se pone bravo”, nació el nombre de un disco que da coherencia a su propósito. El nombre es Vórtice, porque significa tal un punto silencioso en el espacio que genera movimiento a su alrededor. El contenido -que convenció a Los Años Luz para publicarlo- consiste en once piezas atravesadas por orquestaciones acústicas en convivencia con una variada gama de elementos electrónicos. 

“Existe una imagen recurrente en mí que estuvo muy presente durante el proceso completo de este proyecto: la de una urgencia de encontrar un lugar de silencio ante el caos, un reparo posible cuando el bardo se pone bravo. No para alejarse de la realidad, sino para habitar un lugar templo, donde poder conectar con la intuición, oler la situación y actuar en consonancia”, explica Juan Iñaki, responsable de la forma y el contenido del disco que presentará este sábado a las 20, en La Tangente (Honduras 5317), cálido sitio en el que Iñaki ensamblará haceres con su banda (Jenny Náger, Eva Gou, Pablo Rojas, Nahuel Villegas), más las presencias invitadas de su coterránea Paola Bernal, Susy Shock –autora del poema “Hojarascas”, que Iñaki pasó a canción-; Vivi Pozzebón y Marina Ruiza Matta. 

“El Vórtice es el centro de un tornado y, cuenta el mito, es un lugar de absoluto silencio. Esa mirada hacia adentro que la pandemia -porque ahí empezó el disco- acentuó, se sintetiza en esa palabra”, explica la voz solista de casi todas las puestas de La misa criolla, de principios del milenio hasta acá.

-Obertura enigmática la del disco. ¿En qué sentido anticipa lo que vendrá?
-Es un "mantrita" que me inventé, una melodía circular que me calma. Pensé en todo momento en Milton Nascimento, y las oberturas de sus discos. La presencia de las voces es un elemento constante del disco y sus caracteres: la introspección del mantra en contraste con lo aguerrido de la baguala. Me esmeré en hacer de la heterogeneidad el hilo conductor y las voces fueron aliadas para ellos

-¿Qué tiene Vórtice que no hayan tenido tus seis discos anteriores?

-Varias cosas. Por un lado, se trata de un proceso artístico impregnado de un turbulento proceso personal, por lo tanto es un disco que fui haciendo para mí mismo, para procurarme ese lugar de resguardo del que habla la obertura, en un momento de angustia. Por otro lado, es la primera vez que realmente logro crear sintiéndome influenciado, pero no perteneciente a ningún género. Todo lo que musicalmente me integra hoy, está puesto en este disco, pero sin sostener acuerdos de lealtades absolutas con ningún género. Son informaciones que me estimulan, me inspiran y están en las canciones, en la mirada de la cosa. Pero no conforman a ningún purismo.

En efecto, en la estética flexible que el cordobés se propuso para su séptimo trabajo discográfico conviven una dimensión electrónica que obligó al músico a indagar en pro-tools, máquinas y filtros, con géneros musicales desde siempre presentes en su mochila: la música latinoamericana, el folklore argentino, la Música Popular Brasilera y el jazz. “Supongo que debe haber varios lugares comunes más con mi pasado, pero no se me está ocurriendo”, ríe el cantautor.

-Seguro que no el intenso uso de la música electrónica…

-En efecto, fueron horas de búsqueda para usar máquinas y filtros, en mi caso con torpeza, porque tenía todo por aprender, aunque con una idea que cada vez se me representaba más clara: pensar una orquestación diferente para cada canción.

-¿Cómo hacés extensivo esto al procesamiento de la voz? porque eso también se nota en el todo del disco

-La voz es justamente el instrumento con que más fácilmente me expreso. Traía un modo muy definido de usarlo, pero el proceso creativo del diseño sonoro en este disco me mostró que la voz podía ser también una argamasa con infinitas posibilidades de moldear, un material flexible.

-¿Por esto está planteado el disco como una celebración de la voz humana?

-Es que la voz, como dije, sigue siendo el instrumento que más me conmueve. Me hubiese encantado ir aún más a fondo con el uso de las voces. Seguramente hacia allá iré en lo próximo, o no, pero si sé que en mi imaginario todo nace del sonido de una voz. Ni siquiera de una lengua o un contenido: nace del puro sonido de una voz, de un timbre. Esa sustancia me es adictiva y no me agota la capacidad de asombro.

-¿Cuál es el límite de la utilización de herramientas electrónicas en las músicas de raíz, bajo tu mirada?

-Hoy más que nunca, me gusta pensar en términos musicales. Y en esos términos, podríamos decir que no hay límites. Los límites devienen de otro proceso: aparece una idea, y esa idea me emociona, me estimula, me pone en marcha. Los bordes de la idea comienzan a verse. ¡Ahí empieza el filtro! Empieza la tarea de búsqueda y descarte de un criterio que dé forma a la idea. En resumidas cuentas: los límites vienen de un criterio sólido. Pero eso no es solo aplicable a la electrónica. Es aplicable a todos los materiales con los que se dispone. Pensar en géneros me quita materiales de arriba de la mesa, y esa es una limitación con la que no quiero contar.

-Hay dos temas históricos tomaste prestado para servir en copa nueva: “Luz do Sol”, de Caetano Veloso, y “La llorona”, del acervo anónimo mexicano. ¿Por qué las elegiste?

-Porque Caetano Veloso está en mi altar de deidades amadas, y siempre me convoca cantarlo. Y con “La llorona” pasó que me puse a jugar con una loop station, y fue apareciendo un arreglo que se modifica en vivo desde que la toco. La revisé, y me resonaron dos imágenes: la mujer y la muerte. Decidí que solo la armaría con mi voz y la de las mujeres aliadas. En fin, tanto "La llorona" como "Luz do sol" son hits continentales y dudé en incluirlos en un disco que tenía el foco puesto en mis creaciones y las de amigos que integran el equipo, pero cuando escuché la mezcla final, realmente sentí que tenían sentido en la integridad del proyecto.