Las regiones de la Puna y Altos Andes de Argentina han sido históricamente áreas marginales para un país que impulsó su desarrollo desde las tierras fértiles bajas. Sin embargo, en las últimas décadas éstas regiones han cobrado interés por sus grandes reservas de litio, uno de los elementos químicos acumulados en los salares de sus cuencas por miles de años. 

La producción de litio se ha convertido en una prioridad por ser éste un elemento clave en la fabricación de baterías recargables para almacenar energía eléctrica. Prometido como la alternativa verde o sustentable a la energía proveniente de combustibles fósiles en el proceso global de transición energética, lo cierto es que su producción también tiene impactos negativos tanto ambientales como sociales. No se trata de desconocer la urgencia de modificar el entramado energético del mundo, ni la potencialidad de la minería de litio para el desarrollo del país; sino cuestionar cómo, a qué costos y quienes pagan esos costos en este proceso. La minería de litio, como cualquier actividad antrópica, tiene impactos. Desconocerlos o negarlos solo impide prevenirlos, limita las posibilidades de monitorearlos y obstaculiza avances tecnológicos para minimizarlos.

Las regiones de la Puna y Altos Andes de Argentina son zonas áridas debido justamente al balance hídrico negativo que las caracteriza. Esto quiere decir en términos generales que la cantidad de agua que ingresa al sistema en forma de precipitaciones (lluvia y nieve) es menor a la que egresa. En estas regiones las bajas precipitaciones promedio van de los 100 a los 400 mm por año; mientras las altas temperaturas diurnas y radiación solar exacerban la evapotranspiración de las plantas y la evaporación de las superficies de agua existentes (lagos, lagunas, vegas y ríos). Además, las cuencas de estas regiones se caracterizan por tener un área central plana y porosa donde el agua subterránea es absorbida y evapora directamente desde la capa freática (agua subterránea) . Es justamente esta característica la que produjo la formación de grandes salares con altas concentraciones de sales y minerales, actualmente de gran valor económico.

Las comparaciones suelen no ser justas y pueden ser sesgadas si no incluyen un amplio abanico de opciones. Es cierto que si comparamos a la Puna y Altos Andes con el desierto hiperárido de Atacama, el balance hídrico es menos negativo en la Puna y Altos Andes. Pero también podríamos compararlo con las Yungas y argumentar que en la Puna no hay agua. La realidad es que cada región tiene sus particularidades y un equilibrio natural adaptado a ellas y alcanzado a lo largo de miles de años de evolución. Conocer estas particularidades y aprovechar los recursos que cada región ofrece, de una manera social y ambientalmente respetuosa, es un camino que podríamos intentar en contraposición al extremo del modelo extractivista de vender agua de la Puna.

Un estudio estimó un promedio de 584.000 litros de agua por cada tonelada de carbonato de litio producida en un proyecto minero (https://portalderevistas.unsa.edu.ar/index.php/averma/article/view/3833). Si bien la mayor parte de esa agua proviene de la salmuera evaporada, la extracción de esta salmuera desde el núcleo del salar puede alterar el ciclo hidrológico, provocando la salinización del agua dulce, el secado de humedales y, potencialmente, la contaminación de la salmuera con agua dulce. 

Además de estos impactos directos de la minería de litio sobre los recursos hídricos de la región, es importante considerar el contexto del cambio climático en el que se encuentra la misma. Como todas las regiones de alta montaña del mundo, las regiones de la Puna y Altos Andes son consideradas entre las más vulnerables al cambio climático. Los escenarios de cambio climático predicen para la Puna y Altos Andes de Argentina mayores temperaturas y disminución en las precipitaciones. Esta tendencia a la mayor aridización de la región ya ha sido documentada por estudios científicos que analizaron cambios en anillos de crecimiento de árboles que crecen en el límite de vida arbórea (entre 3500 y 4500 m.s.n.m.) (Morales et al._2023; Morales et al. 2015 ) y cambios en el tamaño de la superficie de lagunas de la región (Casagranda et al 2019) . Las comunidades que viven en la región también reportan mayores temperaturas, disminución en las precipitaciones y eventos de lluvias torrenciales que lejos de recargar acuíferos, destruyen casas y vegas (Reyes-García et al. 2024) .

Este contexto brevemente descrito nos muestra que evidentemente no solo que en la Puna NO sobra el agua, sino que el cambio climático y las fuertes presiones de la minería sobre sus recursos hídricos ponen en riesgo el equilibrio ecosistémico, hídrico y con ello la biodiversidad y las formas de vida locales. El reciente fallo de la de la Corte Suprema de Catamarca a propósito de la extracción de salmueras en el Salar del Hombre Muerto (Corte Nº 054/2022 "Guitián, Román E. c/ Poder Ejecutivo Nacionl y Otro s/ Acción de Amparo Ambiental") da cuenta de ello también.

El cambio global hacia un modelo energético más sustentable no puede (o no debería) basarse en el sacrificio de las comunidades locales ni en la exacerbación del modelo extractivista proponiendo la inviable venta del recurso más limitante para la vida en éstas regiones áridas. Es fundamental abordar estos desafíos de manera integral, acumulativa y sostenible, reconociendo los impactos y buscando soluciones que respeten el medio ambiente y a las comunidades locales. 

*Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBiV), CONICET-UNC. Foro Interuniversitario de Especialistas en Litio, CIN (https://forolitio.cin.edu.ar/) [email protected]

**Docente de Hidrogeología - UBA / Foro Interuniversitario de Especialistas en Litio - [email protected]