Caminando por el Centro, un joven norteamericano y alerta hizo un comentario agudo y a la vez despistado. El pibe, neoyorquino, venía de fábrica con el radar étnico prendido y afinado, ya había preguntado por qué casi no había rostros africanos y andaba mirando caras como para descubrirnos como país. Finalmente, dijo que no veía mucha variación, porque sólo había "blancos y latinos".

¿Qué latinos? ¿Dónde latinos?

Con discreción neoyorquina, el muchacho señaló caras morochas, una chica de bellas trenzas negras, un evidente norteño. Y uno tuvo que recordar el eufemismo norteamericano... no son latinos, hijo, son descendientes de indios. Ese señor es obviamente quechua o aymara, la muchacha es del sur, mapuche o tehuelche, y el mozo tiene lo suyo de guaraní. El chico, que es alerta en serio, entendió, hizo muchas preguntas y empezó a ver un país diferente.

A unos cuantos argentinos les convendría tener un diálogo por el estilo y empezar a ver la realidad. Los puede ayudar la reciente publicación del Indec que analiza una novedad del último censo, el del 2022, que por primera vez le preguntó a todo el mundo si se reconocía descendiente de indígenas y de cuál de las Primeras Naciones, y si hablaba la lengua madre. Lo que descubrieron fue que 1.306.730 habitantes de este país tienen una identidad indígena, y uno en tres todavía habla su idioma ancestral.

Aquí hace falta aclarar que una cosa es tener sangre indígena y otra es reconocerse como tal, algo que implica tradición, cultura, lengua, religión, los pilares de una identidad. Pese al persistente mito del país europeo, Argentina es masivamente mestiza, algo que arrancó desde el primer conquistador y el primer criollo. Pero si la mitad de los argentinos es en todo o en parte indígena, los que se definen como tales arañan apenas el tres por ciento.

En los censos argentinos no se preguntaba sobre la etnicidad desde 1947, donde se abandonó la pregunta sobre origen presente en los censos de 1869, 1895 y 1914. Esto era básicamente para seguir el origen migratorio de los nuevos argentinos, y medía muy imperfectamente a las Primeras Naciones. En 1989, Argentina firmó un nuevo tratado internacional impulsado por la Organización Internacional del Trabajo que afirmaba el derecho de las comunidades originarias a mantener su identidad y lengua. La constitución de 1994, en su famoso inciso 17 del artículo 75, reconoció por primera vez de forma explícita la "preexistencia" de los pueblos originarios.

Con lo que el censo de 2001 fue el primero en tratar de medir cuántos argentinos se reconocen originarios, pero con una pregunta apenas de Si/No que fue seguida de una encuesta. Así se detectaron 600.000 compatriotas culturalmente indígenas. La experiencia se repitió en 2010, dando un resultado de casi un millón. Y en 2022 la pregunta se incluyó en absolutamente todos los formularios censales con el número 23, seguida por un pedido de identificar a cuál grupo o nación se sentía afín el censado y si hablaba o no la lengua.

Este nivel de precisión permite armar un mapa detallado. Las poblaciones indígenas tienen la misma proporción de algo más de mujeres que de hombres que la población general, pero menos hijos pequeños, una notable diferencia de seis puntos. Donde hay una diferencia fuerte, que refleja la trampa social y económica del racismo argentino, es en los niveles educativos. Uno en tres argentinos tiene estudios universitarios completos o incompletos, pero entre los originarios es apenas uno en cuatro. Casi la mitad de los argentinos hizo la primaria y algo de la secundaria, pero entre indígenas es algo más de la mitad.

Lo mismo ocurre con la salud, donde el 36 por ciento de los argentinos que dependen solamente del sistema público salta a casi la mitad entre los originarios. Y mientras un 61 por ciento accede a un plan de salud privado o al PAMI, entre los originarios no se llega a la mitad. La percepción de jubilaciones, gracias a las reformas de las últimas décadas, son virtualmente idénticas a las de la población en general.

Las dos provincias con más argentinos que se autoperciben como indígenas son Salta y Jujuy, con 10,1 y 10 por ciento respectivamente, seguidas por Chubut, Formosa y Neuquén, con casi el ocho por ciento cada una. La provincia de Buenos Aires, la más poblada, tiene el 2,1, y Corrientes es, curiosamente, la de menor incidencia, con apenas el 1,3 por ciento.

Visto de afuera, una sorpresa de este censo es que existen 58 grupos indígenas en el país, algunos masivos y otros reducidos a unos pocos sobrevivientes. El mayor grupo es el de los mapuches, con 145.783, seguido de cerca por los 135.232 guaraníes. Diaguitas y qom forman grupos de unas ochenta mil personas cada uno, mientras que los kolla y los wichí arañan los setenta mil. También hay más de cincuenta mil quechuas, 27.000 comechingones, 25.000 huarpes y 23.000 mapuche tehuelche, definición que simplemente define a personas de ancestros mixtos.

Los grupos con entre diez y veinte mil autodefinidos son los aymara, mocoví, tehuelche, ranquel, mbya guaraní, tonokoté y omaguaca. Con menos de diez mil se detectaron a los charrúa, atacama, pilaguá, diaguita cacano, chané, chorote, sanavirón, lule, lule vilela, günün a küna, ocloya, chana, tastil, chicha, guaycurú y, sorpresa, los selk'nam/ona, víctimas de las últimas masacres étnicas, que se numeran en 1206.

La lista entristece al llegar a los grupos que fueron realmente arrasados y aparecen con unos pocos cientos de sobrevivientes: querandí, naoniken, chulupí, vilela, avipón, tapiete, kolla atacameño, tilián, korundí, toara, fiscara, yagán, weenhayek y guarayo son nombres que reúnen apenas a unos pocos cientos de compatriotas.

Y luego los grupos que reúnen a pocas docenas, como los minuán, iogys, churumata, jujuí, michilingüe, wayteka y mak'a. Apenas quedan diez argentinos isoceños y otros diez alakaluf. Los haush/maneken son apenas seis y dos son ansilta.

La destrucción de un mundo anterior no fue sólo física, sino también cultural. Las lenguas originarias se aprenden en casa, con nuestros sistemas educativos reacios a incorporarlas a la currícula, con lo que no extraña que apenas un miembro de las Primeras Naciones en tres pueda hablar su lengua madre. Las más sólidas son el pilagá, con un 89 por ciento de hablantes, el mbya guaraní con casi 84 por ciento, y el chorote, el chulupí y el wichí con tres cuartas partes de hablantes. La mitad de los  quechua, aymara y qom puede hablar su idioma, pero entre mapuches no se llega a uno en cinco. Peor le va a los tehuelches, con uno en diez, y lenguas como el minuán, el comechingón y el querandía están en riesgo de colapso.

Con el actual gobierno destruyendo despectivamente el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas es imposible esperar ninguna acción positiva, cultural o económica. Pero un reciente mapa muestra la Babel que es la provincia de Buenos Aires, hogar de uno en cinco mapuches. Aquí se habla aymara, guaraní, günün a küna, diaguita, chaná, mapuzungún, meguay, qom, quechua y wichí. 

Un tesoro para cuidarlo.