“Cuando uno se hace viejo no cambia realmente, lo único que cambia es el mundo.” Aunque esta otoñal consigna forme parte de un monólogo que escribió hace casi 20 años para su historieta –aún inconclusa– Ventiladores Clyde, la frase podría tranquilamente cruzar toda la obra y los desasosiegos de Gregory Gallant, el historietista canadiense mejor conocido bajo el nombre de Seth. Si existe un gran relato en la cultura popular que asegura que el paso de los años trae consigo sabiduría y quietud a la vida, Seth confirma que él, en cambio, sigue mirando el futuro con tanta desconfianza como cuando era un adolescente anacrónico, un joven viejo que se había enamorado de los modos y la cultura de principios del siglo XX. Con predilección por un tipo de personaje bien específico que el paso de los años no ha hecho ni más festivo, ni más sereno, Seth es por definición un autor de los chicos nostálgicos. De los eternamente inmaduros, los inquietos con su propia existencia, los desfasados en el tiempo. A la mitad de sus cincuenta años, este historietista que se reconoce a si mismo como solitario y esquivo, unos años atrás fue un estudiante desertor de la escuela de Bellas Artes, y mucho antes, un nene un poco sobreprotegido que planeaba sus propias historietas en el patio trasero de su natal Ontario. Hoy, ya ganador de todos los premios que posibilita el medio (incluyendo Eisner, Ignatz y Harvey) y con una obra que se encuentra entre las más importantes del siglo XX, Seth ha quedado inmortalizado como el inconfundible y excéntrico historietista de la melancolía. Un chico que, fascinado por las ilustraciones del New Yorker de los años 30, las tiras cómicas de los periódicos de época, el humor taciturno de Charles M. Schulz y la narrativa de J.D Salinger, se hizo a si mismo una coraza de viejo para construir –entre lo retro y lo contemporáneo– una serie de hermosas obras que formaron parte de la influyente generación de historieta alternativa norteamericana de los años noventa. La generación que optó por separarse de la fantasía y la ciencia ficción para abrazar su propia vida como material creativo, encontrando en el relato autobiográfico una forma de llevar el cómic al terreno adulto.

Página de la vida es buena si no te rindes (1996)

Cuando este año, la editorial Salamandra Graphics reeditó en castellano La vida es buena si no te rindes (1996) –su obra cumbre publicada hace dos décadas– la prensa española se alegraba al conseguir que por primera vez este artista misterioso soltara algunas declaraciones para el mundo hispanoparlante. Tan esquivo, que ni el lanzamiento de Un Verano en las dunas, sus primeras obras inéditas, por la editorial Fulgencio Pimentel, ni la traducción de Ventiladores Clyde (2000) –la obra que promete terminar por fin este año– lo habían hecho abandonar el silencio. Para sus editores, esto era sinceramente una lástima, ya que la sola presencia de Seth es un evento que ha excedido el personaje de sus cómics: lo más natural es que se presente enfundado en un traje grisáceo antiguo, tiradores y sombrero fedora, con un garbo y un sentido del humor suspendido en otra época. “Hay algo en la textura del siglo XX que me interpela directamente. Pero para ser honesto, ahora estoy mucho menos enfocado en el pasado que cuando era joven. En ese momento era una posición casi de rebeldía ante el presente, pero hoy es mucho más la clásica historia de un tipo que envejece y encuentra que la cultura joven refleja un mundo que le es ajeno” dice Seth. Ahora, apenas unos días antes de tomar el vuelo que lo traerá a Buenos Aires para participar en el encuentro Viñetas Sueltas, sus respuestas llegan vía mail, más específicamente vía hotmail, donde reconoce que por supuesto no es demasiado amigo de las computadoras y que tampoco sabe mucho sobre Argentina, más allá de Borges, Evita y José Muñoz, el padre del detective orgullo de la historieta local, Alack Sinner: “Se tradujo bastante en los 80 y 90 y fue una gran inspiración para muchos artistas de mi generación. Eso es todo lo que se sobre historieta argentina, pero de cualquier forma, sospecho que incluso los estereotipos más obvios de su cultura son más conocidos acá que viceversa. Yo creo que Canadá es completamente desconocida para el resto del mundo. Vivir a la sombra de Estados Unidos nos ha hecho casi invisibles” aclara Seth. Y se podría decir que esta idea, la de vivir en los márgenes, es también una de las matrices de su obra. No solo márgenes físicos, sino sentimentales y existenciales. Sus personajes, deambulan contemplativos o estoicos ante un presente que habitan pero que no llegan a comprender del todo, con una nostalgia obsesiva por pasados que –como el mismo autor– a veces ni siquiera llegaron a conocer. Estas inquietudes tuvieron su máxima expresión tanto en La vida es buena si no te rindes, su falsa novela autobiográfica donde un supuesto Seth se ha encaprichado con el trabajo de un dibujante olvidado, como en Ventiladores Clyde, la vida de dos hermanos bien diferentes que son incapaces de mantener a flote el negocio familiar ante un escenario tecnológico que ya no pueden comprender. Ambas novelas, bastiones de su obra, fueron publicadas originalmente y serializadas dentro de su revista Palookaville a través de la canadiense Drawn & Quarterly y formaron parte de un tipo de narrativa que en su momento supo remover a las historietas del lugar exclusivo que ocupaban en las comiquerías para coquetear con las librerías y las publicaciones académicas. Wimbledon Green (2005) una novela gráfica pequeña que también podría operar como falsa autobiografía, sobre un extraño coleccionista de historietas, y George Sprott (2009), la historia de un anciano retirado que antes fue una celebridad de televisión, terminaron tanto de moldear su obra como de consolidar este nuevo lugar de las historietas alternativas. Vale decir, que esta última se publicó por primera vez en el New York Times –solo precedido por Chris Ware y Jaime Hernández– cuando a mitad de los 2000 el periódico empezó por fin a reconocer las potencialidades de la historieta e incluirlas en sus páginas. 

“Es interesante. Uno de los elementos vitales del comic alternativo de mi generación fue un interés real por la autobiografía. Contar lo ‘real’. Hacer grandes intentos por separarse de la fantasía y hablar sobre tu propia vida. Esto cambió con el tiempo ya que muchos de estos artistas autobiográficos se interesaron más en la ficción o en acercamientos históricos o periodísticos. Yo mismo lo hice. Aun así, yo creo que los cómics de mi época eran muy personales, la relación entre el historietista y el lector era muy cercana. Uno realmente podía sentir que estaba charlando con Crumb, Clowes o Chester Brown. Creo que eso puede haber sido en gran medida por esto de la pequeña escala. Un pequeño número de artistas y un pequeñísimo grupo de lectores. Eso ha cambiado, muchos de los artistas jóvenes le hablan a una audiencia mucho más grande, más vaga. Quizás no es tan parecido al uno a uno” dice Seth, que como todo niño creció fascinado por los superhéroes y –aunque aun hoy cita entre sus grandes influencias a autores como Jack Kirby– muy pronto descubrió a Hergé, a los hermanos Hernández, a Lynda Barry e incluso a Robert Crumb, un mix de influencias con las que forjó una estética inconfundible y una voz autoral personal e intimista. Aunque, al contrario de lo que se puede pensar sobre este autor de la nostalgia, Seth es también muy entusiasta acerca de la situación actual de la historieta y los nuevos autores. Los mismos que ya han dejado atrás el tipo de historia densa y melancólica que él supo explorar y han partido por caminos de experimentación gráfica sobrecogedora: “Lo que yo creo es que sin duda éste es el momento más vital para ser un historietista que hayamos atravesado jamás” asegura, y se declara fan de Michael DeForge, Ethan Rilly o Simon Hanselmann, artistas que como él, también exploraron una extrañada abulia contemporánea, pero ahora conectada a internet, a las pretensiones de éxito millennial o a la ironía como bandera ante todo.

Del comic George Sprott (2009)

 

Entre minimalista y deslumbrante, con amor por el trazo grueso más retro, las elecciones bitonales y los personajes bien cercanos, pesados, cansados, Seth siempre estuvo más preocupado por construir un estilo al servicio de sus protagonista taciturnos, que por cualquier intento pretencioso de rococó. Además de sus novelas gráficas, se ocupó de otras tareas como el diseño de las ediciones de bolsillo de los cuentos de Dorothy Parker, la reedición definitiva de Peanuts por la que ganó el premio Eisner o la ilustración de una serie de libros de Lemony Snicket. Si el cómic siempre fue considerado por la academia como un arte menor o un entretenimiento infantil, Seth formó parte de una generación que se lo tomó bien en serio, en fondo, en forma y como reivindicación artística. Casi tan en serio, como para dejar todo en la cancha. Incluso, como para dejar expuestos los miedos, las tribulaciones y los deseos más personales. “La forma en que lees un cómic es única, no lo podés hacer en voz alta como con una novela. O lo podés intentar pero es un desastre, tenés que describir la imagen o empezar a hacer voces tontas u otras estrategias incómodas. La forma real de leer una historieta es silenciosamente en tu cabeza. El cerebro mágicamente combina las palabras y los dibujos en una experiencia singular que es muy diferente a una colectiva como la de ver una película, por ejemplo. Lo que encuentro único de esta experiencia es que hace de leer un cómic un momento muy íntimo. Y por esto mismo, creo que los cómics son un buen medio para contar historias silenciosas, introspectivas, personales. Este aspecto de los cómics fue ignorado durante la mayor parte de su historia. Se usaba gran energía en enfocarse solo en la acción, lo que está bien, pero también lo hacía perder una oportunidad para desarrollar su potencialidad narrativa” dice Seth. “Al final del día, solo sos vos y tu cómic”.

El festival Viñetas Sueltas va del 2 al 4 de noviembre en la Manzana de las Luces, Perú 272. Entrada libre. Más info, lista de invitados y horario de charlas en vinetas-sueltas.com.ar. El sábado 4, Seth conversará con Martín Pérez a las 18.30.

Tapa de palookaville, revista que editaba en Drawn & quarterly