Adrián, ¿imaginabas una polémica como la que se armó antes del show de Babasónicos en el Colón? 

–Yo no tenía ninguna intención de polémica. Me pareció que la polémica tuvo otra voluntad: la de figurar de parte de los que polemizaban. Polemizar para existir... A mí ni me importaba discutir algo por lo que no tenía ni pasión para defenderlo. Siempre tuve una crítica hacia lo que la institución de la cultura observaba como “alta cultura”. Nunca quise pertenecer a eso y me imaginaba que era una discusión medio antigua, inclusive. El Colón es una institución pública, un teatro, una ópera pública que paga el público con impuestos y que tiene el mismo presupuesto que Fútbol Para Todos, por ejemplo. Si las dos cosas existen y las paga el Estado, todos tienen derecho. Entonces, no era para mí ninguna clase de discusión: todo lo paga el Estado, todos tienen derecho, ¿cuál es la discusión de tocar ahí? Pero cuando a mí me piden que hable de un lugar, hablo de tocar en lugares como Cemento, Obras, lugares que eran grandes para mí dentro del estilo que yo hago... Nunca tuve la ambición de verme en el escenario de una ópera porque no hago esa clase de música, no estaba dentro de mi imaginario ni me parecía deseable para la música que hace Babasónicos. Pero como la gira de Impuesto de fe es en teatros, habíamos hecho varias de esta clase de óperas, por ahí de menor envergadura, porque el Colón es una de las mejores para esa clase de música. Y es un teatro en Capital, una fecha importante, entonces me gustaba que fuera una gala, una fecha significativa. Después, de hecho fue una fecha tan significativa que fue agenda de medios durante una semana.

¡Agenda de medios no rockeros!

–Tuvo más cobertura que si hubiera hecho un estadio, tuvo una relevancia más importante que la popularidad. Babasónicos siempre planteó una discusión contra el establishment de la cultura y cuando esa discusión llegó a este grado de escena o de foco, ahí tomamos relevancia. Es más complejo que las instituciones acepten la discusión que tiene Babasónicos con las cosas que otros grupos que tienen un discurso un poco más “aceptable”.

También estaban los que decían “¿para qué van a tocar ahí si no quieren?”

–Pero no era que yo no quería tocar, simplemente no es un lugar que yo sienta “oh, muero porque llegué a lo máximo”. Toqué en el Colón porque quería tocar, lo que pasa es que no era mi aspiración de toda la vida. Después, hay varias lecturas: si a un funcionario le molesta que las cosas pasen de otra manera... Para mí, lo más importante de lo que sucedía ahí era cómo acercaba gente nueva, que nunca había ido al Colón. De los impuestos pasados y futuros de esa gente también va a depender el mantenimiento del Colón y, por lo menos, lo conoció con un show de más calidad del promedio, que incluso costaba más que la entrada que pagó. Cuando armás un show que se hace solo en un día, usás una puesta en escena, vestuario, armado y desarmado, un montón de infraestructura que no se usa para un show estándar. Y como el escenario es más grande, usás más, además de todo un traslado especial y un equipo especial: no se puede entrar cualquier equipo al Colón, todo cuesta más caro. Entonces, gastás para un lugar de ocho mil entradas y solo vas a tener dos mil a la venta. Ese sobrecosto está soportado por auspiciantes e instituciones que pagan ese sobreprecio que surge de la diferencia entre hacer una cosa y otra. Por eso, el Colón otras veces es más caro, pero se hizo de una forma más accesible a la gente. Y eso me pone contento. Hubo toda una mala lectura de que no queríamos hacerlo que surgió de un chiste que ya ni me acuerdo cómo era.

Dijiste que el Colón quedaba a apenas veinte cuadras de Cemento.

–Y eso no es un chiste, es una verdad. Queda tan cerca del lugar donde empecé que tampoco el recorrido es tan largo. No fue de Buenos Aires a la Scala de Milán. O a la Ópera de Berlín. No llegamos a tocar en Salzburgo, cosa que no va a pasar nunca, ¿por qué? Porque son de otro ámbito musical.

Empezar el show con “Posesión del tercer tipo”, ¿fue una declaración de principios?

–Fue una casualidad. Estábamos buscando qué temas seguir incluyendo a los shows y también un comienzo nuevo, porque el comienzo con “El colmo” a mí ya no me gustaba más. El comienzo con “Posesión” me permitió una entrada de más impacto, caminar entre el público, hacerlo más sorprendente. Creo que la entrada con “El colmo” no era la mejor de todas las entradas que tuve de los shows, inclusive los que no son de este estilo último. Entrábamos de a uno, caminando, me parecía que era medio tenue, no tan sorpresiva como las que solíamos hacer. Me pareció que esta era más sorpresiva. Y bueno, ya que llegaba caminando desde Cemento, entré por la puerta.

Igual, la canción dice “salvajes de traje me quieren educar”... Parecía una alusión al funcionario que los criticó.

–Lo que pasa es que no sé ni quiénes usan traje, ya. Suponete que sí, estoy en contra de todo. Dije ciertas cosas en el tema, igual; cambié la letra en otros momentos en el tema, donde siquiera tiraba otras paráfrasis o indirectas a otras personas. Pero la verdad que “Posesión” tuvo más que ver con renovar la entrada, tener un comienzo más sorprendente. La letra... Con todos estos años que pasaron, ni yo entiendo bien de qué habla “Posesión” (risas). Son personas que están poseídas, básicamente, o que están en un limbo entre este mundo y otra dimensión. O que no quieren reflexionar sobre las cosas que hacen cuando están en este estado de gracia, de posesión. Son personajes a los que una voz les va diciendo que no están tan mal. Pero incluirlo en el show no fue una respuesta a nadie. La letra que responde a todo eso es “Soy rock”, desde hace mucho. Lo que sí me molestó fue que los empleados del Colón fueron los que me presentaron la primera batalla. El primer maltrato fue básicamente a partir del desastre que hizo Al Pacino, que llevó gente muy maleducada, maltrató el teatro, lo destrató. Nosotros fuimos con un staff de treinta personas, todos profesionales de primera línea, porque en el Colón se presentó avant garde de puestas en escena, entonces teníamos que ir con una puesta a la altura de la situación. Lo primero que nos dijeron fue que no se podía ir de pantalones cortos y ¡no había nadie de pantalones cortos! Nos dijeron una cantidad de prohibiciones que no tenían nada que ver.

¿Eso fue después de las declaraciones de Darío Lopérfido?

–No, fue antes. Entonces yo empecé a tener un encono bárbaro, porque el Colón es pagado por los impuestos. Y se le paga a un montón de artesanos que están ahí adentro y determinan colaborar con lo que consideran cultura extranjera pero si es algo del país lo discuten y le dan la espalda, o lo boicotean. Quizá va algo de música popular de mierda de este país y no dicen nada, porque claro, no quieren usar nada, no tienen envergadura, no tienen capacidad de uso del escenario. No tienen esa clase de experiencia que nosotros tenemos, de show sobre el escenario. Y nosotros empezamos a sentir toda esa mala onda: había miles de imposibilidades para darnos el escenario, no podíamos usar el proscenio, teníamos que tocar con el telón cerrado, después conseguir que nos abran el telón, después que los dejen entrar al camarín. Todo era una guerra. Y esa guerra terminó en la última semana cuando, de alguna forma, se puso en contra el director de programación. Porque la directora del Colón vino a saludarnos y nos dijo que no estaba de acuerdo con las declaraciones del otro, que ella estaba contenta de que estuviéramos ahí, que para ella era un enorme reto acercar a esas personas que nunca habían podido disfrutar del Colón y que es algo que realmente lo pagan ellas.

Ah, fue una batalla en serio.

–Claro. No nos daban los planos, no nos daban la capacidad de volumen, colgado de rieles, colgado de luces... Y nosotros teníamos que grabar, hacer un DVD, tocar, hacer una puesta, todo. El show estaba agotado, todo seguía y no nos dejaban hacer nada. Y yo empecé a tener un encono contra los empleados de ahí que determinan, como si fueran fascistas de la cultura, con el criterio de que “si es extranjero, es bueno”. Porque viene un extranjero y les pide que le hagan los zapatos, y van y se los hacen. A nosotros no nos dejaban usar nada, no nos prestaron nada del lugar. No podía usar nada de un lugar donde todo es básicamente mío, porque soy de Buenos Aires y pago los impuestos de esta ciudad. Igual, sí creo que es necesario que existan esos últimos reductos de cultura, que son dificultosos y para los que se necesita mucho estudio y mucha preparación. Y no hay trabajo para eso, solamente hay investigación y la posibilidad de formarte. Me parece bien que exista el Colón y que tenga un coro, una orquesta estable, aunque no creo que estemos pasando por un gran período de formación de cultura y de vanguardia de cultura que salga de ese sector. Lo que sí, es muy genuflexo ante las producciones extranjeras de música o de ballet o de ópera, y se ponen muy obsesivos con lo nacional. Se llama colonialismo cultural: básicamente es gente muy colonizada que se pone a discutir con lo que hay acá.

¡Están “Colonizados”!

–Y sí, por eso se llama Teatro Colón: por el colonialismo cultural. Pero, individualmente, la gente se acercó a nosotros, nos brindó cariño, nos trató muy bien. Desde la directora hasta los que cuidan las escenografías. Igual, yo tampoco pensaba que iba a ser más simple tocar ahí. Nosotros nunca quisimos tocar en el Colón si no nos compraban el show. Hacía tres años que nos venían ofreciendo ese show. Cuando el mismo que era director artístico del Colón había sido Secretario de Cultura ya lo había intentado. Y sí, no hay muchas bandas en la Argentina que puedan usar ese escenario y puedan hacer algo realmente atractivo. No somos la única, en otros tiempos hubo otras que lo hicieron. Pero bueno, sí somos de las pocas que lo podrían hacer.

De todas formas, lo de la “falta de respeto” al Colón está claro que no existió. Hicieron un show a la altura del lugar donde estaban, planteado especialmente...

–Creo que fue una apoteosis. Y por eso está bueno que haya un disco y un DVD grabado de ese concierto. Fue un evento grande para la cultura argentina por su cobertura y por su despliegue.