Dame una señal

Por Félix Bruzzone *

En marzo de 1976 el ejército secuestró a mi papá, Félix Roque Giménez, y él desde entonces está desaparecido. En noviembre de 1976 el ejército secuestró a mi mamá, Marcela Bruzzone, y ella desde entonces está desaparecida. En agosto de ese año, casi en la mitad de los dos secuestros y desapariciones, nací yo.

Esto suena muy trágico. Y lo es.

Ahora, demos un salto a 1984. Es el primer año de democracia en Argentina y la banda de rock Virus, una banda de La Plata, acaso la ciudad del país con más desaparecidos por metro cuadrado, sin duda la ciudad más castigada por la dictadura, saca su cuarto disco. El disco se llama Relax.

Virus es una banda icónica. Una de las grandes bandas de los 80’ en Argentina, pero tiene algo que siempre la deja un poco desenganchada, como fuera de lugar. Uno la escucha y lo primero que piensa es “envejeció mal”. No es solo eso. Es verdad que el sonido envejeció mal, pero hay algo más de fondo que la vuelve tan rara que la expulsa.

Hace dos semanas, por ejemplo, me enteré que la canción “Dame una señal”, de ese disco que se llama “Relax”, y uno de los hits de la banda, no es solo la canción de amor romántico que escuchamos siempre. Parece que habla, en realidad, no de un amor romántico ausente sino de Jorge Moura, el hermano mayor de los otros miembros de la banda, secuestrado por el ejército y, al igual que mis padres, hoy desaparecido.

Canto:

"Vuelvo siempre a caminar

Tratando de encontrar algo

Debí soñar o imaginar

Que en la calle estás rodando

Y no es verdad que perdí mi amor

Es que no sé muy bien por dónde vas

No puedo resistir esta realidad

Dame, pronto, una señal

Es que tu cuerpo

Va flotando por mi habitación

Cierro los ojos

Lo retengo en mi imaginación"

Esa es la letra completa, que se repite una vez más, como en loop, y termina la canción.

Virus, podría decirse, fue la gran banda de la democracia. Pero ¿de qué democracia? ¿Qué idea de democracia tenían los Virus?

Si Jorge Moura, el hermano desaparecido que evoca la canción, había sido un guerrillero revolucionario, la revolución de sus hermanos músicos no pasó por tomar las armas ni por hacer canciones de protesta o con "mensaje", como se estilaba en esos tiempos incluso entre los músicos más vanguardistas, sino en hacer música para bailar.

La revolución era mover el cuerpo, sacudirse. Tenían también canciones de amor, como “Dame una señal”, y, uno de sus hits máximos, “Luna de miel en la mano”, que es una larga y hermosa metáfora sobre la masturbación.

Sobre este hit hay una anécdota. Ellos tienen que escapar de un incendio en un hotel en Lima, Perú (estaban de gira) y en el pasillo del hotel, mientras corren, un conserje los reconoce (eran muy populares también en Perú) y les dice, en pleno incendio, “¡Luna de miel!” Virus, entonces, un poco a contrapelo de todos los discursos de recomposición social e institucional, se masturba en el incendio y le canta una canción de amor romántico a su hermano desaparecido.

La democracia en Argentina, en general, no es eso. Son 40 años de seriedad y demagogia atravesadas, y combatidas, con luchas y reivindicaciones de todo tipo.

Y entonces es como si esa otra lucha, la de los cuerpos que se sacuden, que se ríen, que no hacen nada, que buscan poder no hacer lo que todos deberíamos hacer, que nacen de un infinito trauma, no tuviera lugar.

Me gustaría poder entender (aunque sea no entendiendo) un poco más ese camino posible porque creo que es la clave de la supervivencia. Invocar a los muertos amándolos como a un amante, huir del hotel en llamas sin tragedia y sin miedo sino dejándose llevar, como abandonándose.

Este final no es muy trágico, pero también lo es. Esa descolocación, ese fuera de lugar, también es trágico. Pero es trágico de un modo más brillante, luminoso. Una tragedia de vivos y muertos juntos. Sin democracia ese baile sería tan difícil, sería insoportable.

* Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976) es escritor y coordinador de talleres de escritura y lectura. Publicó la colección de cuentos 76 y las novelas Los topos, Barrefondo y Las chanchas.

Repudio desobediente

Por Liliana Furió *

Para que puedan entender mejor desde donde hablo, les contaré que unos cuantos años antes de este suceso Desobediente, ya tenía yo un profundo rechazo por todo lo perpetrado por la dictadura militar. Aunque durante muchos años tuve enfrentamientos con mi padre por su justificación de la represión y por su postura machista, no tenía información acerca de su responsabilidad directa en el terrorismo de Estado.

Recién en 2009 cuando la Justicia vino a buscar a mi padre por las imputaciones que tenía en la provincia de Mendoza (desde 1982 vivimos en la Ciudad de Buenos Aires), pensé: Si hay demanda, hay información. Así que busqué en internet y me encontré con los detalles del horror: cargos por la desaparición forzada de personas, tormentos agravados, violación y apropiación de menores. Quedé devastada y en solitario por muchos años.

En 2011 cuando mi padre recibió la primera sentencia a cadena perpetua por los cargos mencionados, sentí que se estaba haciendo Justicia. En 2012 conocí a quien hoy es mi esposa, Julie August. Ella es alemana y aunque no tiene certezas de lo que sus antecesores hicieron durante la segunda guerra mundial, sabe que participaron como miembros del ejército alemán. Me sentí comprendida y contenida por primera vez.

En 2013 viajamos juntas a Europa. Fue mi primer viaje a ese continente. De Alemania fui a visitar a mi hija menor que, en ese momento, vivía en París. El día que llegué, al acompañarla al supermercado, una señora nos abordó en perfecto español con tonada mendocina. Nos quedamos charlando. Se trataba de una mujer que había tenido que huir de Mendoza en 1977 con sus dos pequeños hijos, luego de que su esposo desapareciera de la puerta de su lugar de trabajo, la biblioteca de esa ciudad. En 1977 mi padre era Jefe de Inteligencia del comando de la Brigada de Mendoza.

No tengo tiempo aquí de contar los detalles dolorosos de esa charla. Sólo les comparto que me pidió que la ayude a buscar información para encontrar el cuerpo del padre de sus hijos, a quién nunca había podido sepultar. Así, superando mis muchos temores, a mi regreso a Argentina interpelé a mi padre pidiéndole que hablara. Para que ésta señora –y miles de familias que nunca pudieron dar sepultura a sus seres queridos y que aún buscan a sus hijxs, nietxs o hermanxs apropiadxs—, pudieran tener paz y justicia. Su respuesta fue horrenda y repudiable. A los gritos, me dijo que él no tenía nada que confesar y reivindicó sus actos criminales, incluso justificándolos, pues habían sido bendecidos por los curas de la Iglesia católica, la cual regía su conciencia moral.

A poco tiempo de surgir esta voz desobediente en Argentina, se fueron sumando otras desde países latinoamericanos afectados por los crímenes del plan Cóndor, instaurado desde Estados Unidos y países aliados. Prueba irrefutable de esto son las escuelas de las Américas y la francesa dando instrucciones y entrenando a sus ejércitos en el marco de las dictaduras militares. También hemos tejido una red con descendientes de nazis que repudian a sus progenitores. La más reciente: una española —nieta de un servicio secreto de Franco y colaborador del nazismo— que también es parte de este entramado que dimos en llamar desobediente. Convencidas de que ningún fin justifica el accionar criminal, de que no se pueden cometer crímenes aberrantes sin consecuencias para toda la sociedad y las generaciones futuras, seguiremos repudiando en palabra y acto todo avasallamiento a los derechos humanos en el mundo.

* Liliana Furió (Mendoza, 1963) es cofundadora del colectivo Historias Desobedientes y de la Asamblea Desobediente, ambas organizaciones creadas por descendientes de perpetradores del genocidio en Argentina, a quienes repudian.