La Furia era una yegua que alquilaban los Rojas frente a casa, la más brava entre la tropa que arriaban cada tarde de verano para alquilar al turista en Santa Teresita. Era una alazana dorada de crines largas que ofrecían pocas veces, porque apenas se le subía un extraño se paraba en dos patas como el Tornado del Zorro, relinchaba, daba un par de giros y salía a toda velocidad por la 8, que era de tierra. Solía volver sin nadie a bordo, ya más sosegada, y luego aparecía el jinete averiado. Era habitual que los cabalgantes bajaran tras los relinchos o las vueltas, y entonces montaban al Comodín o al Pasodoble, unos caballos macanudos y también hermosos. Recuerdo a una muchacha que se apareció con unas botas de amazona: Furia se encabritó y partió a los piques, pero volvieron las dos al trote, una tensa fraternidad. Las escenas que más recuerdo, sin embargo, son las del mamado que se hacía el experto y terminó yendo de urgencia a que lo viera un médico.

Imágenes de infancia que aparecieron por asociaciones de superficie; la primera fue un título reciente, “Furia en Bragado”, por un tipo que trompeó a un playero que se negaba a cargarle gas en una camioneta con la oblea de GNC vencida. Un crujido entre miles y miles desencadenándose en este tiempo signado por un tipo que se regocija por el manejo bestial de motosierras y licuadoras: trozar y liquidar. Una furia sin culpa ni disculpa, que va descerrajando despidos masivos, problemas para acceder a medicación y alimentos fundamentales, jubilaciones paupérrimas, represión policial, miserabilidad para administrar recursos. ¡Y el servilismo con los megapoderosos! Difícil conseguir algo más horrible, y eso que el listado está muy comprimido.

Lo que cruje es el sistema y el planeta: el clima y los ecosistemas van arruinándose sin remedio y crecen las ultraderechas, que predican la supervivencia de los más fuertes y adoran supermillonarios. Contra el ideario constructivo/solidario que trajina lo social, hoy suena esto de que no hay lugar ni comida para todos: esfuércese, restrínjase, sufra, muérase. Un plan en el que proliferan los que se marchitan y los que se enfurecen. El personaje Furia de Gran Hermano: gran sentido de la oportunidad. “Me parece que tengo una personalidad única, soy egocéntrica –dice–. Tengo una defensa muy agresiva; cuando grito hay mucha gente que se siente incómoda, tiembla, y a mí me causa gracia. El tema de mi ira”. Que se peleó con una, que maltrató a otra, que despreció a otro por gordo, que es una traidora, que festejó como una hiena la eliminación de un compañero. Un zumbido enervante ahí de fondo, de la familia del espécimen del año pasado, un señor Alfa. En un tiempo con el Peluca pueden armar Los Tres Chiflados.

Parece que Urano, el Cielo, escondía bajo tierra a los hijos que había tenido con Gaia porque los odiaba, y entonces ella se puso de acuerdo con uno de los pibes, el Titán Cronos, y chau picho: lo castró al papá. Las gotas de sangre que cayeron en la maniobra impregnaron a Gaia, la Tierra, y de allí nacieron las Furias. Hay otras versiones: que pueden ser hijas del inframundo, según el poeta Virgilio, o de las tinieblas, según Sófocles. Hay consenso en torno a que asustan y a que se mueven en nombre de la venganza, con eficacia para manijear los nervios, la violencia, las narrativas de relatos salvajes. Convengamos en que hay furias y furias, que no esperamos candorosamente los fallos de la Corte Suprema ni bailamos los salmos de amor y paz del pastor Giménez.

El inagotable poder de los mitos que vienen desde el comienzo de los tiempos: con la Biblia el pastor Giménez arma su Cumbre Mundial de los Milagros, en Almagro, el presidente Milei nos guía por el desierto hacia la Argentina Potencia y cita los castigos de Moisés, reencarnado en su hermana Karina, y el killer que interpreta Samuel L. Jackson en Pulp Fiction alecciona a sus víctimas con unos versículos de Ezequiel que se sabe de memoria: “El camino del hombre justo está plagado de obstáculos por todas partes, por las inequidades de los egoístas y la tiranía de los hombres malvados”. Luego pondera a quienes en nombre de la caridad ayudan a los débiles en la penumbra, y al que cuida a los niños. Sigue: “Y atacaré a los que intentan envenenar y destruir a mis hermanos, con gran venganza y furiosa ira. Y entonces sabrán que soy el Señor, cuando deje caer mi venganza sobre los otros”. Ahí nomás le mete unos cuantos balazos a uno que no pagó lo que debía. Lo que le debía a un mafioso. Después de diez años ejecutando muñecos tras ese recitado Jules, que así se llama el inolvidable personaje de Jackson, dice ah, pará: capaz estos versículos quieren decir otra cosa.

El borracho aquel había insistido para montar a Furia en pelo: ni silla ni recado. Ya no recuerdo si era de confianza de los Rojas o no; tenía uno de esos bombachudos y alpargatas, la camisa mal abrochada, los pelos revueltos. Le hablaba a la yegua mientras se la sostenían; luego de un par de intentos fallidos consiguió subirse con un rebenque. ¡Fuuuria!, gritaba el paisano, ¡Fuuuuuria!, y chiflaba. El animal alzó las patas delanteras dos, tres veces, y salió a la carrera. Cuatro o cinco minutos después ya estaba de vuelta. El jinete apareció al rato, descuajeringado, furioso. Insistió, pero los Rojas lo convencieron para que volviera a subirse. Con algo tenía que alardear, así que agarró un látigo largo y lo revoleó, en procura de hacerlo estallar en el aire. A la primera se lo puso en el ojo, y así fue como terminó en la salita de primeros auxilios del pueblo.