Con muy poco ánimo para sonreír, la Argentina suma por estas horas una nueva verdad a su variedad de perogrulladas contemporáneas. “Sin mosquitos no hay dengue” repiten especialistas y (unas pocas) campañas públicas de prevención que apuntan al vector de la enfermedad que ya contagió a más de 46 mil bonaerenses en lo que va de la temporada.

Consideraciones médicas aparte, la prevención parece ser la gran ausente en un contexto en el que el mercado reguló el repelente y los espirales a la baja hasta hacerlos desaparecer de las góndolas u ofertarlos a un precio directamente inaccesible para la gran mayoría de los argentinos, que desde hace meses surfean una crisis que dimensiones bíblicas, según dice el propio Presidente de la Nación.

El enemigo, entonces, son los mosquitos. No es la primera vez que sucede. Desde lo literal, pero también desde lo metafórico. Juguemos con eso.

“Tema de los mosquitos” se llamaba el tema que cerraba el “4°LP” de León Gieco, el disco de 1978 que pasó a la historia por incorporar al cancionero popular la versión original de “Sólo le pido a Dios”, rápidamente corrida de circulación por la dictadura de Jorge Rafael Videla que por esos tiempos dirimía una interna que casi lleva al país a un enfrentamiento armado con Chile. La misma dictadura, que fue a otra guerra de la mano de otro jerarca, Leopoldo Fortunato Galiteri, permitió que se convirtiese en himno en los tiempos de Malvinas. Hace 42 años.

El “Tema de los mosquitos” también había sido alcanzado por el tijeretazo militar. La resolución del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), incluyó la canción en la lista de temas "cantables cuyas letras se consideran no aptas para ser difundidas por los servicios de radiodifusión". De ese disco, también aparecían en el listado “La historia ésta” y “Canción de amor para Francisca”. Ninguna de las tres había podido ser siquiera incluidas en “El Fantasma de Canterville”, el disco de 1976 que directamente fue diseccionado por la dictadura que, dos años más tarde, había decidido cambiar de opinión. Al menos un poco.

Pero en 1978 no había dengue en la Argentina. El peligro de los mosquitos de Gieco no estaba en lo que podían hacer esos insectos, sino en la historia que se desprendía de una canción que funcionaba como una especie de Guernica animal traída a la Sudamérica copada por los gobiernos militares.

Entre el puñado de canciones que la dictadura prohibió, “Tema de los mosquitos” quizás haya sido una de las pocas que requería agudizar el oído para encontrar las razones para justificar su censura. Por lo demás, se prohibía todo lo que atentara contra la moral y las buenas costumbres que se propulsaban como base de la cultura occidental y cristiana que pretendían los militares. Desde Pink Floyd y Horacio Guarany, hasta Nicola Di Bari y Cacho Castaña. Se salvaron unos pocos.

El gorrión le quitó la casa al hornero/ Un ave de rapiña picoteaba un cordero/ La lechuza se prendió de los ojitos/ De una rana chiquitita y de un sapito”, arranca diciendo las primeras de las cuatro estrofas que en formato de canción folk, Gieco cantaba en su consagrada pose de trovador a finales de los setenta. “Todas las abejas y todas las ovejas/ fueron masacradas por la gran araña/ Los mosquitos picoteaban a un chancho estancado/ masticando mariposas de los pantanos” seguía el tema que describía masacre al cielo abierto en tiempos marcados por el exterminio interno.

La versión del “4°LP” llegó a ser incluida en ese álbum a partir de una grabación en vivo en una jornada que, con el paso del tiempo, quedó en la historia de la música nacional. El registro, del que también llegaron “La historia ésta” y “Canción de amor para Francisca”, había sido tomado de un concierto en el Luna Park. Fue el 28 de julio de 1978 durante el Festival de la Fundación de la Genética Humana, en el que también actuaron junto a Nito Mestre, Pastoral y, por primera vez en la Argentina, Serú Girán.

A pesar de la prohibición que se sostenía desde un par de años atrás, el cantante santafesino había escalado en su popularidad a pesar de un exilio obligado y transitaba los años de su consagración definitiva. Allí se esconde quizás esa primera victoria sobre la censura.

Sólo con su guitarra y su armónica, una marca registrada que el cantautor había tomado de sus ídolos, Gieco cantaba: “Un pavo real perdió todas sus plumas/ en una sangrienta encrucijada de pumas/ La calandria fue atrapada por la serpiente/ los conejos pisoteados por el elefante”. Y seguía: “La hiena cantaba una triste canción/ Las hormigas bailoteaban sobre las iguanas/ El caimán se comió al pajarito/ que le limpiaba los dientes con su piquito”.

Además de la matanza, de la cual se sorprendía un cazador que aparecía como un observador externo, la letra también descubría una lectura sobre el poder, la opresión y la ley de la selva, en la que el más fuerte siempre se termina imponiendo sobre los más débiles. Incluso, cuando eso no sucedía, emergía la importancia de los colectivos, cuando los más pequeños se reunían para torcer la suerte de los más grandes. El enjambre de mosquitos atacando a un chancho que se estanca mientras come mariposas es una figura sobrecargada de todas las metáforas de la canción.

El repelente concentrado y mal aplicado por el poder militar no logró frenar el poder de las canciones de Gieco que empezaban a meterse en el inconsciente colectivo de los auditorios que lo iban a convertir en uno de los artistas más importantes de la música popular de nuestro país. 

El “4°LP” se convirtió en un disco consagratorio que, además, cerró la década para la producción discográfica del músico que iba a dar rienda a una experiencia de viajes y actuaciones por las provincias argentinas que iban a tener su corolario en el oceánica “De Ushuaia a La Quiaca”, que se editó a mediados de los ochenta.

No lo hizo sólo. En “Sólo le pido a Dios” suena el bandoneón de Dino Saluzzi y la continuidad de canciones suman a Charly García, Jorge Cumbo, Oski Amante, Nito Mestre, María Rosa Yorio y Oscar Moro. Una selección de músicos de ayer, de hoy, y de siempre, que se completaba con Alfredo Toth, Willy Campis,  Rodolfo Gorosito, Sergio Polizzi y Luis Borda.

En plena dictadura, Gieco grabó allí canciones como “Un poco de comprensión”, “Cachito, campeón de Corrientes”, “Ya soy un croto” o “Continentes de silencio”.

“Esas canciones ya podían sonar, simplemente porque Gieco ya era Gieco”, escribió alguna vez Eduardo Fabregat. Y quizás esa sea la única gran verdad de todo ese entuerto.