Del otro lado del teléfono está Rick Wakeman. Es fácil imaginar al héroe del rock progresivo mientras charla, arropado con alguna de sus capas hechas de paños de las colonias británicas y envuelto en aromas de sándalo y pachuli, con la melena rubia discretamente encanecida y las delicadas manos de músico abrigadas con mitones victorianos, circundado por esos teclados de los que supo sacar sonidos que antes no estaban en este mundo. Pero no. Wakeman conversa con Página/12 desde la habitación de una cadena de hoteles de Nueva York mientras, cuenta, mira las noticias por televisión y toma un “café americano”. Gentil y locuaz, como siempre, el músico habla de su próxima llegada a Buenos Aires, con un show solista en el que, a manera de despedida, repasará su historia musical, que es parte de la historia sentimental de varias generaciones. La cita es este martes 9 a las 20.30 en el Teatro Gran Rex.

“En realidad me estoy despidiendo de mis conciertos en solitario”, aclara Wakeman, que después de México comenzó la etapa sudamericana de la gira mundial este fin de semana (sábado 6 y domingo 7) con dos conciertos en Chile, y después de la única presentación en Buenos Aires continuará la semana próxima con una serie de shows en distintos puntos de Brasil. “Este año quiero terminar lo que comencé el año pasado: despedirme de los conciertos solistas tocando en la mayor cantidad posible de ciudades y después dedicarme a la composición, la producción, la colaboración con otros artistas y sobre todo a mi banda”, comenta Wakeman. “Hace muchos años me prometí que antes de cumplir los 75 –el 18 de mayo– dejaría las giras en solitario, porque quiero tocar más con mi banda, hacer música con ellos, y ya no puedo hacer ambas cosas. Hice conciertos solo en los últimos 45 años, y bueno, es tiempo de hacer los últimos ahora y recuperar mi tiempo para crear”, continua el tecladista.

En el repaso de la carrera musical de Wakeman que promete este concierto  naturalmente no faltarán momentos de sus discos legendarios, The six wives of Henry VIII (1973), Journey to the centre of the hearth (1974) y The myths and legends of King Arthur (1975), además de música de su etapa con Yes. “El formato en solitario me permite hacer un show más divertido, para el público y para mí. Podés introducir modificaciones en tiempo real, cambiar de idea sobre lo que vas a tocar justo en el momento en que estás por tocarlo, conversar un poco y otras cosas que con una banda resultaría más difícil hacer”, define el tecladista. “Es como si estuviera en mi casa tocando el piano, entre amigos. Seguramente tocaré algo de David Bowie, de Cat Stevens y por qué no algo de The Beatles”, agrega.

A propósito de Yes, las crónicas de los conciertos de la etapa norteamericana en el marco de esta gira de despedida hablan del estreno de la Yessonata, una obra elaborada en base a temas de la banda creada a fines de los ’60 por Jon Anderson y Chris Squire, a la que Wakeman se unió en 1971. “Esta es una obra que me costó mucho hacer. Para mí fue difícil elegir treinta fragmentos de la música de Yes en la que estuve involucrado y elaborarlos en un tejido coherente, como en una sonata clásica”, cuenta el músico. “Fui probando distintas combinaciones, escuchando cómo quedaban juntos ciertos temas y aunque fue muy trabajoso, quedaron más de 20 minutos de música y al final resultó muy placentero”, se explaya.

“¡El problema es que después de tanto trabajo para componer la Yessonata, me quedó muy difícil para tocar!”, dice Wakeman y estalla en una carcajada. “Pero me sale muy bien. En la etapa estadounidense de la gira la toqué y estoy muy feliz de poder decir que a la gente le gustó mucho. Así que valió la pena el duro trabajo. Estoy seguro de que al público de Buenos Aires también le va a gustar”, continua el tecladista.

– ¿Qué significó Yes en su vida?

–Estoy muy orgulloso de haber sido parte de una banda como Yes. fuimos muy cercanos, fue... ¡Fue lo más cercano a un matrimonio! (risas). Naturalmente tuvimos tiempos difíciles y otros más felices. En la banda todos éramos iguales, todos opinábamos y se producían muchas discusiones, que casi siempre se resolvían. Pero ese era nuestro método. Siempre he sido un gran fan de Yes y eso hacía que para mí las cosas por momentos fuesen más sencillas y por momentos más complicadas. Sé que yo no sería el mismo hombre ni el mismo músico si no hubiese existido Yes en mi vida. Fueron tiempos vertiginosos, en los que hacíamos música al extremo, que nunca era rígida porque tocábamos con mucha libertad, en particular en los conciertos. Sabíamos que cada uno de los cinco debía dar lo mejor de sí y eso hizo que nuestra música fuera potente y perdurable. Yes fue una banda increíble y es una parte importante de mi vida, que disfruté mucho y que me marcó y me influyó también para mi etapa como solista.

Historia y nostalgia

Resistente al paso del tiempo, más allá del ícono juvenil, en el imaginario de la música progresiva Wakeman representa un sonido. El de los sintetizadores a tecla, producto de las innovaciones tecnológicas que a partir de la década de 1970 marcaron una masiva modernidad para la música. “Soy de una época en la que uno mismo debía crear su propio sonido en los sintetizadores. No tenías a tu disposición miles de bancos de sonido ya hechos, como hoy. Hacer música significaba explorar y eso demandaba tiempo y búsqueda. Por ahí aparecía un nuevo modelo de teclado y enseguida te aislabas del mundo, hasta descubrir qué sonidos se podían crear con él. Eso era muy excitante”, recuerda el músico.

Sobre el sonido, Wakeman es también una imagen. La de un británico del Siglo XX nacido después de las guerras mundiales, un hombre curioso por el pasado, que reivindica la historia como una tradición en permanente movimiento a la que está culturalmente integrado. En ese contrapeso entre modernidad y pasado, imagen y sonido acreditan un universo fantástico, al borde de la leyenda. “Cuando estaba en la escuela tenía un profesor de Historia que era muy aburrido, un tipo poco interesante. Pero a pesar de eso, la Historia me atraía, sentía que abría puertas a la imaginación, que era una manera de visitar lugares sin viajar, que permitía empezar a entender las cosas en profundidad. Así que cuando terminé la escuela, empecé a buscar por mi cuenta cosas para leer sobre Historia, especialmente de Inglaterra. Por eso amo la Historia, porque es algo que profundicé yo mismo, por mi cuenta, a pesar del profesor aburrido”, cuenta Wakeman.

Si el interés de Wakeman por la Historia nació por contraste con un mal maestro, el recuerdo de su primera maestra de música le resulta imborrable. “Es increíble cuánto nos influyen los maestros, los buenos y los malos también”, reflexiona. “Yo tuve una maestra de piano genial, se llamaba Dorothy Symes. Mi padre, que también tocaba el piano, me mandó a estudiar con ella desde los cinco años y con ella estudié hasta que entré en el Royal College of Music. A pesar de que no tuve una gran disciplina para el estudio, Dorothy hizo que la música fuese algo fascinante para mí y que el piano sea mi compañero inseparable”, evoca.

A fines de los ’60 Wakeman ya había dejado los estudios en el Royal College of Music y llamaba la atención como tecladista y arreglador. David Bowie, Cat Stevens, Marc Bolan, Lou Reed, Al Stewart y Elton John fueron algunos de los artistas con los que trabajó, antes de ponerle teclas al folk rock de The Strawbs y de entrar a ser parte de Yes en el mejor momento de la banda, que fue, por extensión, el mejor momento del rock progresivo. De 1973 es su primer álbum solista, The six wives of Henry VIII, un trabajo conceptual al que siguieron Journey to the centre of the Hearth de 1974, el mismo año en que formó el English Rock Ensemble, y The myths and legends of King Arthur, de 1975, el año en que compuso la música de la película Lisztomania, de Ken Russell, sobre la vida de Franz Liszt. Medio siglo después, son alrededor de 90 los discos de Wakeman, que dan cuenta de una agitada vida creativa.

–¿A esta altura de su carrera, puede decir cuál considera su mejor disco?

–Probablemente tenga una respuesta diferente para esa pregunta cada día. De lo que estoy seguro es que mis trabajos tempranos son muy importantes, porque iluminan lo que viene después. Journey to the centre of the hearth y The myths and legends of King Arthur me permitieron conjugar música y literatura y son trabajos que de alguna manera dieron forma y sentido a una idea de música que justifica todo lo que hice después.

–¿Siente nostalgia del pasado?

–Creo que en la música el pasado y el presente van siempre juntos. Algo genial de la música es que cualquiera de nosotros puede sentir nostalgia por el sonido de la juventud, o por un sonido que encontró cuando era estudiante, pero la verdad es que la música es algo así como una forma de suspensión del tiempo. Como muchos, yo también estudié música clásica, pero no podría decir con precisión en qué orden están las sonatas de Beehoven, o cómo se llaman determinados fragmentos u obras. Eso en realidad no importa, porque la buena música permanece viva, late continuamente. La verdad del asunto es que cuando escuchás una música por primera vez, para vos, es una música nueva.

–¿Cree que es posible una música nueva?

–Finalmente creo que la música es una gran construcción hecha de nostalgias.

Buenos Aires, música y fútbol

“Seguramente muchos de los que has entrevistado te habrán dicho lo mismo y no pretendo ser original, pero esto es lo que siento: Buenos Aires es mi ciudad favorita”, dice Rick Wakeman en un momento de la entrevista. El músico llegó por primera vez a esta ciudad en septiembre de 1981. En plena dictadura no era fácil (tampoco) ser joven y la presencia de artistas del rock internacional no era para nada frecuente. Sus cuatro conciertos en el Luna Park, en los que presentó la música de 1984, un disco basado en la homónima ficción distópica de George Orwell, fueron para muchos, además de la posibilidad de escuchar en directo lo que hasta entonces circulaba en discos que costaba conseguir, un momento de reivindicación del derecho a ejercer la juventud.

Desde entonces, Wakeman regresó muchas veces a la Argentina, con distintos proyectos y diferentes propuestas. De sus varias visitas, el músico recuerda a Buenos Aires como la ciudad donde "todos aman la música y el fútbol, que son las dos cosas que yo más amo". Además de ser la ciudad del Teatro Colón, donde tocó en 2018 en el marco del Festival Únicos, pero donde estuvo antes varias veces como espectador en la ópera, tercera de sus pasiones. “Alguna de las veces que estuve en Buenos Aires y tuve una noche libre, aproveché para ir al Colón, es un teatro extraordinario, de una belleza y una acústica notables. Después tuve la gran fortuna de pisar su escenario y tocar ahí con la orquesta”, repasa.

“Ustedes aman lo mismo que yo. Coincidimos en que no hay nada mejor en el mundo que la música y el fútbol”, dice Wakeman. “Por eso ir a Buenos Aires es algo que espero y disfruto. Son muchos años yendo, muchas historias. No exagero cuando digo que es mi ciudad favorita”, insiste el músico, alguna vez proclamado “el Kun Agüero del teclado”, hincha furioso del Manchester City y del Brentford, dos extremos de la tabla en la Premier League. “En el Manchester siempre tenemos jugadores argentinos. La prueba de que son buenos es que con ellos ganamos todo” dice Wakeman en modo futbolero. Pero la voz le cambia cuando habla del Brentford, que de los últimos cinco partidos empató tres y perdió dos. “Necesito creer que estamos saliendo de la zona del descenso. En fin, hablemos de otra cosa. ¿Con qué me encontraré en Buenos Aires?”, pregunta.