“La tierra no es la patria donde he nacido”.

                                                                                                                        Esteban Echeverría

En la zoncera número 25 de su Manual publicado en 1968 (Peña Lillo mediante), Arturo Jauretche no solo desnuda las pretensiones improcedentes de quien la expresó, sino que aprovecha para ligarla a una línea político/histórica que reencarnó más de cien años después: la línea Mayo-Caseros. Propulsada por intelectuales orgánicos de la Revolución Libertadora, que abrevaron en la frase de Echeverría para atacar a las “dos tiranías” (Rosas y Perón, para aquellos), la línea consiste en conectar la gesta de mayo de 1810 y sus efectos inmediatos, con el triunfo de Urquiza en Caseros y saltear un momento nodal en la gestación de la Nación relacionado con la heroica gesta de “Vuelta de Obligado”, o la Ley de Aduanas, impulsada por Juan Manuel de Rosas en 1835 --primera acción proteccionista en acto de la historia argentina-- por tomar dos casos emblemáticos del período.

“La Patria (para la línea Mayo-Caseros) es un simple medio, porque lo importante es lo que una generación o un grupo de hombres entendió por libertad, por democracia, por instituciones (...) Ese modo de pensar fue consecuente con los vencedores de Caseros. Ellos no podían justificar su alianza con el extranjero en las guerras internacionales que la Patria tuvo, sino sosteniendo que la Patria no era la Patria”, escribe don Arturo, que por supuesto no se iba a perder de asumir la afrenta en su Manual de Zonceras Argentinas.

“La línea Mayo-Caseros se refiere --entonces-- a la libertad de los individuos en particular, no a la libertad de la Patria, es decir a la independencia, que es un supuesto previo a cualquier otra libertad”. La afirmación del bravo pensador nacional pasa por denunciar que la línea Mayo-Caseros no concibe el concepto de patria como abrigo de un pueblo --y su suelo-- en su devenir histórico integrando pasado, presente y futuro, sino apenas la ve como un sistema institucional, una forma política, una idea abstracta. “La Patria de los argentinos --para la línea Mayo-Caseros-- no se vincula con la tierra de los argentinos, ni tampoco con los hombres que la habitaron, la habitan y la habitarán, en la simbiosis del hombre y la tierra con el ayer y el mañana”, escribe el sociólogo con pluma a estaño, queriendo decir lo que dice: que la Patria para la línea antedicha solo es cuando a cierta elite se le ocurra que sea, y entonces no siempre es.

No le esquiva al bulto tampoco don Arturo al incluir en la zoncera al paradójico Juan Bautista Alberdi --complejo de asir, este hombre-- que casualmente las fuerzas del cielo han puesto de moda hoy para legitimar en alguna figura de relieve histórico sus planes de entrega. “Ser libres para ellos es no depender del extranjero”, transcribe Jauretche del Alberdi, que habla de los pueblos jóvenes. Nada que ver esta máxima alberdiana con la resignificación libertaria, por cierto. De ahí a conectar la zoncera antipatriota y elitista originada en el pensamiento de Echeverría y desentrañada por Jauretche, con el Pacto de Mayo convocado por Javier Milei hay un solo paso, pues. Salvando enormes distancias, claro, ambas proponen una visión de Patria que es la que conviene a un sector a contramano de los intereses de la Nación y su pueblo, y no lo que la Patria es, más allá de coyunturas y devenires.

Bien. Hete aquí que, en sintonía con el pensamiento de San Jauretche, un grupo de historiadores revisionistas (o nacionalistas populares, dicho mejor) ha producido y propalado una acertada contestación al manifiesto denominado “Milei ante la historia argentina”, que días atrás produjeron y propalaron otros historiadores siempre un poco más flexibles para con la tradición liberal, en este caso provenientes del Conicet, y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (https://ipcsh.conicet.gov.ar/milei-ante-la-historia-argentina/).

Si bien los nacionales suscriben en líneas generales a dicha carta, le adicionan algo fundamental: por más payasesco y outsider que resulte, el presidente argentino actual no es más que otro emergente de la grieta civilización-barbarie que fogoneó Sarmiento allende los años, y que habilitó a sus herederos --junto con la máxima de Echeverría, claro-- plantear la línea Mayo-Caseros. Allí donde el documento de los historiadores de Filo afirma que Milei es un representante revanchista de los sectores socioeconómicos que buscan estrujar a la Patria y su gente recién desde la década del setenta, los nacionales oponen que su causa va más allá. Que en realidad, el presidente actual es un exponente, aunque desfachatado y un tanto ridículo, del odio gorila de 1955, y --más aún-- incluso de la represión ejercida contra el pueblo por los triunfadores de Caseros.

Es decir, lo que representa el líder libertario es algo mucho más profundo que un episodio puntual, coyuntural, de puja de clases. Va a un nodo esencial, existencial, que el historiador Fermín Chávez ha sabido captar de manera simple y contundente, sin tanta vuelta, en su libro de Civilización y barbarie. El liberalismo y el mayismo en la historia y en la cultura argentinas, escrito en 1956. “Las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas y recién por último, económicas”. Magistral.

En línea con el pensamiento de Fermín es que historiadores y figuras de la cultura nacional de la talla de Norberto Galasso, Francisco Pestanha, Daniel Brión, Alberto Lettieri, José Luis Muñoz Azpiri, Juan Godoy, Ernesto Jauretche, Estefanía Cuello, Javier López y Marco Aurelio Roselli, entre otros y otras, hayan ido bastante más allá en la historia criolla, al punto no solo de profundizarla, sino también de vincular el proyecto que expresan los libertarios de hoy, con aquel impulsado por quienes “exhibieron los cuerpos en los parques de Palermo luego de vencer a Rosas en Caseros; los que decidieron exterminar a los pueblos originarios; los que llevaron la guerra de policía para silenciar a los pueblos comandados por sus caudillos; los que buscaron someterse al estatuto legal del coloniaje de la mano de Gran Bretaña y luego harían lo propio con Estados Unidos; los que bombardearon la plaza de Mayo y asesinaron a civiles en los basurales de José León Suarez; los que interrumpieron cada gobierno democrático cuando estos quisieron avanzar en la justicia social; los responsables no sólo del genocidio en tiempos del Proceso sino también del industricidio; los que promovieron las privatizaciones y la timba financiera (...)”.

“Muchas veces” --sigue el manifiesto firmado por Galasso y otros-- “desde el discurso académico y cientificista, los conceptos adquieren significados que son vacíos si no ponemos el foco sobre la profundidad de los mismos: tanto el 'Estado' como la 'libertad' no pueden ser ni buenos ni malos, se trata más bien de sincerar al pueblo de qué tipo de 'estado' y 'libertad' estamos hablando. Como dijo el General Perón: 'se ha dicho que sin libertad no puede haber justicia social, y respondo que sin justicia social no puede haber libertad'”.

 

La patriada es brava, claro, y urge encontrar el nudo histórico que dé la lucha por el sentido de pertenencia nacional, factor esencial en la fortaleza de los pueblos que, cuando pierden su identidad y su perspectiva histórica, pierden luego el pan, el techo y el derecho de vivir en paz. Y, por si hace falta recordarlo, la historia --que nunca es aséptica ni neutra, como se plantea desde cierto academicismo científico-- cumple un fin clave en esta búsqueda de la felicidad popular y la grandeza nacional, porque alumbra hechos pasados para no repetirlos --o sí-- en el futuro. No tiene la sociedad otra manera de conocerse a sí misma que yendo hacia su pasado para indagarlo, reconocerse en él... y actuar en consecuencia.