Esto fue hace quince días, los que quedarán amarrados a mi recuerdo como una temporada imborrable. Hay sabedores que me consideran condescendiente y de amistades variadas, es decir, un tipo capaz de soportar ideologías diversas o adversas en cualquier circunstancia salvo que sea en un asado fraternal, o en mi propio hogar. También comprenden que cuando vamos al río admito todo, puesto que la pesca necesita un ánimo festivo y poco me importa quien viaja en la aventura. Reconozco en quien empuña una caña a un compañero, un camarada que debe sentir lo mismo que yo al embarcarse: plenitud, ganas de vivir esa ceremonia amparada en el silencio y la contemplación. Eso solo pido; silencio, ya sea porque la acechanza en la captura así lo requiere sino también que es la parquedad una llave maestra con que abrir los portales religiosos y montaraces que la naturaleza ofrece. La lancha es mía además y solo admito a quienes cumplen esos postulados.

-Va a venir un amigo de mi primo -me deslizó el Flaco. Me sobresalté pero dije:

-Todo bien mientras no moleste. ¿Sabe pescar?

-Creo que no, pero va a ser un acompañante tranquilo.

-Bueno, que venga. 

Preparé mi arsenal de siempre, lo embutí en mi mochila y a las 6 de la mañana nos encontrábamos en el muelle listos para zarpar. El único que no aparecía era el nuevo. Llegó bajando de un Uber y realizó maniobras de atolondramiento propias de un novicio. Se le cayó un paraguas – artefacto inútil-, su bolsito y una caña flaca como él mismo. Nos miramos entre los veteranos y sonreímos. Será divertido, mascullé y partimos. 

Lo semblanteé por debajo de mi gorrita y me pareció cara conocida. Embutido en un saco naranja flúo que le cubría la cabeza y lentes oscuros que lo hacían irreconocible, tuve no solo un pálpito, sino uno malo. En la corriente no se habla, el sigilo es propicio y sano. El recién llegado atendió el celular cinco veces y tras no pedir disculpas siquiera intentó sentarse en un borde por lo que la canoa se bamboleó. Lo miré con ojos criminales y se sonrió con un gesto bobo. De dónde lo conozco me preguntaba.

-El teléfono, mocito, ya mismo me lo apaga.

-Pero ¿y si me llaman?

-Sencillo, démelo a mí que se lo tiro al agua. 

Mis tres amigos me miraron raro: no se trata así a un invitado, pero mi instinto estaba persuadido que el tipo sería un piedrazo. Yo era el capitán y decidía. En eso estaba cuando escuché su vocecita.

-¿Falta mucho?

-¿Se está orinando?

-Sí.

-Haga por el borde como lo hacen todos.

Hizo lo que pudo pero se meó encima bastante como para disimularlo con el agua que se echaba encima.

–La próxima vez traiga pañales -le aconsejo, ya encrespado con el tipo. Nada dijo y me apenó un poco. Luego sentí que se quejaba con el que lo había invitado y después sentí la confirmación de su apremio: estaba vomitando.

-Mucho movimiento.

-Si quiere lo llevo en aliscafo -resoplé.

Cuando entramos de apurones en el remanso lo observé por el rabillo. Lucía amarillo. De aquí en más le voy a hacer el día imposible, catalizé en mi cerebro. Yo era el capitán, mía era la lancha y mía la oscura crueldad que me empezó a subir desde dentro. Al tipo este lo conocía de algún lado y hasta que me acordase de donde lo habría de pasar mal. No sé porqué a veces uno se anticipa y logra sacudir a los insectos que vienen al sitio personal para molestarnos. Pegué algunos barquinazos pero resistió amarrado como una lapa y no se cayó agua como hubiese querido. Mis amigos miraban la escena pidiéndome por favor que concluyera con el juego. Lo hice. Estábamos llegando al fondeadero, al comedero seguro de pesca. Su celular entonces sonó. De un manotazo, me di vuelta y se lo saqué de entre los dedos. Entonces vi su cara descubierta, su perfil y creí saber quién era.

-¿Me lo devuelve por favor? Lo afirmó cocorito, como si me diera una orden. ¿A mi? Se lo arrojé y de casualidad lo sostuvo luego de maniobras chinescas en al aire. Me miró con rencor.

-Limpiate el vómito que te queda mal, parecés un bebé. 

Lanzamos los sedales uno a uno. Oí un grito y ahí estaba él, con el anzuelo clavado en su palma blanca, dando saltitos de dolor. Lejos de conmoverme le grité.

-Che, deje de mover la lancha que se nos va a dar vuelta. 

El aparejo como si lo rechazara salió expulsado enseguida y el amigo le vendó la mano que sangraba, no mucho pero sangraba.

-Al menos se ve que es humano -le vociferé. El resto me miró amonestándome: no se puede ser así de despiadado con un herido.

"Este por la pinta debe haber mandado al muere a muchos más que él", susurré, pero no me escucharon. Sentadito en la popa lagrimeaba un poco.

-Denle ginebra así se le pasa el llanto. 

Lo mío era drástico y extremista pero su aspecto desagradable se lo merecía, mientras me preguntaba de dónde carajos lo conocía. No hubo pique. Era por culpa del fierro que habíamos embarcado, lo sabía. Pensé en Alien y sentí un escalofrío. A mediodía bajo una fina garúa hicimos tierra y empezamos a preparar un fuego para comer algo a la parrilla. Increíblemente el tipo extrajo de su mochila un taper: había traído lo suyo.

-¿Que es eso? ¿Comida para pajaritos? Hágase hombre y coma carne que le va a hacer bien. 

Me miró -a pesar de sus lentes oscuros –con un rencor marcado en su rostro pálido y la boca torcida. Tenía restos de baba en sus comisuras.

-¿La está pasando bien? Le extendí la mano para bajar pero no me la tomó.

-La señorita le teme a los caballeros -suspiré. Mi amigo se me acercó.

-Che terminala que el tipo la está pasando mal. 

Fue allí cuando mi caña se dobló, casi corrí para retenerla y el tipito se me cruzó inesperadamente y me llevó por delante haciendo caer la caña, el reel y el pez que seguro estaba en la punta del hilo... se fueron a la mismísima mierda. Le serví un cachetazo que sonó como una injuria allí en medio de la foresta, era algo inusual pero el imbécil me había hecho perder mi tesoro, mi arma de pesca y no me aguanté. No se defendió. Se tocó la cara y bajo sus lentes oscuros que ahora estaban desacomodados le entreví los ojos: eran ciertamente los de un pelotudo. Creo que hasta se iba a poner a llorar. Ordené subir a todos a la canoa y regresar. El día se había arruinado. Cruzamos el canal bajo la lluvia y al llegar al muelle nadie tenía ganas de hablar siquiera. Pero me di el gusto: como en los films de enmascarados al tipo le bajé la capucha y le saqué los lentes. Mi amigo vino en socorro intuyendo una trompada.

-Llevate a este pajarón. Decile que mañana sin falta quiero la guita del reel o lo voy a buscar en persona. Y la próxima vez me avisás a quien traes. ¿Cómo se te ocurre invitar al vocero del Mal?

 

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