El ministro de Economía, Luis Caputo, prometió un IPC cerca de los 10 puntos para marzo y fue de 11. En lo numérico no dice mucho, porque la caída contra el 12,3 de febrero no es nada despreciable, pero desde lo simbólico amerita lecturas: la primera es que quedó lejos del dígito o el 10 por ciento que prometió el Gobierno. La segunda es que Alimentos, el rubro sensible, dio 10,5, casi lo mismo que el índice general, lo que explica por qué Caputo y el presidente Javier Milei salieron a utilizar BOTS truchos de supermercados para tratar de instalar inflación negativa en alimentos. La tercera, y más relevante, es que los datos de inflación, como ocurre en todo gobierno, no se pueden medir en el vacío. Esta desinflación leve que se observa es poca para la virulencia de la recesión autogenerada para bajar la inflación y quedó por debajo de los rendimientos inflacionarios de los finales de las gestiones económicas de los ministros Martín Guzmán y hasta de Sergio Massa.
Massa dejó una inflación récord que lo hizo perder la elección y le delegó a Milei un IPC arriba del 12 y subiendo. Milei devaluó, llevó la inflación a casi 26 puntos, liberó los precios, pisó los salarios y jubilaciones y planchó el dólar. Con todo eso, generó una recesión que ya se ve con dos dígitos de caída en industria y construcción, y de cerca de 10 puntos en el consumo masivo (el eje que explica el 90 por ciento del PBI), consiguiendo sólo una desaceleración de un punto en relación a los números de su antecesor más inmediato. Es decir que, salvo que Milei busque que Argentina no crezca nunca más, el escenario más probable de cara a lo que viene es más un serrucho que un desplome de los precios, tal la lectura que tienen incluso algunos de los economistas del Gobierno que piden cautela con los diagnósticos.
Otro dato: aún no pegaron los aumentos de tarifas, la liberación de precios de las telecomunicaciones y los nuevos aumentos de las prepagas. Es que, en realidad, el IPC es un promedio de rubros, y como el gobierno definió liberar todos los precios de todos los rubros juntos, las familias cuentan que en su vida diaria los precios no parecen ir a la baja. Un fenómeno natural que se explica no con la estadística del IPC, sino en la división de los rubros.
A eso se suma una dinámica de precios de alimentos aún muy elevada que para Milei es un desafío: los productores de canasta básica están mandando aumentos de 15 puntos, que Caputo pide ordenar en 9 por ciento. Es decir, la puja distributiva no está administrada y los que aumentan no se interesan demasiado en la flexibilidad de la demanda. En pocas palabras, ante la menor señal de la actividad sacando la cabeza del pozo, habrá un rebrote inflacionario automático.
En parte, la situación de los alimentos, el número final, generó tensiones internas en el Gobierno, que había sobrevendido la versión de un dígito o incluso deflación, con números falsos. Primero fue la utilización de las cifras del Jumbo BOT, una cuenta que se demostró como un experimento social que nunca tomó precios reales de esa cadena. Luego, Caputo reincidió para citar datos del Coto BOT, cuya metodología era recoger solo 60 precios de un total de 3000 para concluir un IPC general, que Caputo usó como certeza. El problema no era del Coto BOT, sino del Gobierno. En paralelo, dos datos: el BOT no sólo no pertenecía a Coto, sino que la empresa, en las últimas horas, le envió una carta documento a la cuenta para que deje de identificar su marca con esos datos.