1995. Tengo trece años y vivo en San Juan. Es de noche, estoy por dormirme y el miedo, otra vez, se apodera de mí. Siento que estoy grande como para ir a pedir ayuda a algún mayor así que decido tomar algunas decisiones. Uno, voy a cerrar la puerta del placard porque verla abierta sólo ayuda a que el miedo se incremente. Dos, voy a esperar a que salga el sol y recién ahí voy a cerrar los ojos y entregarme al sueño.

2001. Es diciembre y vivo en Córdoba. Con mi amiga Dolores nos juntamos a estudiar en su casa de San Vicente porque rendimos al otro día. En un momento vamos al supermercado a comprar algo para merendar y cuando estamos en la caja, el dueño desde la puerta, nos mira desencajado y nos pregunta “¿adentro o afuera?”. Sin entender elegimos afuera. Salimos disparados con un paquete de galletitas surtido y la persiana del local se baja abruptamente mientras un grupo de personas desesperadas se acerca a golpearla. Empezaban los saqueos, Argentina estaba toda oscura y nosotros queriendo merendar como si nada. Después de semejante episodio no podíamos pensar en estudiar. Sin entender la magnitud de los acontecimientos y para continuar en la fase negadora, tomamos una decisión. Abandonamos el estudio y nos entregarnos a ver una película supuestamente infantil que acababa de estrenar: Monsters, Inc. Los protagonistas son dos monstruos de una fábrica de sustos (sustos que dan gusto, dice el slogan de la empresa). Sullivan es enorme, peludo, azul con manchas violeta y dos cuernos y es el mejor asustador de la empresa. Su asistente, entrenador personal y mejor amigo es Mike Wazowski, un pequeño monstruo verde con un solo ojo y una sonrisa enorme. Los monstruos tienen la misión de ingresar al mundo humano para asustar a niñxs y obtener sus gritos para convertirlos en energía que abastece a Monstruópolis, la ciudad donde viven. Falta un detalle no menor, a los cuartos se ingresa a través de unas puertas mágicas que están conectadas con el placard de cada niñx. Es un trabajo peligroso, los monstruos están convencidos de que lxs niñxs son tóxicos y además cada vez es más difícil asustarlxs. Una noche, Sullivan descubre que alguien dejó una puerta activa y eso hace que Boo, una nena adorable de dos años, se meta en la fábrica. La historia es la de cómo Sullivan y Mike Wazowski se encargan de que esta niña vuelva a su casa sana y salva.

2024. Tengo cuarenta y un años, vivo en la Ciudad de Buenos Aires, con Pilar y nuestros dos hijxs, Manuel y Ana. Desde hace años espero ansioso que llegue el momento de compartir una película con mis hijxs. La única vez que llevé a Manu al cine duró casi una hora y con un intervalo en el medio. Me propuso salir un rato porque tanta oscuridad lo cansaba, quería ver luz y después sí, volver a entrar. Luego de varios intentos en casa, con la ayuda de youtube, logré que se fanatice, al igual que yo, con Monsters, Inc. Su último cumpleaños tuvo torta y bolsitas de Sullivan, Mike Wazowski y la pequeña Boo. La parte que más le divierte ver es el inicio. Un monstruo de apellido Flema, pero al que le dicen Bilis, hace todo lo que no hay que hacer cuando hay que asustar a un niño. Bilis ingresa por el placard, deja la puerta abierta y como tiene tanto miedo del niño, se acerca dudoso, pisa algunos juguetes y termina cayendo torpemente. Ahí el niño grita asustado y Bilis también, entonces se escucha una alarma y una máquina repite “simulacro terminado”. Resulta que el niño no es un niño, sino un robot que simula ser un niño. El error más grave que cometió Bilis fue dejar abierta la puerta del placard, porque eso permite que los niños puedan pasarse al otro lado, a Monstruópolis, como hizo Boo. Manu dice que ver muchas veces la parte en que el niño grita hace que se le vaya el miedo. Otra vez esa parte, la del nene que grita, dice. Cada vez que mira esa secuencia, su gesto se transforma. Hay una clara identificación con el robot niño y también una pequeña autoafirmación de que nada peligroso va a pasar. Ver tanto esa escena le da tranquilidad para todo lo que sigue. No sé si entiende lo del simulacro pero sí le llega la esencia de la historia. Le divierte que en un momento Boo se ríe fuerte con algo que hacen Sullivan y Wazowski y eso genera grandes descargas eléctricas en la ciudad. Ahí descubrimos que la energía también puede venir de la risa y no hace falta seguir asustando. La historia es perfecta. Mi parte preferida es cuando Sullivan consigue llenar cuatro o cinco tanques de energía con una sola puerta y cuando vuelve a la fábrica todos lo miran asombrados por la cantidad de gritos que cosechó tan rápido. Entonces él guiña un ojo y dice “una pijamada”. Manu no sabe lo que son las pijamadas, se lo expliqué y dice que un día va a organizar alguna pero que por ahora prefiere dormir con juguetes.

Me quedo con la escena que le gusta a Manu. La risa produce energía. Pienso en cómo a los diecinueve años no pude ver ni entender lo que estaba pasando y pienso en cómo estamos ahora y lo mucho que me afecta. Nuestro país convertido en una suerte de Monstruópolis donde todo está difícil. ¿Qué quieren? ¿Que salgamos a la calle todo el tiempo a gritar? ¿Asustarnos con ideas asociadas a una supuesta libertad? ¿Por qué nos quieren alejar de la belleza, de la risa, de las cosas esenciales de la vida? De pronto, los peligrosos somos los que nos dedicamos a la cultura, los que enseñan, los que curan, los científicos. El Estado es una especie de Monsters Incorporated que se rige con la lógica de un patrón avaro y perverso llamado mercado y como si esto fuera poco, aparecen los verdaderos monstruos de nuestra historia que resucitan sin memoria.

Vuelvo a mi hijo Manu y a su ritual de todas las noches: decidir qué autito agarrar de su colección para tenerlo en su mano, colocar de cada lado de su cama a sus nuevos amigos gigantes de peluche, Sullivan y Wazowski, para dormir tranquilo rodeado de esos coloridos monstruos. Ver esa escena que es pura belleza me da esperanza. Y entonces entiendo que es momento de tener menos miedo, reírnos mucho más, aprovechar toda la energía posible y activar.

Ignacio Sánchez Mestre nació en San Juan, Argentina, en 1982. Es actor, guionista, dramaturgo y director de teatro. Como autor y director estrenó obras en el circuito independiente, en el Teatro Nacional Cervantes y en el CTBA. Actuó en obras de Ariel Farace, Laura Kalauz, Pablo Sigal y Lucía Seles. En cine trabajó para Vladimir Durán, Luz Orlando Brennan, Pablo Levy y Lucía Seles. Coescribió películas junto a Martín Piroyansky, Florencia Percia, Diego y Pablo Levy y fue uno de los autores de División Palermo, para Netflix, y Soy tu fan: La fiesta continúa, para Star+. Realizó residencias artísticas en la Sala Beckett (Barcelona) y en el Kunstenfestivaldesarts (Bruselas). Sus obras demo y Lunes Abierto fueron publicadas por la editorial LibrosDrama y Despierto en la Colección Novísima Dramaturgia Argentina, de Ediciones del CCC. Es uno de los socixs fundadores de Paraíso, club de artes escénicas. Actualmente hace funciones de su última obra, Lo tejió la Juana, donde actúa, escribe y dirige; se presenta los viernes a las 21 en Timbre 4 hasta el 26 de abril.