“Nosotros, los del interior de este país, estamos condenados a ser exóticos, autóctonos, regionales y nacionales. Nuestro origen ha sido la prohibición, la persecución, la violencia y la penetración, y aunque todo parece una mera herencia es algo que tendremos que soportar porque no somos mestizos sino bastardos; no fue una mezcla horizontal sino obligada, violenta y clandestina. No podemos seguir hablando de un arte regional o nacional: cuando decimos eso, hegemonizamos y negamos la existencia de artistas y prácticas disidentes”. El fragmento pertenece a Soliloquio, obra del artista interdisciplinario Tiziano Cruz, y allí figuran varias claves que atraviesan su trabajo.

Este martes 23 a las 20 podrá verse en Konex (Sarmiento 3131) Soliloquio y el martes 30 a la misma hora, Wayqeycuna. Se trata de la segunda y tercera parte de la trilogía “Tres Maneras de Cantarle a una Montaña”, en la que el artista revisita sus recuerdos de infancia en el norte argentino, reflexiona sobre las culturas defolklorizadas de las comunidades indígenas, exorciza siglos de abuso y borramiento, y propone una crítica mordaz a quienes perpetúan la discriminación. Cruz elabora un manifiesto artístico-político para visibilizar las dinámicas nocivas del mercado del arte y los privilegios de clase.

–Tu obra se construye desde los márgenes. ¿Qué implica narrar desde la periferia?

–Durante mucho tiempo, la Argentina fue centralista. Todo pasa por Buenos Aires, y el centro crea la periferia a su imagen y semejanza, según sus conveniencias. Históricamente se habló sobre la periferia y las culturas indígenas, pero creo que ahora hay un cambio de paradigma y por primera vez somos nosotros, los de la periferia, quienes venimos a contar nuestra propia versión de la historia. Ya no necesitamos que hablen por nosotros o que nos digan qué sentimos, cuáles son nuestras problemáticas o nuestras formas de ver el mundo.

Para el artista, uno de los principales desafíos es construir nuevos públicos para esos relatos. “Frente a obras o artistas que hablan sobre el racismo o el indigenismo, los espectadores llegan con una idea de lo que van a ver en base a sus prejuicios. Se ha construido durante décadas un relato de cómo somos o sentimos y, cuando vienen a ver nuestros espectáculos, se dan cuenta de que es otra cosa. Como hacedor de las artes me hago cargo porque es nuestra responsabilidad”. Cruz lo piensa como un proyecto a largo plazo y, de manera categórica, suele definir al teatro como “una práctica burguesa que le corresponde a la clase media”, aunque también señala que “por primera vez hay gente que llega desde la periferia a ocupar esos espacios”. Otro desafío es esquivar el exotismo al que suelen quedar reducidas las expresiones artísticas que tratan de pensar el indigenismo. Tiziano dice que el primer paso es reconocer el propio lugar para poder desmarcarse. “Como hacedores indígenas es necesario reconocer que fuimos museificados en el campo de las artes: la museificación no muta ni trasciende en el tiempo y es una lucha que tenemos que dar con los curadores, el público y otros actores del campo cultural. ”.

–En tu obra partís de lo biográfico, pero eso se trasciende para ir a una dimensión colectiva y política. ¿Cómo pensás ese movimiento?

–Trabajar con material biográfico suele ser bastardeado porque se lo asocia al narcisismo. Puede serlo en algunos casos, pero yo lo planteo como un acontecimiento político, un hecho personal que deviene colectivo. Esta trilogía inicia con la muerte de mi hermana, un hecho muy concreto que revela los efectos del sistema de salud argentino sobre su cuerpo. Mi madre murió hace un mes esperando los medicamentos para el cáncer: otra vez lo mismo. Son casos muy puntuales, de orden personal. La pregunta es cómo convertirlo en algo colectivo. No son casos aislados porque hay un sistema que determina qué cuerpos valen más que otros. En mi trabajo problematizo todo el tiempo el rol del Estado y el arte sobre nuestros cuerpos.

El cuerpo es un eje central en la obra de Cruz. “Nosotros nacemos sabiendo que crecemos en peligro. En el contexto actual quizás se intensifica un poco más, pero nuestros cuerpos siempre están en peligro –sostiene–. Hay comunidades que no tienen acceso al agua, eso trascendió gobiernos de distintos colores políticos y la realidad de los pueblos indígenas no cambia. Este es el lugar que ocupan las culturas indígenas en la sociedad. La Argentina tiene la ilusión de ser blanca, pero piensa en una Europa vieja. Ahora que tengo la oportunidad de viajar, me doy cuenta de que allá están tratando de descolonizarse y acá nos quedamos en el tiempo”.

En un momento de la obra, Cruz declara que para algunos la política es una manera de pensarse en el mundo, mientras que para las comunidades indígenas es “una cuestión de vida o muerte”. En conversación con este diario, agrega: “En el norte se expropian los recursos naturales y el pensamiento. Ahora que voy a festivales y doy charlas problematizo estas cosas porque hay una apropiación silenciosa de nuestra ancestralidad y tenemos que ser muy responsables de lo que hacemos para no ser condescendientes con la hegemonía”.

En esa línea, el artista confiesa que trabaja más para las comunidades que convoca en cada espectáculo que para los espectadores; lo último es una consecuencia de lo primero. En Brasil trabajó con un área gubernamental que tiene el objetivo de reinsertar a personas en situación de calle y en Buenos Aires trabajará con una comunidad de mujeres del barrio Mugica que organiza un comedor al que asisten víctimas de violencia de género. “A través de las obras articulamos con proyectos comunitarios para tejer redes con personas que están fuera del sistema”, dice Tiziano, quien permanentemente cuestiona su lugar e intenta esquivar cualquier lectura meritocrática: “No puedo ser un indígena de moda que monta su espectáculo,se lleva toda la plata y el reconocimiento, pero no genera un movimiento real en la comunidad”.

–En Soliloquio hablás de calle Corrientes como el símbolo de la consagración para los artistas de las provincias. Desde tu experiencia, ¿qué tan difícil es para una persona indígena insertarse en ciertos circuitos?

–Reconozco que antes tenía esa idea de querer pertenecer porque vivimos en un contexto que fomenta eso y la única forma de pertenecer es camuflándote. Cuando llegué acá yo no decía que era de Jujuy sino de Tucumán (donde estudié) porque estaba más al centro. Ese pequeño corrimiento marca la fuerza con que opera la hegemonía. Nos venden calle Corrientes como la meca, pero cuando llegás acá te das cuenta de que ese lugar no está hecho para vos, que la estética de tu cuerpo no se corresponde con la estética de la hegemonía. Entonces te frustrás o proponés otra cosa. Si uno observa las producciones cinematográficas, nosotros siempre ocupamos los roles de delincuentes o empleadas domésticas, nunca podríamos hacer un protagónico. O sos funcional a eso o hacés un recorrido distinto que quizá lleva más tiempo.

Como programador cultural, Cruz comprendió que el racismo estructural sigue existiendo y opina que es necesario combatirlo. “Se me cuestionaba si estaba calificado para desempeñar ese rol. Influye cómo te vestís, cómo te comportás, cuál es el color de tu piel. El racismo es muy fuerte y sigue operando”. Frases como “volvete a tu país” o “estás ocupando un lugar que no te pertenece” siguen resonando y en migraciones lo mandan a la fila de los extranjeros entonces debe aclarar que es argentino. “El año pasado gané uno de los premios teatrales más importantes de Europa (el ANTI FESTIVAL en Finlandia) y acá nadie se hizo eco, a nadie le interesa lo que hago y eso tiene que ver con el racismo. Creo que a veces no se me perdona que alguien de un pueblo desconocido del norte esté girando por el mundo. Se nos cuestiona por avanzar. La Argentina fue históricamente colonialista y no pudimos desprendernos de eso todavía”, concluye.