“No quería que María fingiese la humillación, quería que la sintiera.” La justificación del director Bernardo Bertolucci de la escena en la que el personaje de Marlon Brando viola al de María Scheneider en El último tango en París, utilizando manteca como lubricante, sigue dando que hablar. Esa escena, que perturbó a la actriz recientemente fallecida, puso al descubierto un tema del que no se habla: los abusos que pueden ejercerse en rodajes en función de imprimirle “verdad” a las escenas. De hecho, el cineasta intentó aclarar esta semana cómo se había gestado aquella escena, y no hizo más que oscurecer el asunto. “Algunos han crecido que ella no estaba informada de la violencia. Falso. Lo único nuevo fue la idea de la manteca. Decidí no informar a María del uso de la manteca para que tuviera una reacción espontánea a ese uso impropio”, se excusó, con cierta ligereza. ¿Cuáles son los límites del proceso creativo?

La entrevista a Bertolucci en la que se hace responsable de la situación traicionera y degradante a la que expuso a Scheneider fue el disparador para que Antonella Costa, la actriz de Garage Olimpo y Diarios de motocicleta, se animara a contar situaciones en las que se sintió objeto de necesidades ajenas. Sus posteos en Facebook, relatando circunstancias vividas a lo largo de su carrera, generaron un debate respecto al proceso interpretativo, a sus límites éticos y morales. Hubo quienes se solidarizaron, y también quienes le exigieron nombres propios a sus relatos. Lo cierto es que Costa pateó un hormiguero. “Las situaciones que padecí –cuenta a PáginaI12– fueron situaciones casi fortuitas, manifestaciones de un machismo cotidiano al que las mujeres nos vemos expuestas. Sin embargo, en el set, podemos y debemos exigir protección. No se callen, no toleren. Reaccionen. Estoy diciendo que esto existe y se puede y se debe frenar.”

–¿Qué tipo de situaciones abusivas vivió?

–Una vez un director puso en la casetera del motorhome el video del crudo de una escena en la que me bañaba. Había accedido al desnudo, que figuraba en el guión. Son escenas cuidadas. El crudo no son sólo las tomas que van a salir en la película. Hay tomas malas, en las que hay problemas o errores, que se repiten. Ese material, que no se difunde, él lo puso a la vista de todos. Todo el mundo pasa por el motorhome. Cuando lo descubrí reaccioné y se lo hice sacar. Pero el daño ya estaba hecho. No me fui porque estaba haciendo mi trabajo, bien, no había ofendido ni maltratado a nadie. ¿Por qué no se fue el director? ¿Por qué no me pidió perdón o buscó otra manera de hacerme sentir persona de nuevo? Porque no le importaba. Porque estaba convencido de que yo era un fetichito que le pertenecía. Una caprichosa que se hacía la exquisita delante de sus amigos.

–¿Cuál fue el costo de decir “no” a ciertas exigencias artísticas?

–Decir “no” tiene el costo de toda libertad. Muchas puertas se cierran, pero uno puede seguir un camino limpio, donde estas situaciones son aisladas e improbables, porque la gente respetuosa te busca por cualidades o características que no tienen que ver con que te usen como un objeto. Las opciones se reducen, sí. Pero no lo viví como un problema. Me pasó que un colega se me tirara un lance en un ensayo, decirle “no” y que su actitud conmigo cambiara para el rodaje, perjudicándome. Ese precio se paga, no es fácil. Pero es más digno que acostarme con alguien a quien no deseo, para que no se enoje.

–¿Esas prácticas abusivas obedecen a la falsa idea de que los actores deben “sentir” lo que les pasa a sus personajes?

–Esa idea sirve más que nada a los que se quieren hacer los vivos y sacar un provecho morboso. El “sentir” está muy bastardeado. Lo usan algunos maestros para convencer a las alumnas adolescentes de desnudarse en las clases. Lo usan también actores para validar la seriedad de lo que hacen. “Cuando lloré lo sentí de verdad.” Ah, entonces es un buen actor. “En la escena de sexo no sentí nada, está todo coreografiado.” Ah, es muy profesional, no es una puta, qué bien. ¿Qué es esa doble moral? ¿Y qué es eso de andar diciendo o demostrando lo que se siente? ¿A quién? ¿Para qué? Los sentimientos  pueden quedar ocultos detrás de emociones verdaderas, pero manipuladas para componer el rol. Cualquiera siente de verdad. Nosotros trabajamos con emociones reales, que pueden responder a estímulos imaginarios. No necesitamos el respaldo de un sentimiento real. Eso es ser actor. Nos contratan para actuar, no para sentir. Lo que importa es la acción. Por eso nos llamamos “actores” y no “sentidores”.

–El mundo artístico siempre estuvo asociado a la libertad.

–El abuso de poder, en nuestro ambiente, suele pasar más por el cuerpo de la víctima que en otros ámbitos. El debate es largo. Me interesa centrarme en la dignidad, en el cuidado de la intimidad de los actores. Lo de El último tango en París es un caso extremo de manipulación de una actriz con la excusa de sublimar una obra. Como quien encierra un insecto vivo en una bola de vidrio y la incluye en una escultura, Bertolucci y Brando ejecutan un experimento cruel, que costó la dignidad de una persona. El cuerpo, la voz y las emociones son las herramientas del actor. En nuestro ambiente es probable que se generen confusiones. Por eso es importante hablar de esto, no descontrolarnos, no agredirnos. Las escenas “fuertes” se conversan, se construyen. Los actores tenemos mucho para ofrecer al proceso creativo. No hace falta engañarnos ni torturarnos para generar “verdad”. La verdad no se genera, la verdad es. Lo que se genera es siempre un artificio. No existe la objetividad en cine, y por lo tanto no existe la verdad. Lo único que existe es la ética, la dignidad, los valores humanos, y una cantidad infinita de recursos para construir artificios.