Freud y la sobredeterminación. Freud sostuvo el entrecruzamiento de razones y causas múltiples, particulares y singulares, en los tiempos que cada uno va atravesando. Los que precipitan en, y para, las subjetivaciones. Ir envejeciendo supone pérdidas corporales y mentales. Musculares, articulares, de sistemas y aparatos, según los particulares cuidados, descuidos y hasta maltratos a los que hayan sido sometidos por su portador. Todo lo cual tendrá una gran relación con la modalidad de estructuración psíquica del mismo. También con las neuronales, según uso o retraimientos. Asimismo, influyen en los envejecimientos las cargas genéticas que, a veces, no dejan llegar a viejos. Hay formas y formas de envejecer.

  • ¿Cómo encara el afectado su progresivo envejecimiento? Nuevamente juega la sobredeterminación. Clima y geografía de residencia habitual. Relatos familiares de envejecimientos en las generaciones previas, transmitidos en la ontogenia. Luego cómo opera en sí el trauma de advertirse envejeciendo. El de la muerte de otro. Los sobrevivientes seguimos hablando de ella, la imaginamos y simbolizamos. En lo inmediato, somos trabajados por el duelo. Pasado el mismo, cuando recuerdos de quien murió se disparan por alguna circunstancia y nos hacen hablar, soñar o simplemente recordar. 

De la vida futura también se puede hablar y hasta planear. Pero lo que ocurrirá será un saber radicalmente no sabido. No, no sabido en el sentido del saber inconsciente, sólo reconocido cuando se analizan sus formaciones (equívocos, olvidos, actos fallidos). De ese futuro que incluye al presente sólo sabremos después, y aproximadamente. La memoria deforma.

Los humanos tratamos de creer algo que nos permita suponer que después de la muerte de algún modo sigue la vida propia –Paraíso, Purgatorio, Infierno– en la religión católica. Otras formas en las demás religiones. Son todas creencias que permiten suponer que, producida la muerte biológica, de algún modo se sobrevive. Son modos de renegar, no creer en la muerte. 

  • Escenas, causas y razones de reacciones diversas ante el envejecimiento.  Observen en la calle, en vuestras familias y consultorios, las diferencias posturales y gestuales de gente que va envejeciendo en franjas de edades similares. Son tan significantes como sus palabras y actos. Y como éstas lo son sólo si se articulan a un contexto significante. Advertirán muchas diferencias. Posturas comunes que aparentemente no transmiten nada, los de espaldas encorvadas, los que sacan pecho, posturas resignadas, serias y serenas, dignas, indignas. Posturas “como si”. Podríamos seguir con la lista. Si el afectado se psicoanaliza, cada cara transmite sobre ellas y es interpelable en el contexto y momento transferencial oportuno. Observen cuál es su modo personal de hablar y pregunten calmamente, pero sin inhibiciones, lo que no les entiendan. Es importante para deducir, pero también lo es para favorecerles renovarlo. Si no, son extranjeros hasta entre sus familiares más cercanos. Particularmente nietos que son segunda generación posterior y los “dueños y sabios” de la informática y los controles remotos. Lo mismo ocurre con las noticias y los cambios. La globalización no sólo ha tornado ambiguas y “como si” las culturas, sino que las modifica a velocidades virtuales y no humanas. 
  • Reacciones entre los más jóvenes ante el paso del tiempo. Impaciencia, enternecimiento, odio, idealización, envidia. Los nietos que se enternecen, los que se enojan. Los que lo convocan a transmitir anécdotas. En esa mezcla hay un fenómeno nuevo, el del saber invertido. El viejo, “cada vez sabe menos” y se torna más deshecho, por su escaso saber, en comparación con los pibes, sobre informática y la digitalización.
  • Ambivalencias y diferencias, hacia y entre los otros. Esposos, hijos, nueras, yernos, nietos. Al contexto familiar lo afecta encontrar que el que envejece ya no es el que era. Las reacciones suelen ser muy diferentes y tienen su origen en una articulación entre: envejecido (emisor) y los receptores. O sea, de cómo va viviendo su envejecimiento el afectado y cómo lo soportan los receptores de dicho proceso. El receptor lo vive según su propia estructuración y las incidencias que sobre ella van teniendo las reacciones de sus más cercanos. También, según los momentos vitales particulares que estén atravesando. Un envejeciente con sus olvidos, sus distracciones, sus pérdidas de fuerza puede despertar impaciencias, enojos, enternecimientos, deseos de sacárselo de encima o de protegerlo. Para el envejeciente no hay saberes previos, debido al carácter singular de cada proceso y al contexto diverso con que se irá transitando cada envejecimiento en particular, hasta la muerte como punto final. 
  • El trabajo y la jubilación. Hay muchas conquistas sociales y políticas que son producto de cálculos hechos desde puntos de vista monoculares. En ellos se enancan el sentido común y los políticos, sin tomar el recaudo de consultar con especialidades científicas relacionadas al cambio que se impulsa. Por supuesto, si advertimos los cambios físicos antes enumerados, es positivo atenuar la relación con el trabajo en función del pasaje de los años. Pero no suprimirlo, por lo menos hasta que el cuerpo y la mente ya “no den más”. Ahí, psicoanálisis y biología se articulan. Prácticas físicas y mentales, no de autoayuda, sino en trabajar en lo que gusta o prácticas de gimnasio adecuadas a la edad, o tango, danzas, etc. 

No es lo mismo llegar a la vejez siendo un “don nadie”, o sea, habiendo quedado a la sombra del padre o de otro antepasado, que siendo el abuelo Fulano, el científico Zutano, o Manolo el diariero del barrio. Lo que es, de alguna manera, un efecto de haberse ganado respeto personal, laboral, etc. Es haberse forjado un nombre, a partir del padre, pero habiendo ido a otra posición que la de él. Posición mejor para subjetivarse, no para comparar, sino porque va más en el sentido de deseos y modalidades de goce propios.

  • La pérdida de los cercanos. Una de las cosas más difíciles del envejecimiento son las pérdidas de los seres queridos. Familia, amigos, maestros, compañeros y ex compañeros. Que se producen, no sólo por muerte. Los hijos, porque se van del hogar paternal para formar nuevas familias, para seguir otros destinos geográficos o de otra índole. Los de la misma generación se van muriendo. Lógicamente los nietos absorben a los hijos. Las nueras o yernos hacen de la vieja o el viejo, suegra o suegro. Los suegros ligan muchas veces desplazamientos de enojos entre las parejas jóvenes. Además, se ofertan inconscientemente como blanco fácil, cuando de un modo u otro “se ponen pesados”. Repiten, por olvido de lo inmediato o distracción (origen neuronal) o por nostalgia (psíquico). En otras ocasiones, a la inversa, pero por razones similares a las que se pueden agregar a veces melancolizaciones, se tornan demasiado ausentes. En fin, como la mayoría de los lugares en la vida, el del que va envejeciendo no es fácil. Fuera de la pubertad y la adolescencia, es uno de los momentos más difíciles de subjetivar. También cambian las hormonas y/o sus proporciones. El deseo sexual cuando no hay una reacción de elación se atenúa, pues hechos en la historia de vida y la biología no acompañan. La sublimación, si siempre puede ser un destino de la pulsión, en los viejos es capital en los varios sentidos de la palabra. Para muchos, la relación con los nietos puede ser una fuente importante de sublimación. Pero no sólo, también es capital no dejar de hacer los que les produce un goce productivo. Por ejemplo, ser suplentes de los hijos y ocuparse de los nietos cuando ellos salen. Es importante analizarlos favoreciendo el sentido de que no renuncien a ser amos de sí mismos. Seguir produciendo un plus que los haga sentirse realizando deseos propios. En fin, es súper importante que se mantengan en red y en la medida de sus posibilidades, en las actividades que les fueron habituales y gustosas y que, a otro ritmo, puedan continuar. 
  • Introversión, segregación. El envejecimiento y el extrañamiento consiguiente, lindante con la despersonalización, empuja a la introversión de la energía libidinal. Las “manías” del viejo, costumbres fuera de época, van promoviendo auto y hetero segregación. La sinergia entre ambos fenómenos es perjudicial para el devenir del envejeciente, si queda sujetado a ellos. Distinto es si se procede para que el que envejece vaya tomando en cuenta y reaccionando ante lo que le pasa. Ayudándolo a advertir que el paso del tiempo cambia costumbres y, en la cultura actual, aceleradamente. No hay por qué plegarse acríticamente, pero tampoco pasar a ser un “bicho raro”. De cómo el entorno de familiares, amigos y compañeros vayan reaccionando ante el tránsito del que envejece, dependerá si se facilita o dificulta la mayor o menor felicidad de cómo ocurra. En consecuencia, el psicoanalista tiene que estar atento al discurso que se teja en el análisis y en ciertas circunstancias deberá intervenir también, sobre el contexto, según tiempos y formas más convenientes. En ese sentido sabrá escuchar las demandas, tanto del analizante envejeciendo, como del contexto afectado por el fenómeno.

“Si arrastré por este mundo / la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser...”1 Las formas mejores o peores de envejecer están muy relacionadas con las contabilidades subjetivas sobre la vida transcurrida. Obviamente las peores dependen mucho de balances negativos. ¿A qué llamo tales? A las de aquellos que van envejeciendo con fuertes sentimientos de grandes irrealizaciones de deseos. Les resultan positivos a aquellos a los que el haber les dice que es superior al debe. Por supuesto no me refiero al balance dinerario solamente, aunque en algunos, sólo o principalmente se les imaginariza en ese terreno. No es lo mismo llegar al final con la sensación de haber logrado lo buscado que con la sensación de haber fracasado en esos terrenos.

  • El deseo de muerte en el envejecimiento. Me corro y le cedo la palabra a Freud respondiéndole a George Sylvester Viereck2: “...Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro de nosotros. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo... En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la ‘fiebre llamada vivir’. El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción”...

Todo esto, válido para los humanos en general, también lo es para los psicoanalistas en particular. Las diferencias van a plantearse caso por caso, en cómo cada uno va encarando las dificultades que la vida le presenta durante el envejecimiento. En los analistas esto depende mucho de la suerte que hayan tenido sus análisis y cómo esa suerte les haya influido para instalarse en el a posteriori de sus vidas. Tal vez llame la atención que diga suerte. Creo que el azar interviene muchísimo en todo fenómeno humano, desde la filogenia, a través de la ontogenia y a través de diferentes traumas y las reacciones ante ellos. Depende, por ejemplo, de cómo se hayan cruzado los vectores edípicos que estructuraron al futuro psicoanalista, con los de su o sus analistas en particular. Cómo se crucen los imposibles de cada uno, aquellos inanalizables que no cesan de no escribirse. Dependerá de lo que haya reelaborado el supuesto analista en su/s análisis. De cómo y hasta dónde, se haya instalado en él, el deseo de trabajar psicoanalíticamente. A lo que habrá que agregarle estudios, investigaciones, repasos críticos y conjeturales sobre su práctica y la de otros, a solas y en intercambio con otros oficiantes. La vejez de cada analista se parece y difiere de cada uno de los demás seres hablantes y de sus colegas. En cómo influencie en su oficio, y en consecuencia, en cómo funcione como psicoanalista para quienes lo consultan. Consultantes que, en la vejez, tienden a ser mayoritariamente viejos porque así les parece mejor a los derivadores y porque es el semblante por el que se suponen mejor entendidos los consultantes. 

* Psicoanalista.
1. Cuesta Abajo: tango de Carlos Gardel y Alfredo Lepera.
2. Entrevista al Dr. Sigmund Freud. “El valor de la vida”, 1926. Traducida por Beatriz Castillo y reproducida por la revista Conjetural.