“Decí algo de izquierda”, le gritaba Nanni Moretti al televisor durante un momento icónico de Aprile, en un mundo apenas un poco menos convulsionado que el actual. El año era 1998 y el siglo XX se estaba terminando con algunas esperanzas aún a flote. Con aquella película y Caro diario (1993) el realizador italiano coronaba la primera etapa de su filmografía, desnudándose a sí mismo en pantalla como actor, personaje, alter ego y varias cosas más. Para muchos espectadores locales, fue el inicio de un romance que trajo del pasado otros títulos, en particular Basta de sermones y Palombella rossa, films realizados en los años ‘80 pero que no habían tenido distribución en nuestro país. Con el nuevo milenio, Moretti comenzó a investigar otras zonas cinematográficas, comenzando con el drama La habitación del hijo (2001), la feroz crítica a la figura de Berlusconi El caimán (2006) y la sátira El psicoanalista del Papa (2013), obras que no estaban a la altura de sus mejores creaciones pero que demostraban la clara intención de correrse de lo ya probado. Cuando Nanni caminó los pasillos del Bafici en 2017, en ocasión de una retrospectiva de su filmografía, el visitante ofreció varias presentaciones y una charla pública en la cual recorrió (y recordó) su derrotero creativo a lo largo de cuatro décadas detrás y delante de las cámaras.
“No es que voy a filmar ‘diarios’ para siempre. Para mí, Aprile tenía que ser filmada de esta forma”, afirmaba Moretti en una entrevista de 1998, transcripta en el libro publicado por el Bafici, Ecce Nanni: el testigo crítico. En esa conversación con un periodista romano describía el diálogo que se produce entre él y su asistente de dirección en la ficción. Moretti (el personaje, pero también el director y el actor) comunicaba su deseo de “hacer un documental, pero sin querer convencer a nadie; sin provocar al espectador de derecha ni mimar al espectador de izquierda”, acotando además que ese era justamente el sentido de Aprile. En aquel mismo film el protagonista fantaseaba con realizar un musical, suerte de utopía creativa hasta el momento nunca realizada en su totalidad y que vuelve a aparecer en Lo mejor está por venir, su más reciente largometraje, que el jueves llega a las salas de cine, casi un año después del estreno mundial en el Festival de Cannes.
Es de noche y un grupo de hombres se cuelga de un paredón, latas de pintura roja y brochas en mano, para escribir una frase que se imagina como consigna política. Y lo es, aunque de una manera particular. “Il sol dell’avennire”, reza la placa, y ese sol del futuro es el título original del film que está comenzando. Un grupo de hombres y mujeres, con trajes y vestidos que remiten a otros tiempos, celebran la llegada de la electricidad a un reluciente barrio de monoblocks romano. Antes de los aplausos generalizados, quien habla brevemente, como miembro del Partido Comunista Italiano y vecino, es un hombre maduro. En realidad, la escena pertenece a una película que se está rodando en ese preciso momento, y el personaje en cuestión está interpretado por un actor, a su vez encarnado por Silvio Orlando. El director del film, Giovanni (Nanni Moretti) reflexiona en off: “Como sabemos, el protagonista de la película es Ennio, el director de L'Unità, el periódico del Partido Comunista”. Así, Giovanni vuelve a reflejar a Moretti, ya sin necesidad de la utilización de un homónimo o el formato de diario, pero sí como alter ego inseparable, indistinguible. Casado, aunque no sin conflictos, con quien es su eterna productora (Margherita Buy), Giovanni está en plena filmación de un film de época cuya historia transcurre en un barrio proletario de Roma durante la visita de un famoso circo llegado de Budapest. No es casual ni trivial que el relato de la película dentro de la película transcurra en 1956, durante los días de la revolución callejera que tuvo lugar en Hungría, rápidamente reprimida por el ejército soviético. Hecho histórico que marcó un antes y un después en la mirada de muchos afiliados al PC, allí en Italia y en el resto del mundo.
Rodada en los estudios Cinecittà, como tantas películas de Federico Fellini (el film incluye un fragmento de La dolce vita, homenaje y guiño a una más que probable influencia), Lo mejor está por venir juguetea permanentemente con la realidad, la ficción, el arte y la política, y es también una reflexión sobre el socialismo de ayer, de hoy y de un posible futuro. Tal vez más brillante, aunque esa posibilidad sólo aparezca en el horizonte como una (otra) utopía. Entrevistado por la revista especializada Films in Frame durante el lanzamiento de la película en Cannes, Moretti declaró que “otros guionistas o directores hubieran hecho tres películas diferentes con todo este material, pero yo decidí hacer una sola, que fuera rica pero también corta, que siempre es algo bueno. Ni Giovanni, el personaje, ni yo no solemos sentirnos cómodos entre otros, pero también nos sentimos incómodos con nosotros mismos. Allí radica la autocrítica, el autodesprecio. Eso ha sido parte de mi obra desde el comienzo: burlarme de mí mismo, utilizar la auto ironía. Es una manera de contarme a mí mismo. Si hay una conexión entre mis films es porque todos son autobiográficos”.
Moretti, acompañado en el reparto por el francés Mathieu Amalric y la ítalo-eslovaca Barbora Bobulova, más los citados Orlando y Buy, también despliega algunas ideas sobre los roces y choques entre el ego y las relaciones sentimentales y familiares. Y, al margen de la cuestión central, esa revisión del pasado en el presente, sobre cómo los personajes reaccionan a los eventos del ‘56 tamizados por la mirada contemporánea, Lo mejor está por venir también pone en el centro de la pista ciertas reflexiones sobre la creación cinematográfica hoy. Dos secuencias muy logradas desde lo cómico subliman conceptos que sin duda giran vertiginosamente en la cabeza del autor. La primera lo encuentra asistiendo al rodaje de una película de acción de la cual su esposa es productora, generando un parate absurdo que dura toda la noche y provoca discusiones sobre el buen o mal uso de la violencia en pantalla. La segunda, aún más divertida y absurda, encuentra a Giovanni reunido en una oficina con directivos de una plataforma de streaming muy famosa y poderosa, manotazo de ahogado para poder terminar el film en tiempo y forma. Moretti, a través de Giovanni, abre bien los ojos cuando describen su creación como un “slow burner que no explota” y cuyo primer “plot point” aparece recién a los 62 minutos. Peor aún, no ofrece un momento “what the fuck”. El humor nunca se abandona, incluso en las peores circunstancias.