Desde Río de Janeiro

El leoncito no soy yo. Eso es lo que siempre tiene que aclarar Moreno Veloso sobre la legendaria canción de su padre, “O leaozinho”, que Caetano no hizo para él sino que escribió inspirado por Dadi, bajista del grupo Novos Bahianos. Lo cuenta en todas las entrevistas con una sonrisa en el rostro, y lo repitió hace algunos años en Buenos Aires, en una charla pública realizada dentro del marco del Filba. Por supuesto, después de contar la anécdota, Moreno cantó la canción. 

Lo volvió a hacer sobre un escenario la semana pasada, pero esta vez rodeado por su padre y sus hermanos más jovenes, Zeca y Tom. Antes de cantarla, y en vez de contar la anécdota de siempre, Moreno explicó que sólo lo iba a hacer porque su padre se lo había pedido especialmente. Algo que, bromeó el primogénito de Caetano, le parecia ridículo. “¿Saben cuál era el oficio de mi abuelo? Era telegrafista. Pídanle ahora a él”, sugirió, señalando a su padre, que estaba sentado a su derecha, “que transmita algo en código morse, y van a ver”. Caetano confirmó con un gesto resignado su desconocimiento, y las carcajadas cómplices que llenaron el teatro dieron paso a una versión despojada e íntima del tema, casi una canción de cuna, que es como lo escucharon por primera vez cada uno de los hijos de Caetano, y también el hijo de Moreno, que le pide a su padre que se la cante una y otra vez. Todos leoncitos, qué duda cabe, mas allá del verdadero origen de la canción. Cachorros felices alrededor de ese orgulloso león –o leona, por qué no– entrado en años que es Caetano Veloso, que finalmente ha cumplido el sueño que venía confesando en el último tiempo, y consiguió: reunir a sus hijos para compartir todo un show tocando y cantando juntos un repertorio que incluye canciones de los cuatro, pero principalmente del pater familia, aunque su rescate –son principalmente viejos temas– responda a la reunión familiar. Por eso es que suena, por ejemplo, la primera canción que Caetano compuso con Moreno, cuando tenía apenas 9 años, “Um canto de afoxé para o bloco do Ilê”, del disco Cores, nomes (1982), y la voz del Moreno niño cantado el leit motiv de la letra (“Ilê aiê”) corre ahora por cuenta de Tom. 

Caetano Moreno Zeca Tom Veloso es el bautismo minimalista del show, que el último mes estuvo yendo y viniendo entre San Pablo y Río de Janeiro, en ámbitos pequeños, con localidades agotadas apenas salen a la venta. El recital con que el espectáculo se despidió de Río fue el último miércoles de octubre –el fin de semana pasado tocaron por última vez en San Pablo, y grabaron el show para un DVD–, volvió a ser en el Net Rio, un pequeño teatro recuperado cinco años atrás, originalmente llamado Teresa Rachel, escondido dentro de una vieja galería de Copacabana. A pesar de que ya llevaban un mes tocando juntos, la espontaneidad de la reunión familiar se mantuvo sobre el escenario, e incluso ciertos nervios –o la vergüenza de los niños cuando son obligados a actuar en las fiestas por los padres– de los más jóvenes, Zeca y Tom. 

Con 20 años y un sorprendente parecido con la imagen de su padre cuando era joven, Tom fue el último de los tres en entusiasmarse con la música, incluso –como cuenta Caetano– el único que de niño le pedía que se callase cuando le cantaba. Ya ha debutado sobre un escenario, como guitarrista de su grupo Donica, pero junto a Papá Veloso no solo toca sino que también canta, armonizando con sus hermanos a lo Beach Boys –o más bien Doces Barbaros– pero también en solitario, aunque –otra confidencia de Caetano– no le guste hacerlo. Pero el debutante absoluto es Zeca, que con 25 años es la primera vez que se sube a un escenario, aunque ha participado en la producción de Recanto (2011), el disco que Caetano le hizo a Gal Costa. “El tema ‘Neguinho’ debería haberlo firmado con él, que hizo la programación sobre la que compuse la letra y la melodía”, aclara su padre. Según cuenta en el texto con el que acompañó el lanzamiento del show, su primogénito junto a Paula Levigne (Tom es el segundo hijo de la pareja) estuvo experimentando desde joven con la electrónica, pero justo cuando estaba empezando a pensar que la música no era lo suyo, empezó a componer canciones. Cuando Djavan las escuchó, revela Caetano, le exigió que las cantase en público. “Se resistió, pero finalmente lo obedecerá”, dice su orgulloso padre. Zeca sorprende en el show porque canta sus canciones con un falsete agudo, casi de castratto, capaz de hacer cómodamente la parte de Gal Costa en la deliciosa versión de “O seu amor”, de Doces Barbaros. Una voz que encaja perfectamente en sus composiciones, que interpreta al piano, melódicas y siempre emocionantes. 

Consagrado a su manera, con una carrera propia y vinculado desde hace tiempo a las producciones de su padre, el lugar que ocupa Moreno Veloso –con 44 años, hijo de Caetano con Dedé Gadelha, que aparece en la portada del disco Joia (1975)– en el show bascula entre ser otra figura de autoridad y ser un hijo más. Junto a su padre, es quien más cómodo se siente en escena (incluso se atreve a ponerlo en aprietos, llevándolo al piano para que toque un tema), ya sea con la guitarra acústica, el contrabajo o sus instrumentos de percusión, que incluyen desde papeles hasta un plato con un cuchillo. Por supuesto, el sol que ilumina la escena, el que bebe de cada instante por momentos casi sin mover un músculo, es un Caetano siempre sentado en el centro del escenario, con la guitarra sobre sus piernas cruzadas. Sus hijos, en cambio, rotan en sus lugares y sus instrumentos, turnándose en el bajo eléctrico, aunque principalmente la imagen del espectáculo es con cada uno sentado en una silla, todos de frente al público. Los tres con su botella de agua cerca, mientras el padre es el único que se permite tener un vaso de vino a mano. “Desde que empecé a pensar en hacer un show con mis hijos, siempre imaginé que llamaríamos a una banda de amigos instrumentistas”, le confesó Caetano el domingo pasado al diario Folha do Sao Paulo. “Pero me di cuenta que podríamos estar sólo nosotros, desafinándolo todo. El resultado es más vulnerable, casi demasiado frágil, pero tiene un espíritu único”. 

Tan único, que sólo queda desear que lo sigan haciendo un tiempo más. Las últimas fechas anunciadas son en diciembre en Brasilia, y en enero en Salvador. Pero –si todo salió bien en San Pablo el fin de semana pasado– habrá un DVD, y Caetano ya ha confesado que piensa muy vagamente en hacer un nuevo disco solo. Por ahora, asegura, está dedicado a sus hijos. Habrá que cruzar los dedos para que esa dedicación cruce fronteras.

ESO QUE VIENE A LA CABEZA

Aunque actualmente anuncie estar entregado por completo a lo que él llama –robándole la definición a Nelson Motta– Nepotismo del bien, a sus 75 años no sólo visita el pasado de la mano de sus hijos, disfrutando el presente y apostando al futuro con ellos, sino que Caetano Veloso también ha decidido ponerse al día con sus recuerdos. Lo ha hecho en la reedición de Verdad tropical, las memorias que escribió dos décadas atrás, agregando un largo capítulo nuevo al comienzo, titulado “Carmen Miranda no sabía sambar”. En él, se deja llevar libremente por su –confiesa– tendencia a la disgresión, rebatiendo críticas, haciendo confesiones y confirmando obsesiones. Por ejemplo, durante las primeras páginas de lo que se podría considerar como un nuevo prólogo, discute largamente sobre la pronunciación de la letra r, y la ortografía de la lengua portuguesa. “El corrector automático de mi computadora es un idiota”, escribe Caetano. “Estoy pensando que debo pedirle a mi hijo que me enseñe a desactivar este recurso desorientador –¡que acaba de rechazar “desorientador”!–, pero luego me doy cuenta que, con alguna frecuencia, me sorprenden sus alertas rojas para las palabras usuales”.  

Cuando en la entrevista concedida al periódico O Estado do Sao Paulo le preguntan las razones por las que accedió a volver sobre sus memorias, la respuesta de Caetano es que “está loco”. No sólo aceptó, asegura, sino que indujo a los editores a que lo hicieran. “Pero después me hice un lío”, confiesa. “Lo que escribí no es visión coherente del estado del mundo hoy, ni da cuenta de los caminos que recorrió la música y la cultura brasileña o mundial en estos 20 años, sino más bien una exhibición sin censura de los pensamientos que me vienen a la cabeza hoy en día”. Sorprende descubrir que muchos de esos pensamientos están asociados con las críticas que recibió en su momento la edición original del libro. Por ejemplo, las del crítico marxista Roberto Schwartz, cuya reseña enorgullece a Caetano porque considera se lo tomó en serio, pero al mismo tiempo rechaza la definición que hace de él en función de su lectura: “Schwartz se equivoca al describirme como un proyecto de izquierdista convencional que degenera en colaboracionista regresivo”, se defiende Caetano, que acto seguido subraya: “Nunca fui ni seré un izquierdista convencional”. Pero después de desmarcarse extensamente de ese concepto, e incluso señalar su horror ante lo que llama una aristocracia boba de la izquierda, más adelante sin embargo se siente obligado a aclarar: “Mi primera motivación para colocarme a la izquierda se mantiene hasta el día de hoy: la horrenda desigualdad de la sociedad brasilera. Eso no hizo más que exacerbarse en el clima de los meses recientes, en que el horror de los conservadores finge dirigirse hacia la corrupción cuando es enojo y miedo hacia los pobres, los negros y los desorganizados, además de impaciencia. La lucha por la superación de la opresión de clase y la humillación colonialista/imperialista nunca me ha abandonado”.

Tal vez la revelación mas sugerente del nuevo prólogo sea la confesión de que hubo un capítulo dedicado al sexo que decidió no publicar en la edición original. En él, cuenta su autor, se definía como un homosexual que tuvo, hasta entonces, principalmente actividad erótica con mujeres. “Me reí cuando leí, en los escritos de veinte años atrás –y no fue por eso que no aprobé publicarlos–, que me declaraba homosexual”, escribe Caetano, que piensa que es mejor como quedó finalmente en el libro, que no es ni bi, ni hétero, ni homo. “Somos sexuales”, concluye. Consultado en la entrevista de Folha sobre el capítulo ausente, Caetano explica que se llama “Sexos”, y que no cabe en Verdad tropical, porque las observaciones esenciales fueron incorporadas al cuerpo original del libro. Aunque no las anécdotas y divagaciones. Si bien la editorial le propuso agregarlo en esta nueva edición, y considera que la escritura es buena y que el tema es su favorito, por razones personales decidió evitar mezclarse con cosas que podrían caer mal a ciertas personas. “Aún cuando no están nombradas, se reconocerían de un modo que me haría sentirme mal”, se disculpa Caetano, que confiesa también haberse deprimido profundamente luego de la edición original del libro, que coincidió con el nacimiento de Tom. “Fue una mezcla de tristeza profunda, rabia, cansancio e impaciencia. No conseguía dormir ni comer. Enflaquecí mucho. El resultado tenía semejanza con los momentos de horror experimentados con el uso de drogas”.  

La escritura de Verdad tropical fue originalmente propuesta por un editor de la editorial norteamericana Knopf, luego de leer un ensayo sobre Carmen Miranda que Caetano publicó en el New York Times (incluido en la antología El mundo no es chato). Pero, según recuerda Caetano, la traducción original del libro fue considerada demasiado académica por la editorial, que también decidió reordenar los capítulos de manera cronológica, poniendo la edición final en manos de una editora que no hablaba portugués, apenas español. “Ella era gentil y simpática, pero, en este caso, no saber portugués fue una falta fatal”, escribe Caetano. “Hay algo del ritmo, del humor velado, de las dudas insinuadas en este libro que difícilmente pueda ser captado por quien no hable portugués”. Como Knopf terminó siendo dueña de sus derechos internacionales, salvo los del portugués, las traducciones de Verdad tropical parten del original en inglés. Tal vez por eso, entonces, es que Caetano haya insistido en revisarlo: para retomar el control sobre el mismo. Su traducción preferida, cuenta, es la italiana, que se basó en la portuguesa, aunque debió respetar el orden de capítulos de la norteamericana. Lo mismo sucedió con la traducción al castellano (“Mi segunda favorita”). Pero su mayor lamento es por la francesa: “Las mayores influencias sobre mi escritura vienen de Francia: Las palabras, Tristes trópicos y En busca del tiempo perdido. Es para llorar que la traducción sea tan ruin. Un día Verdad tropical será traducido al francés a partir del texto original en portugués. Me gustaría vivir para verlo”, cuenta Caetano, que recuerda que cuando el libro salió en inglés, muchas críticas se quejaron de que incluyese tantos nombres de artistas brasileños para ellos desconocidos. “Cuando salieron las memorias de Dylan, mi editor me preguntó, riendo, cuál de las dos me parecía mejor. Solo le respondí que él me había hinchado las bolas quejándose de la lista de nombres, y ahora leíamos muchos más nombres de músicos, compositores y cantantes en el libro de Dylan, sin escuchar a nadie quejarse por eso. Todos dan por supuesto que las figuras de la cultura popular norteamericana son conocidas por todo el mundo. Pero Dylan enumera, al lado de los astros y subastros globales, un fascinante elenco de desconocidos”, celebra Caetano Veloso, el hombre que nunca olvida.